Abandonado no es de nadie, recuperado es de todos: una historia de 2002
Por Matías Cambiaggi
A Darío Santillán y Maxi Kosteki
I
La historia fue breve y fallida. Una más entre otras tantas que supieron componer época. El tiempo que les tocó de piquetes y cacerolas.
El país había explotado hacía poco y la onda expansiva se hacía sentir en el aire caliente. Las calles, las plazas y las rutas ya no eran lugares de paso. El crecimiento del movimiento piquetero parecía imparable y las asambleas barriales empezaban a recorrer su propio camino alquilando o tomando lugares abandonados para volverlos centros culturales o comedores comunitarios. Algunos por decir algo, decían que era un tiempo pre revolucionario, pero en realidad era algo muy distinto y bastante más complejo, para ser pensado desde los manuales.
Empezábamos, más bien, a perder el miedo, a recuperar como sociedad terreno perdido en las ideas y en las geografías, y nosotros, “los pibes de Almagro”, como todos, queríamos los metros cuadrados que nos correspondían y los buscábamos en el barrio que habíamos adoptado como centro de operaciones.
Los protagonistas terminaron siendo muchos más, bancando cuando las papas más quemaban, pero todo empezó con un grupo de algo más de veinte pibes a los que el 20 de diciembre de 2001 nos había juntado como si de alguna forma, estuviéramos imantados. Hechos para días como ese.
Algunos militábamos en el movimiento Barrios de Pie, y era ese el encuadre principal del grupo, pero había otros que eran anarquistas, alguno simpatizaba con el PO y la mayoría solamente se identificaba con la idea de organizar un centro cultural, así que más que un “frente de masas” éramos un rejunte difícil, y bastante anárquico en la dinámica diaria, pero con una única idea fija, obsesiva: tener un centro cultural. Conquistar nuestro propio territorio libre de América donde fuera, pero siempre dentro de los límites de Almagro.
Como todo objetivo necesitábamos un plan, y nosotros que solamente pensábamos en esto, teníamos varios.
El plan A era conseguir un espacio físico por las buenas, es decir, alquilar, pero en 2002 entre todos, no juntábamos ni para un viaje en taxi, así que fue descartado sin objeciones. El plan B era contactar, a partir de alguna carta o de un vecino, con el dueño de alguna casa desocupada bastante venida abajo y ofrecerle como pago repararla y mantenerla en condiciones. En este caso, no sólo que lo charlamos, sino que también hicimos el intento y hasta contactamos algunos dueños, pero nuestro aspecto y edad no ayudaban a sembrar confianza para este tipo de transacciones, así que también terminamos por descartar el Plan B.
Después surgieron otros más, pero todos eran imposibles de poner en práctica, así que durante algunos meses quedamos estancados y terminó por imponerse la opción que parecía menos mala o en realidad la única posible: la toma.
La propuesta, no por casualidad, la habían traído los chicos que participaban de la Asamblea de Corrientes y Medrano que funcionaba en un galpón tomado por los vecinos. Y lo hicieron con un argumento contundente:
-Si estos viejos chotos pudieron, como no vamos a poder nosotros.
El planteo tenía coherencia lógica y todos queríamos resultados urgentes, así que el asunto quedó resuelto sin objeciones. En cuanto al nombre que le íbamos a poner era todavía más sencillo, porque ya lo habíamos pensado varios meses antes. El centro cultural, se iba a llamar Darío Santillán, ninguno había explicado nunca sus argumentos porque no hacía falta. La dinámica del grupo estaba atravesada sobre todo por la acción, por eso una buena parte de nuestras coincidencias se construían sin charlas de por medio y lo del Puente Pueyrredón era uno de nuestros acuerdos tácitos, porque nos había marcado a todos por igual. Darío era un espejo de nosotros mismos.
II
El proceso de búsqueda de casas o depósitos abandonados duró unos cuantos meses, durante los cuales el equipo de avanzada, es decir, los más callejeros del grupo, patearon las puertas de todas las casas abandonadas de Almagro, siguiendo el método empírico que enseña que, si nadie contesta, la casa está deshabitada y si, en cambio contesta, lo mejor es correr como poseído.
