Rock, universidad y reapropiaciones
Andrés Ciro, cantante de los Piojos, una de aquellas bandas que supieron aportar a la banda de sonido de la década que muchos recuerdan sólo como la del ajuste, pero que fue también la de su resistencia en condiciones de máxima precariedad, nos dio en el formato de la anécdota, verdaderos indicios para la reconstrucción de los devenires del pensamiento nacional por los pasillos laberínticos de nuestra dinámica social.
Palabras más, palabras menos, recordó Andrés, en rol Viejo Viscacha de la cultura rock, que en los lejanos 90, durante un recital de Los Piojos, sin pensarlo demasiado, se le había ocurrido tocar el himno en la armónica como quien toca esa que sabemos todos. Sin embargo, la reacción de la gente durante los primeros minutos no había sido la que esperaba y la que, por cierto, hoy todos imaginamos desde el presente. Aquella noche, en cambio, buena parte de la melodía de nuestro himno sonó acompañada por un silencio incómodo y caras de confusión, que sólo después de algunos momentos, dejándose llevar por la situación, dejaron paso a un incipiente y un poco tímido, disfrute colectivo, que podemos intuir, dio lugar, también a la sensación lo recuperado. Pero no de cualquier modo, sino desde una ubicación territorial determinada en relación a un centro hegemónico y de un modo plebeyo, en el cual el protagonismo colectivo fue condición, por eso fue también, reapropiación. Reapropiación que, para ser justos, constituía desde tiempos anteriores, la identidad fundante y contraseña de los metaleros argentinos en pie de marginada, pero heroica resistencia.
Mas tarde llegó Charly, sabemos, con su antena infalible y su versión desacartonada del himno para acelerar la recuperación que crecía desde los sótanos, y el proceso fue encontrando sus formas de irrumpir para mudarse definitivamente a la superficie, como tendencia, moda y pogo de los sectores medios y medios empobrecidos que articulaban el grueso de la cultura rock de los noventa.
Paralelo a este proceso y no por casualidad, sonaba también la calle, en otro proceso de reapropiación de los símbolos nacionales, pero nacido del interior de la confrontación social, tan situado frente a un centro hegemónico, como los sótanos del rock, pero con otros intérpretes, moldeados por el devenir del proceso económico argentino y con metodologías desesperadas, aunque también vitalistas y festivas en la disputa del territorio: Norma Plá y sus jubilados, los compañeros de Walter Bulacio y Miguel Bru, los sindicatos combativos, los trabajadores que no querían dejar de serlo, las doñas de los incipientes comedores, que un rato antes de cualquier teorización sobre la reproducción social, decían sin vueltas: “¿Quién dice que no trabajamos?”.
La bandera celeste y blanca no sólo era el estandarte de cada lucha librada en las condiciones más adversas por aquellos actores sociales de aquella década de los ajustes y sus resistencias, sino también historia y programa. Nosotros también somos.
Si el 20 de diciembre de 2001 fue la condensación y potenciación de tantas rebeldías que se fueron articulando, y el gobierno de Néstor Kirchner fue la concreción de muchas de aquellas demandas como políticas de estado, la fecha en la cual la tendencia cambió podría discutirse largo rato, aunque no la reversión de la tendencia, y más acuerdo aún es posible encontrar en el hecho de que la elección de Milei, podría considerarse el fondo del pozo, aunque la noticia está en proceso. Por eso, avancemos con pie de plomo.
Por qué de aquello a esto otro no es la verdadera pregunta del momento, sino en cambio, como pensamos esto, que no se agota en Milei y aquello, que por supuesto excede la anécdota y síntesis apretada.
¿Qué sucede si abandonamos el preconcepto y en donde nuestros esquemas mentales nos sugieren ruptura intentamos ver continuidad? ¿Por qué no probar también dar vuelta lo que suponemos continuidad para encontrar en realidad ruptura?
