La noche del apagón
Por Inés Busquets | Fotos: gentileza Ester Díaz
AGENCIA PACO URONDO entrevistó a Virginia Díaz sobre "La noche del apagón" y la historia de su familia durante ese siniestro momento histórico. Sus dos hermanos desaparecieron esa noche: Carlos Alberto Díaz y Guillermo Genaro Díaz de la localidad de Calilegua, departamento de Ledesma, provincia de Jujuy.
AGENCIA PACO URONDO: ¿Podrías narrarnos como vivieron los acontecimientos de La noche del apagón en Calilegua, Jujuy?
Virginia Díaz: La noche del 20 de julio de 1976 fue muy triste para mi familia y para todo el pueblo de Calilegua. Aproximadamente a las 22:00h se corta la luz. Nosotros ignorábamos, en realidad, qué es lo que estaba pasando. Esa noche se festejaba el día del amigo así que en todas las casa había reuniones. Creíamos que la luz iba a volver inmediatamente, pero para sorpresa nuestra escuchábamos ruidos de vehículos, corridas, disparos, gritos. Todo era bastante confuso. Vivíamos en un lugar que se llamaba Campamento Belencito. Nuestra casa, así como toda la gente de Calilegua pertenecía a la empresa Ledesma. Nuestra casa lindaba con un canchón, donde había tollos de madera donde también estaba ubicado el aserradero de esa empresa. Veíamos luces que encandilaban, eran reflectores, que utilizaron las fuerzas militares donde iban a sindicar las casas donde iban a perpetrar los secuestros.
APU: ¿Sospecharon algo? ¿Tenían miedo? ¿Sabían lo que sucedía en el país en ese entonces?
V.D.: Fue una noche bastante larga y confusa. Este operativo conjunto realizado por las fuerzas militares, policía y gendarmería, también contó con el apoyo logístico de la empresa Ledesma que prestó sus vehículos para secuestrar a nuestros vecinos. Esto prueba la complicidad empresarial con la dictadura. Estas fuerzas entraron violentamente a las casas, secuestrando a la gente, llevándolos en los vehículos para luego llevarlos a la comisaría 41. Allí a todos se les ponía un número, dejaban de tener un nombre, y la mayoría fueron llevados hasta la localidad de Guerrero a unos 130 kilómetros, donde funcionan tres hosterías que pertenecían al obispado de la provincia. Con esto nos damos cuenta que hay una complicidad de la iglesia en esto. Toda la gente secuestrada esa noche llamada "La noche del apagón".
En el año 1979 llega la CIDH a Calilegua y Libertador, también van a Tucumán a realizar la denuncia de la desaparición de nuestros familiares. En este tiempo el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos juega un papel muy importante acá porque una madre, doña Ana de Díaz, era la que traía asistencia económica a los familiares de detenidos desaparecidos, venían pastores metodistas que nos traían palabras de aliento. Son ellos los que ayudan económicamente a las madres para que se trasladen a Tucumán. Se encargan de todos los gastos porque la CIDH iba a atender a toda la gente del noroeste, entonces había que hacer tremendas colas allí y el escenario no era muy propicio porque estábamos durante la dictadura. Justamente porque eran las madres que iban a denunciar la desaparición de sus hijos. A mi mamá la atendió un jurista peruano, Edmundo Vargas Carreño, habló con él, la trató muy bien. Ellos venían a llevar las carpetas con las denuncias para una presentación en contra de la dictadura por las atrocidades que había cometido contra nuestros familiares. Además, era una manera de que el mundo supiera lo que estaba pasando en Argentina.
En Tucumán el escenario también era propicio para amedrentar a las madres. Pasaban los coches hidrantes, carros del ejército para meterles miedo, pero la verdad que las madres le vencieron con amor al miedo. Ellas querían saber del paradero de sus hijos, o sea que ninguna fuerza del mundo las paró.
Hicieron sus denuncias, se llevaron las carpetas. Al tiempo se expide a la CIDH, pero por supuesto que los chicos siguen desaparecidos, cuando se comprueba que en Argentina hubo detenidos desaparecidos y que el Estado fue el encargado de hacerlo.