Nuestra investigación de campo duró dos meses y durante ese tiempo en el que ninguno trabajaba, los teléfonos empezaron a sonar en los horarios más increíbles con pedidos de auxilio o contando la noticia del objetivo conseguido que pocas horas después, cuando lo charlábamos con el resto de sentido común que nos quedaba, se volvía un delirio.
Así pasaron los días y algunas decepciones más hasta que una noche de noviembre, mientras caminábamos por el barrio buscando un bar, tuvimos la revelación que esperábamos.
El objetivo era una vieja pizzería abandonada, ubicada sobre la esquina de Río de Janeiro y Avellaneda que se llamaba El Mundo. A sus costados estaba rodeada por carteleras enormes de dos metros por cuatro y a su frente tenía una angosta puerta de rejas amarillas oxidadas y un candado mínimo. De lo que había adentro no se veía mucho, pero parecía que nadie había entrado por mucho tiempo.
Con esos simples datos sentimos que teníamos suficiente. En ningún momento se nos ocurrió hacer palmas o llamar a la puerta. Estábamos convencidos de que el lugar estaba abandonado porque no podía ser de otra forma, dadas las condiciones en las que estaba el lugar. Nada podía fallar. Esa noche nos quedamos mirando a la pizzería durante unos minutos, como si fuera una obra de arte que habían pintado para nosotros, así que, en seguida, dimos por terminada la búsqueda para irnos a festejar el descubrimiento tomándonos unas cervezas. Igual que como hacíamos también muchas otras veces sin mejores motivos que ese.
Ya en el bar después de algunos brindis y entonados por algunas chicanas futboleras, sacando pecho nos convencimos que no correspondía entrar a escondidas. Teníamos que entrar con estilo. Esto iba a ser para todos los vecinos del barrio, no era una “cosa de lúmpenes”, como dijo uno entre risas, así que no había porque esconderse. Se decidió entonces que íbamos a entrar marchando, cantando, con banderas, redoblantes y todo lo necesario. Los detalles que faltaban los vimos en unos pocos minutos más y después dimos por terminado el tema, para poder seguir hablando de fútbol y política. Siempre en ese orden.
III
Nuestro “Día D” fue un sábado que amaneció despejado. El lugar que elegimos para la convocatoria fue la Shell de Corrientes y Medrano a la que fuimos llegando en pequeños grupos y por los medios que podíamos, en colectivo, bicicletas o caminando.
Cuando se hicieron las trece, la hora que habíamos acordado, ya estábamos todos, y empezamos a desplegar la bandera que habíamos preparado para la ocasión, una sábana blanca grande aerosoleada con la frase: “Abandonado no es de nadie, recuperado es de todos”. Con ese trapo a la cabeza empezamos a marchar junto a los vecinos de la Asamblea de Corrientes y Medrano que también habían traído su propia bandera, un poco más formal.
Todos marchábamos sacando pecho y un poco nos sentíamos como soldados del che, dispuestos a liberar un nuevo territorio de Latinoamérica, aunque el que nos tocaba a nosotros tuviera una extensión de no más de 200 metros cuadrados, pero iba a ser un territorio libre igual.
Durante ese año todos los días había alguna marcha, así que la gente que nos veía desde los balcones o en la calle, nos saludaba, aun sin entender qué hacíamos o qué queríamos marchando por Almagro un sábado a la mañana, pero durante ese año todo era posible, así que a nadie le parecía raro nada.
Ya frente a la puerta de la pizzería, mientras aplaudíamos y cantábamos, vimos a un gordo pelado y en camiseta que nos acompañaba aplaudiendo desde un balcón que se encontraba justo unos metros sobre la puerta de la pizzería. Un vecino a favor pensamos, y en seguida leímos la situación como un buen augurio, pero calculamos mal.