Dicho de otra forma: ¿Por qué no podemos ver a Milei como el desemboque equivocado, pero desemboque al fin, de la fiesta y el reencuentro popular que significó, por ejemplo, el titulo mundialista? ¿Por qué suponer que el único hijo legítimo de Paka Paka es Casey Wonder? La frustración, el individualismo y la xenofobia, entre otros sentimientos verificables, los conocemos, comentamos. Mucho menos estos otros, en apariencia contradictorios con ellos.
Si el Que se vayan todos, fue el último sacudón a un sistema que necesitó afirmarse en miles de pequeñas victorias anteriores, podemos pensar que Milei respecto al proceso en curso, contiene una lógica similar. Milei es expresión de un nuevo Que se vayan todos. ¿Pero por qué asumir que el proceso concluyó su fase de institucionalización? ¿Qué expectativas sociales es capaz de colmar el actual gobierno? ¿Cuál es su sujeto social y cuál sería su capacidad de conducción sobre el conjunto? Quedan aún otros sacudones.
Por otro lado, y siguiendo con esta inversión de sentidos, en donde es legítimo ver a Milei como la continuidad de un discurso machacón anti estado, podemos proponer que también da cuenta de un proceso que contiene elementos de ruptura y que éstos pueden constituir una posibilidad de reapropiación. En la lucha contra el más cruel de los luchadores de Titanes en el Ring: “la Casta”. (gugleen, no sean vagos), se encuentra el caracú de este tiempo que como afirmó Pablo Semán, etnografía en mano, llegó para quedarse.
Asimilar a Milei a lo inexplicable es la continuación por otros medios de las teorías segunda marca de las Falsas conciencias, obviamente, enunciada por los dueños de la verdadera a quienes les queda la ingrata tarea de explicar que el voto a Massa expresaba algo totalmente distinto. Dar vuelta la página. Se trata, ahora, de la posibilidad de reapropiación, aún en medio del descalabro.
Un desvío breve sobre metodologías. Si “Reagan y Buch fueron responsables de Trump” como sugirió el ex embajador, Jorge Arguello en su genealogía del mal, la misma metodología podría ser utilizada desde nuestro país, para explicar el presente, incluso extendiendo los puntos más allá del ecosistema neoliberal, hasta unir también bajo la misma lógica, los gobiernos de los Kirchner. Observada la historia con el diario del lunes, todo de alguna forma nos lleva a Milei. Sin, embargo, en el amontonamiento también todo se equipara y confunde. Por otro lado: ¿en qué lugar nos deja la inercia genealógica? ¿Al final del desmonte quedamos mejor? La reapropiación en este caso es una tarea compleja. Antes que un inventario y selección de experiencias “exitosas” del ciclo 2003-2010, análisis sesudo de los propios, hábitos y horizontes de sentido legados por la democracia de la derrota, para poder por fin, dejarla atrás, aunque aún no tengamos con qué.
De la derrota se trató Sublunar, un gran libro del historiador Javier Trímboli en el que buscó poner en perspectiva personal y colectiva ese gran tema que fue la revolución y la experiencia en tiempo real del kirchnerismo. Sublunar, sin embargo, puede ser leído como resultado de una interpretación sobre el mestizaje entre estos tres términos. Es decir, sobre Diciembre de 2001. Mas en general, sobre el estado de ánimo movilizado. (o no).
Sobre él, pero trascendiendo esa fecha, habló Trímboli, en Rosario, pocos días antes de los festejos por la tercera estrella mundialista, y ante un público numeroso, sentado sobre un alto escenario, rodeado de amplificadores de guitarra, micrófonos de pie y hasta por una batería, cual rock star, como parte de un festival.
En aquel clima festivo, con voz de orador central, leyó poesías, arengó sin buscarlo a los asistentes y dejó una idea fuerza que resulta vital para este tiempo: recuperar el sentido festivo de la movilización, vivirlo, no entregarlo a los rotuladores de tragedias.