Las madres siguen con el mismo derrotero, allí funcionaba el escuadrón 323 que dependía del tercer cuerpo del ejército. De ahí sacaban a los detenidos de las cárceles para los interrogatorios. Siguen yendo al juzgado federal jueces cómplices que, con los años, nos dimos cuenta que lo que hacían era no dar curso a los recursos de habeas corpus que presentaban las madres.
APU: ¿Cuando comienzan a realizar las marchas desde Calilegua a Ledesma?
V.D.: En el año 82 se hace la primera marcha del apagón y sale desde Libertador hasta Calilegua porque el apagón, con operativo, fue en Calilegua. Esa marcha se hace con las madres, los padres, familiares que acompañaban y algunos amigos, gente comprometida que sabía por lo que estaba marchando. Esa gente iba con convicción, sabía a lo que iba. Después cambia el sentido de la marcha desde Calilegua a Libertador. En la memoria histórica de la gente está instalado el apagón de Calilegua, porque lo vivió. Lo cuentan en primera persona.
Ya en el año 1985 muere mi mamá, pero muere con la esperanza de encontrar a sus hijos. La verdad que nunca supo nada, todas las cosas que estamos sabiendo ahora es por los expedientes que se están labrando, por algunos testimonios de gente que recién ahora está recordando, después de tantos años, hay otros que no recuerdan o no quieren acordarse. Nosotros como familiares somos trabajadores de la memoria, para que lo que pasó nunca vuelva a pasar en ningún lugar del mundo. La desaparición de un familiar es lo peor que le podría pasar a un ser humano, es la incertidumbre de no saber si está o no está.
Mi sentido común me dice que mis hermanos no están, que ya están muertos, pero mi corazón me dice otra cosa, porque yo no vi sus cadáveres, mi mamá tampoco. Ese derecho se nos negó y el derecho a todos los desaparecidos de tener una tumba con su nombre. A veces uno cree que entra en un estado de alienación porque el daño que hicieron es irreparable, que sólo lo entiende quien ha sufrido esta pérdida. Por eso los juicios que se están haciendo, la causa Burgos y otras causas donde entra gente que fue secuestrada en la casa del apagón, en la casa Verna, gente que estuvo en la cárcel y desapareció, el caso de mi hermano Carlos Alberto Díaz, donde desaparecieron todos los que estuvieron en el campo de concentración de Guerrero que fue uno de los primeros denunciado en el juicio a la junta por Rita Guernica, una madre que estuvo secuestrada con sus dos hijos ahí.
Uno se pone a ver las condenas por estos crímenes tan atroces y ve penas de cuatro, ocho años y parece una burla. Ya los genocidas son gente vieja que lo primero que dicen estos trasnochados de la política, que son unos viejitos; sí, pero siguen firmes en su pacto de silencio, de no decir dónde están los detenidos desaparecidos. Creo que no nos pueden negar el derecho a encontrar sus restos y darle una sepultura de acuerdo al credo que cada familia tenga. Donde ponerle una flor o ir a rezarle y ellos de tener una tumba con un nombre.
APU: ¿Cómo fue este año la marcha, la memoria y el recuerdo de tus hermanos?
V.D.: Este año que es muy particular por la pandemia, acá no pudimos hacer nuestra marcha habitual del 20 de julio, sacamos unos videos y los subimos a las redes, nos invitan a contar nuestras vivencias y también es una manera de trabajar por la memoria, para que ese Nunca Más no sea solamente palabra, que sea hechos.
El tema de los apagones, el único que conozco es el del 20 de julio y fue en Calilegua, eso lo decimos los pobladores que estuvimos esa noche, sabemos que fue ese día. Apagón y operativo conjunto en un pueblo privado, propiedad de Ledesma, toda la gente del pueblo tenía relación laboral con esa empresa, entre los secuestrados había delegados del Sindicato y había también estudiantes universitarios hijos de obreros de Ledesma. Ahí se ve la responsabilidad empresarial, la gente que desapareció era una piedrita en el zapato de Ledesma.