Cuando estábamos todos amontonados contra la puerta, empujándonos de puro atropellados, como si entráramos a una popular, alguno sacó una pinza grande y cortó la cadena que mantenía cerrada la puerta y empezamos a cruzar la puerta como si fuera una fiesta, con bicicletas, frazadas y hasta un enorme reproductor de cidís. Pero del otro lado, con su cara desencajada, estaba el gordo en camiseta, moviendo de un lado para el otro sus brazos peludos.
El gordo no podía creer lo que estaba pasando, pero en su cara de enojo también se encontraban las muecas del que se debe haber sentido un terrible pelotudo por aplaudir a los que le toman el boliche que tenía que cuidar.
El gordo era una especie de sereno de la pizzería. Ahora estaba clarísimo, pero ya era tarde. Y nosotros sin tiempo de decirnos nada, en seguida nos dimos cuenta que se nos habían escapado algunos detalles gruesos.
III
-¡Los voy a cagar a tiros pendejos de mierda!
Esa era la única frase que atinaba a decir el gordo casi fuera de sus cabales y a nosotros un poco nos entró la duda, pero ya estábamos en el baile, y tampoco nos iban a correr con gritos, así que lo dejamos desahogarse.
-¡Hijos de Puta los voy a matar a todos!
-¡Voy a ir a buscar el fierro arriba y los voy a cagar a tiros a todos!
En el medio de ese griterío, pero que tampoco pasaba a mayores, se nos ocurrió llamar a la Correpi para pedirles algún consejo:
- Hola, sí… queríamos preguntarles qué hacer porque tomamos una casa con los vecinos de la asamblea y el tema está un poco complicado.
- ¿Cómo es la situación?
- Y…adentro del lugar había un sereno que está a los gritos que nos quiere cagar a tiros
- Son unos boludos. ¡Tomenselás!
Mientras procesábamos el contenido de la respuesta de la Correpi, cayó enseguida la policía con varios patrulleros y ahí la situación se puso complicada en serio.
Oficial de Policía (desde la calle): -Señores tienen que dejar el lugar inmediatamente o vamos a entrar a sacarlos de los pelos.
Nosotros (desde adentro): -Nosotros no nos vamos nada. Estamos alquilando.
Oficial (desde la calle): -Señores los dueños están por llegar en cualquier momento. Salgan o va a ser peor.
Nosotros (desde adentro): -Bueno que vengan y nos vamos.
La escena vista desde afuera y a la distancia sería digna de alguna comedia de escaso presupuesto, pero en aquel momento tenía su gravedad.
La policía tenía toda la esquina rodeada y se daba una situación difícil de resolver. Había que elegir entre dos malas opciones. Salir para recibir la bienvenida de la policía, que seguramente no iba a consistir en una charla sobre moral y buenas costumbres, o quedarnos a pesar de los gritos del gordo y sabiendo que tensábamos un poco más la situación, pero suponíamos que con un poco más de tiempo podíamos conseguir algún apoyo más.
Entre esas opciones, decidimos que la segunda era la mejor. Si no caía la orden de desalojo y llegábamos al lunes, teníamos la oportunidad de que los vecinos del barrio o el movimiento estudiantil -que también estaba bastante movilizado en ese momento- nos dieran una mano.
Empezaba una carrera contra el tiempo y nosotros que pensábamos que lo difícil era entrar, empezábamos a ver que lo difícil ahora era mantenernos adentro, así que decidimos empezar a contar la historia por Indymedia en tiempo real y con toda la precariedad de un artesano sin pinzas.
IV
A pesar de todos los contratiempos, la historia de la toma empezaba a circular, por Medios que al alcance para dejar sus primeros rastros.
Cuando los primeros momentos de tensión se calmaron, convocados por los compañeros que hacían el aguante desde afuera, empezaron a llegar más compañeros de Barrios de Pie, una delegación de militantes del PO de Almagro y no menos de diez asambleas de distintos barrios de la ciudad que también se solidarizaban con la toma. Nuestra idea del Centro Cultural tomaba más cuerpo del que esperábamos y nosotros desde adentro empezábamos a ser meros espectadores de lo que pasaba afuera, así que lo único que podíamos hacer era aguantar.
