Generación 2001: las nuevas resistencias (1993-1996)
Por Matías Cambiaggi | Ilustración: Silvia Lucero
La rebelión popular desatada en Santiago del Estero, conocida como Santiagueñazo en 1993, señala el comienzo de una nueva etapa de respuesta social ante el avance de la racionalidad ajustadora. Esta etapa de transición, en donde se conjugaron el repliegue con hechos novedosos de resistencia social, ofreció un mosaico de experiencias que evidenciaban la aparición de nuevos actores sociales y regionales.
Trabajadores, sobre todo empleados públicos y docentes de las provincias pobres del norte del país, los jubilados de la ciudad de Buenos Aires, de la mano de la Coordinadora, y los jubilados de Plaza Lavalle, liderados por Norma Plá, son la expresión más destacada de este período de floreciente, aunque aislada rebeldía, que incluyó la aparición de nuevas formas organizativas y metodologías más radicalizadas ante la desesperación y la falta de respuesta del gobierno.
En referencia a una de las intervenciones de este nuevo sujeto social en formación, un exintegrante del Movimiento Patriótico Quebracho, recordaba su experiencia junto a los jubilados de Norma Plá de esta forma:
"Cuando fue la Constituyente del 94’ que se hizo en Santa Fé, yo estaba con mis compañeros de la UTN que después nos íbamos a sumar a Quebracho y nos subimos al micro de los jubilados de Norma Plá, y fue un viaje rarísimo. Me acuerdo que cuando llegamos a la Convención uno de los jubilados se subió a un Ranault 12 al que habían cubierto con cartones pintados como si fuera un barco y el loco nos decía a nosotros que lo empujemos contra las vallas y cuando el auto empezó a avanzar se puso a gritar: “a la carga”. Tenían esas cosas los jubilados, pero también tenían más aguante que muchos pibes que estaban durmiendo la siesta”.
En ese proceso heterogéneo y revuelto, el emergente institucional más destacado fue la CTA, asentada en los gremios de docentes y estatales e identificada con la democratización sindical y la nueva “territorialización”[1] de las clases populares.
Otro actor serán los gremios del transporte, nuevos protagonistas, liderados por Hugo Moyano, tras la desarticulación del sistema ferroviario, de la economía exportadora de materias primas, y por otro lado, como una tercera pata rebelde del sindicalismo, el Perro Santillán desde la provincia de Jujuy, con la CCC, liderando también una mezcla explosiva de trabajadores municipales, con un creciente precariado, como expresión de la rebeldía de las provincias que el poder central denominaba “inviables”.
En el ámbito estrictamente político, junto a la dificultosa supervivencia de las distintas variantes de la izquierda, en 1993 nace el Frente Grande como continuación del grupo de diputados peronistas llamado grupo “de los ocho”, encabezado desde sus comienzos por German Abdala y Chacho Alvárez, quienes mantuvieron durante algún tiempo un discurso de características confrontativas frente al modelo neoliberal en curso, pero también, sobre todo después de la muerte de Abdala, con notables intensiones de participación y compromiso con el establishment económico.
El juego imposible que intentó el Frente Grande consistía, por un lado, en criticar algunos aspectos del modelo en curso con una tendencia constante a la moderación de sus propuestas negociando espacios con los representantes del ajuste. Por el otro, sostener la imagen de fuerza política interesada en un cambio real, aunque sólo condenaran los “excesos”.
Para los grupos con visiones más críticas sobre los fundamentos del modelo neoliberal que sobrevivían de forma cada vez más marginal en relación a los pragmáticos, dentro del Frente Grande, las opciones resultaron sólo dos: amoldarse y callar o elegir un camino alternativo, sin ninguno de los beneficios del camino de los acuerdos.
Como sabemos, la gran mayoría de estos grupos optó por el alineamiento silencioso y resignado, lo que significó, entre otros aspectos, un límite importante para atraer o contener a los jóvenes que se acercaban a este movimiento con la intención de aportar a la construcción de algún cambio en un sentido de mayor justicia: " Mi experiencia en el Frente Grande fue rara porque yo me sumo a un grupo de viejos que venían de una experiencia muy distinta a la que planteaban los referentes nacionales del espacio. Me acuerdo que un par de veces estos locos con los que yo estaba, a los más pibes nos mostraban fierros y nos enseñaban cómo se usaban, supongo que era para mantenernos contentos o tal vez era para no deprimirse ellos, pero iban a contramano”[2]
El otro camino, el de condenar sin atenuantes, al modelo expropiador en curso, aceptando un lugar marginal en la lucha por la representación, ante la falta de espacio político fue el camino que eligió la izquierda en sus variantes nacional y popular o troskista. Entre estas opciones no hubo un camino intermedio, ni tercera posición. Por un lado, la participación domesticada, por el otro, la marginalidad sin atenuantes, opciones que con el correr del tiempo, representaron estrategias cada vez más enfrentadas y definitivas. El camino de la institucionalización como norma y el país sin corrupción como horizonte, conquistó un importante apoyo popular durante algunos años, pero tuvo como destino final el helicóptero en el que se escapó el ex presidente De la Rúa y con él una buena parte de la clase política.
El otro camino, el espinado, durante el largo período que duró el retroceso social y político, tuvo como su mérito, por un lado, la denuncia de las condiciones de funcionamiento del modelo político y económico, y por otro, alentar, en la medida de sus posibilidades, una resistencia más confrontativa, extendida y menos institucional, y en ese sentido, aportar a las condiciones que dieron el tono al 20 de diciembre de 2001, aunque sin generar durante el proceso, pero tampoco después de su final, una organización con algún nivel de representación política significativa.