APU: ¿Cómo recordás esos días?
V.D.: En ese momento todos mis hermanos éramos chicos, yo tenía 12 años, mi hermana Esther tenía 9, mi otro hermano tenía 15 y no podíamos dimensionar que es lo que pasaba. Esa noche irrumpieron en las casas con total violencia, llevando detenidos ilegalmente a nuestros vecinos. Fue una noche inusual y bastante larga para nosotros. Cuando termina el operativo fueron llevados a la seccional 41 de Calilegua. Todos llegaron golpeados brutalmente y fueron, después de numerarlos, subidos a los vehículos y conducidos a Guerrero. Ahí funcionó el centro clandestino de detención. Toda la gente de esta noche fue conducida ahí y todos estaban vinculados directa o indirectamente a Ledesma. Por ejemplo, delegados sindicales como Román Rivero, del aserradero en la sección de herrería, Salvador Cruz de carpintería, también estaban los hermanos Garnica, Miguel y Domingo, y un sinfín de vecinos que fueron detenidos. En el caso nuestro ya habíamos sufrido las detenciones de nuestros hermanos Carlos Alberto Díaz, que fue detenido en el 74, Guillermo Díaz que cuando fue detenido ilegalmente tenía 19 años y también trabajaba para Ledesma, pero lo detienen el primero de julio de 1976. La noche del apagón también detiene a Rita Garnica con sus dos hijos. La gente que queda en Guerrero son los que pasan a engordar la lista de los detenidos desaparecidos de la provincia y que son trasladados a la cárcel o al comando radioeléctrico para su identificación de antecedentes, algunos son liberados, otros llevados a cárceles del sur, las mujeres a Devoto, los hombres a la unidad 9 de La Plata. Entre los que van a La Plata está Miguel Lodi, Maldonado y otros. Así los distribuyen y los demás son liberados. Algunos contaron sus vivencias ya que los familiares, lo que hacía mi mamá era preguntarle si había visto a mis hermanos, por supuesto que, no sé si era por el miedo, nadie los había visto. Ahora que soy una mujer grande de 57 años, ahora las entiendo. La gente que lamentablemente desapareció era la gente que trabajaba en la empresa y trabajaba para mejorar la calidad de vida de gente como nosotros, de gente de trabajo, que sabemos que todas las conquistas se consiguen a través de la lucha sindical. Esa gente, para esta multinacional, era un estorbo ya que se trabajaba en completo estado de insalubridad, tenían salarios magros, no contábamos con vivienda digna, o sea que se violaban todos nuestros derechos humanos. Los que desaparecieron fueron las primeras en darse cuenta de lo que pasaba, además del compromiso tan fuerte que ellos tenían con la gente porque sabían que se enfrentaban a un monstruo tan grande como este grupo Ledesma.
A partir de allí tanto mi mamá como las madres de los chicos que desaparecieron empezaron el peregrinaje para conocer el paradero, donde estaban, la verdad que tuvieron que golpear muchas puertas y nadie las escuchaba. Esa sí fue una lucha en soledad, con todas las letras. Acá el miedo estaba muy instalado y las familias que sufrieron la desaparición de sus hijos no sólo eran discriminadas por la sociedad sino que también por sus propios familiares que tenían miedo a comprometerse. Son esas cosas que marcan a fuego a uno, en el caso nuestro que mi mamá salía a las cuatro de la mañana y volvía a las doce de la noche. Buscaba por todos lados el paradero de sus hijos, comían en la plaza, se compraban un poco de fiambre y así pasaban el día y eran maltratadas en todos los lugares. A nosotros no nos contaba nada sino que hablaba con mis hermanos más grandes, creo que porque éramos chicos y para no preocuparnos.
En el día se veía gente extraña que estaba haciendo inteligencia en el lugar, estaban preparando el terreno para poner en marcha este plan, con el tiempo nos enteramos que eran de los servicios de inteligencia.