La situación se había vuelto extraña y por supuesto que no teníamos previsto todo lo que estaba pasando. La historia ya escapaba a nuestro control, pero lo extraño era que también parecía que podía escaparse de las manos de la policía, y justo cuando las nubes negras empezaban a cubrir el cielo llegaron el cuerpo de infantería y un montón de vallas de las que también se multiplicaban por cada rincón de la ciudad para rodear la pizzería, encerrarnos y ahogar la toma desde afuera. El objetivo era impedir que pudieran entrar o salir compañeros para ganarnos por cansancio o por hambre.
La multicolor concentración de compañeros que nos apoyaban desde afuera y que cada vez parecía más grande intentaron detener a la policía para que no pusieran las vallas, pero la policía reaccionó reprimiendo de manera salvaje, y sin privarse de hacer uso de sus bastones contra viejos y chicos sin discriminar.
El uso de la fuerza, impensable para un conflicto con jóvenes y vecinos en el medio del barrio de Almagro tenía el objetivo de aleccionar, más que de resolver la situación en la que estábamos, sin embargo, los vecinos, golpeados y mojados por la lluvia, siguieron igual de firmes al lado nuestro hasta bien entrada la noche, y nos dieron un ejemplo de solidaridad que parecía normal durante ese año revuelto.
Esa noche, a pesar de los turnos de las guardias y del frío, cuando todo parecía un poco más calmado, dormimos como si “El Mundo” fuera un hotel de cinco estrellas.
V
El domingo amaneció todo gris y con una lluvia espesa que no cedía. Afuera quedaban sólo los más decididos. Mucho no había para hacer desde afuera y el intento de que vinieran vecinos o los medios naufragaba por el mal tiempo y la voluntad de mostrar que el país se empezaba a acomodar.
Con el paso de las horas siguieron llegando algunos vecinos más, pero ya no era una multitud sino una guardia de apoyo para pasarnos comida, agua o cigarrillos.
Las horas muertas del domingo las ocupamos en poner en orden el lugar, limpiarlo un poco y dedicarnos a investigar qué secretos escondía ese primer piso desde el que nos había saludado el gordo de la camiseta y que nosotros nunca imaginamos que tuviera relación con la pizzería.
Lo que se escondía sobre los hombros de la Pizzería “El Mundo” resultó ser un ex local de los Montoneros que, con el paso de los años y las vueltas de la política, terminó siendo hasta su cierre, primero de la Renovación y después del PJ.
Todo el devenir histórico del movimiento de Perón y Evita parecía condensado en la suerte de aquel inmueble, con sus paredes maltrechas y olvidadas, en las que se superponían las fotos de Cafiero, con las del innombrable caudillo riojano de los tiempos de las relaciones carnales, algunos otros dirigentes olvidables y a pocos metros de ellos, la presencia eterna de Evita en un grafiti, que se mantenía bien claro, con aquel grito de guerra que decía que el peronismo será revolucionario o no sería nada.
Parecía una composición plástica, pero sólo se trataba del paso del tiempo y del olvido. Sin embargo, aquel grito de guerra de Evita sonaba a maldición para espanto de algunos de los vendepatria que la acompañaban en aquella agrietada pared.
De regreso a la planta baja, después de nuestra incursión entre los fantasmas de la historia sólo quedaba esperar el final del día.
El domingo se empezaba a terminar, pero al parecer, la policía empezaba a sacar cuentas y según el movimiento que se veía desde la puerta, los números les decían que esta historia se alargaba demasiado. El lunes se abrían las facultades y eso significaba que el problema se les podía ir de las manos.
Después de las seis de la tarde, impidieron el acceso de comida, agua o cualquier otra cosa y dos horas más tarde comenzaron a percibirse movimientos extraños y cada vez mayor número de policías. Finalmente, habían decidido desalojarnos.
Esa noche, a diferencia de la anterior, ninguno pudo dormir. Todos imaginábamos el desenlace inminente.
VI
La tensión se mantuvo durante toda la noche hasta que a las cuatro de la mañana vimos llegar dos camiones de asalto, repletos de oficiales de infantería con escudos y bastones largos. Parecía un error de cálculos, pero no. Todos venían sólo por nosotros once.