Otra forma de reapropiación tuvo lugar en la Universidad Nacional de La Plata, los días 18, 19 y 20 de abril, durante un nuevo encuentro de la comunidad de seguidores de la Filosofía de la Liberación en el cual se rindió especial y merecido homenaje a Enrique Dussel, al mismo tiempo que se presentaron decenas de ponencias con propuestas sobre cómo enfrentar un mundo cada vez más inhumano, que exige actualizar los mejores conocimientos que nuestra región supo articular. La filosofía de la liberación, como la teología del pueblo, la pedagogía del oprimido o la teoría de la dependencia, están entre ellos, como también el inagotable reservorio del peronismo, pensado sin naftalinas ni comisarios, están entre ellos y, no por casualidad, vuelven a ser convocados, en medio de la crisis, para intentar una nueva reapropiación creativa y creadora, en donde la transmodernidad, de Dussel, ese mundo donde entren todos los mundos, como decía el Sup Marcos y la tercera posición de Perón, tienen aún mucho que decir.
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Ese es para el consultor español Alfredo Serrano Mancilla el número clave. “Se trata de hablarle a los votantes propios” para evitar una posible “estampida”, según manifestó en post reciente. Discrepo. Por tres motivos. El peronismo nunca le habló a la parte. El peronismo le habla al conjunto de los argentinos. Desde un lugar de pertenencia, por supuesto, pero al conjunto. La segmentación es cosa de los encuestadores y las conceptualizaciones de la socialdemocracia. El Peronismo es otra cosa. Por otro lado, sospecho que ese supuesto conjunto social, al que se refiere Alfredo, no existe como tal. Existe quizás una corriente de opinión peronista, por cierto, cada vez más angosta, pero poco más. Al votante de Massa lo unió en gran medida el espanto, antes que una identidad preexistente, incluso, un enojo, similar al que esgrimió el votante de Milei. Recordar: “Votá al normal”, suplicaba sin vueltas, Rebord, pero ni así. El último motivo, el peronismo no sabe aún que decir, ni quien lo diga con la fuerza de la síntesis. El presente del coro que no afina, lo convierte en apenas ruido, indescifrable para las mayorías, del que, sin embargo, no va a poder escapar, porque no se rige con las normas de la razón occidental, y a veces tampoco por las de cualquier otra razón, ni tampoco por la empatía, como sugiere el aumento aprobado por los senadores para los senadores. Las conmociones llegan siempre desde abajo.
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En el día de ayer, crujió el suelo patrio sacudido por una demanda que trascendió las grietas de la Argentina moderna, para dejar demasiado expuestos a quienes manifestaron su voluntad de retroceder cien años, como si los significantes vacíos resolvieran todos los problemas.
La sociedad tal como es, tal como está, se dejó retratar por todos los investigadores que cumplimos, como corresponde ante tamaño evento, con nuestra etnografía al paso, pero más gratificante fue sentirse parte. Sentir los vasos comunicantes del nosotros colectivo que reinicia su articulación, antes que por un proyecto colectivo, empujado por deudas y maltratos. Pero es lo que hay.
Algo de esto se expresó en la multiplicación de cartelitos con sus frases de ocasión y también en la selección de libros empuñados como tacuaras. En una misma cuadra y como parte de la misma masa compacta: Cien años de soledad, La Constitución Argentina, Farmacología, Contra pedagogías de la crueldad, Biología I, Imperialismo, etapa superior del capitalismo.
¿Hay alguien en la sala capaz de articular una narrativa con estas estas imágenes y frases?
La columna vertebral del movimiento, hay que pegarlo en la heladera, es la ilusión de la movilidad social. Con eso no se juega, dijo ayer la sociedad argentina, como pidiendo a gritos una representación política que se consolide desde la demanda y no desde los sellos.
Si damos por cierto que el proceso en curso no se agota en Milei, sino que lo trasciende y que el cambio de época no se consolida sólo desde los pilares del individualismo tirano, sino también desde una posible voluntad de autoafirmación y una voluntad de justicia postergada, desoída, durante años, por una “casta”, quizás sea posible disputar sentidos, incluso, la conducción, de una época que apenas asoma, y hasta el momento, sólo los monstruos reclaman, pero que tiene, como todas, sus porosidades, sus rajaduras.