Este largo proceso de organización, exitoso en el terreno de lo social antes que en el político, tuvo para el período en cuestión, 93-96, sobre todo al sector estudiantil como principal animador del nuevo activismo, con sus voluntariados, revistas y fiestas y a la desconfianza política, incluso entre quienes buscaban participar, como denominador común: “Apenas entré a la facultad caminabas por los pasillos y todas las agrupaciones te querían convencer de algo o criticar lo que hizo otra o decirte que tenías que solidarizarte con algún país de no sé dónde, pero lo que a mí me interesaba más que nada era hacer algo concreto sin tanta charla. Yo quería ir a un barrio y dar una mano a los que más lo necesitaban. Así me metí en un grupo que se llamaba GES, (Grupo de Estudiantes Solidarios) y que eran los chicos de la Vence (Agrupación Venceremos) y empecé a ir al barrio con ellos, pero al poco tiempo terminé en la Vence también y hablándole a mis compañeros en los pasillos”.[3]
Como expresión del mismo fenómeno de desconfianza hacia la participación política, focalizada en la crítica a los partidos políticos existentes, surge, primero en la UBA y después en varias universidades nacionales, una nueva camada de agrupaciones estudiantiles universitarias, auto definidas como independientes, como uno de sus principales argumentos, por sobre otras definiciones, para evitar ser confundidas con las agrupaciones orgánicas.
Estas nuevas expresiones llevaban desde su nombre, algunas de las características más importantes, y en cierto modo, contradictorias del activismo de la etapa, porque si bien eran la expresión de una profunda desconfianza política, también eran portadoras de una búsqueda de renovación, distinta al simple vuelco social de las organizaciones políticas nacionales y alentadas por una seria crítica política sobre la autoridad, bajo la forma que revistiera, pero sobre todo, a la política tradicional en un sentido amplio y portando el humor como antídoto y como escape.
Inconfundible manifestación de estas agrupaciones fueron: TNT (Tontos, pero no tanto) de Económicas, en el cual participaba entre otros Axel Kicillof; NBI (Necesidades básicas insatisfechas) de Derecho, entre los que se encontraba Mariano Recalde; o SLM (Salven los muebles) de Exactas. Otras expresiones de un nuevo activismo que entraba en debate, no sólo con los partidos de la izquierda, sino también, con las agrupaciones estudiantiles que las antecedían, y que también defendían su carácter independiente como un argumento de peso, aunque lo hacían, desde un lugar muy distinto al de aquellas. Agrupaciones como La Mariátegui, El Mate de la UBA; o El Aule de La Plata, entre otras, fueron portadoras de planteos rupturistas frente al estado del debate de aquel momento, pero también intentaron actualizar una larga tradición acerca de la praxis política, la historia, sus protagonistas y sus argumentos. Buena parte de las discusiones de estos grupos estaba sostenida sobre los debates teóricos en relación a la derrota y la pertinencia de la experiencia política de los setenta o el propio peronismo.
Por distintos motivos y más allá de sus diferencias, todas las clases de agrupaciones mencionadas, las que ensayaban las agrupaciones partidarias, y las independientes de primera y segunda generación, formaban parte de un mismo clima de época y expresaban algo más basto que sólo una nueva forma de incidir en los debates, o la elección de los temas de interés. Más que eso se trataba de un nuevo activismo crítico, descreído de la política tradicional, pero al mismo tiempo, también con una notable voluntad de protagonismo a pesar de las condiciones adversas en las que lo realizaba.
La experiencia social de las organizaciones políticas y las expresiones sociales estudiantiles, constituían entre otros aspectos, el germen de otros sentidos latentes, y la necesidad de dar cuenta de la profundidad del golpe recibido, de la transformación cultural en ciernes, que exigía no sólo lo social como rodeo, sino sobre todo, una nueva forma de pensar lo político y sus posibilidades, la necesidad creativa, la búsqueda de participación como antídoto a la ola regresiva.
El telón de fondo de todas estas experiencias, sobre todo universitarias, fue en el ámbito regional la aparición del EZLN el primero de enero de 1994, en oposición a la firma del tratado de libre comercio entre México y los Estados Unidos, y en particular de su figura carismática, y en cierto modo, traductor de la experiencia, el subcomandante Marcos.
Lejos de constituir un nuevo proceso guerrillero latinoamericano, a pesar de la denominación clásica elegida por nombre, la profundidad de la renovación política y teórica que proponía el zapatismo escapaba a todo lo conocido y esperable. Verdadera manifestación de época que no tardó en volverse imagen en remeras y afiches de una buena parte de los sectores de la juventud argentina más activos o interesados en la búsqueda de algún tipo de justicia social.
[1] En ese contexto, el planteo novedoso de la CTA fue asumir como afirmaban, que “las nuevas fábricas son los barrios”, dando cuenta de un fenómeno como el de la exclusión del mercado laboral formal, que con los años se volvería aún más profundo y que habilitó la articulación con otros sujetos sociales, ajenos al mundo sindical tradicional.
[2] Rodrigo, ex militante del Frente Grande, entrevistado por el autor para este trabajo.
[3] Mechi, militante de la Agrupación Venceremos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA entrevistada para este trabajo.