Cuando terminaron de bajar de sus camiones y tomaron posiciones se hizo un silencio que hizo más angustiante la espera del desenlace. Nos quedaba poco tiempo adentro de la Pizzería.
La policía se agolpó frente a la puerta poco antes de las cinco de la mañana y sólo por formalidad exigió que abriéramos la puerta sólo cinco segundos antes de tirarla abajo.
Entraron a los gritos y vestidos para la guerra, con escudos, pistolas y ametralladoras en mano, y mientras un grupo de ellos nos iban obligando, uno a uno, a acostarnos boca bajo en el piso para esposarnos con las manos detrás de la espalda, todos los otros nos apuntaban con los FAL.
Era el final de la toma y también de un fin de semana bastante movido, pero para nosotros, la historia seguía.
Entre perder y abandonar había una diferencia importante. Tal vez por eso, sin que lo hubiéramos charlado, aunque estuviéramos esposados por la espalda y boca abajo, alguno recordó esa grave diferencia y solo empezó a silbar la que se cantaba en los recitales de la Renga para recordar a Walter Bulacio y putear a la policía y en seguida todos lo seguimos, entre risas, ante la incredulidad de los policías.
En otro momento lo más probable hubiera sido que nos golpearan durante un buen rato, pero no fue así. Ni siquiera se animaron a decirnos nada.
Después, sin perder tiempo, nos empezaron a parar con mucho cuidado, agarraron las colchas y el radiograbador que teníamos y nos subieron a los camiones celulares para llevarnos a la comisaría de la zona.
VII
Tenían razón en utilizar todos sus recursos para desalojarnos rápido porque el desalojo se empezó a transformar en la noticia del día y a generar cierta adhesión en una sociedad que aún vivía momentos de fuerte movilización.
La primicia del desalojo ganaba espacio en los noticieros y en las radios, y por eso para la comisaría empezamos a ser también un problema. Quemábamos.
En un esfuerzo policial inédito, en pocos minutos nos sacaron nuestros “efectos personales”, nos hicieron tocar el pianito a todos y nos encerraron en grupos de a dos en los calabozos. Sin embargo, algo les iba a salir mal, porque en esa superposición de tareas, motivada en el apuro por sacarnos de encima antes de que llegaran las asambleas de vecinos, no nos revisaron bien y pudimos quedarnos un teléfono celular con el que llamamos a una periodista de Indymedia para hacer algunas declaraciones en vivo, desde el calabozo y en nuestra reciente calidad de detenidos.
Unos minutos después, cuando nos sacaron de las celdas para que un agente de la SIDE nos filmara para el álbum familiar del Estado, - otra de las novedades represivas del gobierno de Duhalde-, pudimos ver que nuestra popularidad iba en aumento, porque mientras esperábamos nuestro turno cerca de uno de los escritorios pudimos ver la noticia de nuestra toma en la televisión con el título que habían elegido los medios para contar nuestra historia: “El desalojo de los chicos de Almagro”.
Durante las primeras horas del mediodía de ese lunes empezaron a llegar nuestros compañeros y algunos vecinos con bombos, redoblantes y algunas pequeñas banderas que habían soportado al frío, la lluvia y la represión policial. Volvíamos a sentirnos acompañados como cuando estábamos en la pizzería. Cuando empezaron a cantar el clásico, “A los asesinos la cárcel ya, a los compañeros la libertad” en alguna celda vecina se comenzó a oír un tímido silbido que hacía de acompañamiento a las voces que llegaban desde afuera. En seguida estábamos todos silbando otra vez, pero adentro de la comisaría tampoco nadie se animaba a tocarnos.
VIII
A las 12:30h aproximadamente nos trasladaron a los Tribunales a prestar declaración, escoltados por una comitiva compuesta por varios carros de policía, digna de mejores reos.
Cuando llegamos, ya había, algunos compañeros que nos esperaban con banderas y unos pocos periodistas. Volvimos a repetir todos los pasos administrativos que ya habíamos cumplido en la comisaría de Almagro y nos volvieron a encerrar en las celdas de tribunales, aunque esta vez durante algunas horas.
Cerca de las siete nos dijeron que nos preparáramos que nos iban a trasladar a Lugano para soltarnos allá. La causa por la ocupación avanzaba, pero en ese momento lo importante era que nos iban a soltar y que nos tocaba salir justo en el horario central de los noticieros de la tarde.
Cuando llegó nuestro momento, nuestro abogado de la Correpi, nos dijo que salíamos y recién en ese momento pudimos ver que la cantidad de gente que había en la puerta se había multiplicado y se había transformado en una muchedumbre, compuesta por compañeros de distintos partidos políticos, vecinos solidarios de diversas asambleas, los centros de estudiantes de las facultades de sociología y filosofía de la UBA, algunos centros de colegios secundarios y gran cantidad de cámaras de televisión, periodistas y hasta algunos curiosos.
Cuando nuestra pequeña aventura ya parecía cerca de terminar porque nos iban a trasladar para liberarnos, decidimos dejar una buena imagen. Sabíamos que durante el breve trayecto que había entre las puertas de los tribunales y los camiones celulares que nos esperaban para llevarnos hasta la central de Lugano nos iban a filmar todos los noticieros y que nos iban a ver todos nuestros amigos y familiares, así que ese iba a ser nuestro momento. No teníamos vergüenza de lo que habíamos hecho, porque era lo que había que hacer, por lo menos así lo entendíamos nosotros, y era importante que los que nos vieran por la tele y nuestros propios compañeros lo supieran también.
Para nosotros era también como una pequeña revancha, así que mientras escuchábamos que el griterío de los compañeros crecía, entre nosotros empezamos a darnos aliento y nos prometimos salir con la cabeza bien en alto.
Fueron apenas unos minutos de espera, pero desde ese momento empezamos a vivir todo como una película.
Algunos salimos riéndonos frente a las cámaras, otros forcejeamos con los policías y otros levantaron los brazos esposados para agitar a la hinchada que nos hacía el aguante desde afuera.
IX
A Lugano llegamos ya cerca de las diez de la noche, tras ser escoltados nuevamente por otro importante dispositivo de seguridad que atravesó la ciudad a toda velocidad sin respetar semáforos ni peatones.
Repetimos otra vez el rito de entregar cordones, relojes y tocar el pianito y nos ubicaron en una celda grande junto a otros veinte presos que nos miraban como a bichos raros y que esperaban como nosotros el momento de salir para volver a sus casas.
A nosotros nos firmaron la salida cerca de las doce de la noche y a los cinco minutos ya estábamos recorriendo el largo camino hacia la calle a través de un largo y oscuro pasillo, acompañados cada uno por un oficial de policía.
Poco antes de cruzar la puerta final empezaban a escucharse nuevamente los bombos y los gritos de los compañeros que pedían por nuestra libertad y como sucedió durante todo aquel día se nos volvió a hinchar el pecho de orgullo. Ya eran más de las doce de la noche de aquel lunes y al otro día todos tenían que volver a trabajar, sin embargo, estaban ahí inquebrantables y esperando que saliéramos para recibirnos con una mezcla de orgullo y alegría.
Cuando finalmente abrieron la última puerta de la comisaría de Lugano nos dimos cuenta de que salíamos a una especie de balcón con una escalera que daba justo al corazón de la hinchada compuesta por nuestros compañeros que nos esperaban como a la selección cuando volvía de México en el ´86. Lamentablemente en ese fin de semana nosotros no habíamos podido meter ni un gol y en cambio nos habíamos comido unos cuantos, pero esa noche los campeones parecíamos nosotros.
Salíamos de a uno y con cada uno que se asomaba a la puerta estallaban los gritos y los aplausos y así siguió hasta que estuvimos todos afuera, porque ahí el festejo fue total, y cada uno de nosotros terminó en los hombros de varios compañeros que se querían desahogar ellos también y elegían esa forma.
El martes por la mañana escribimos nuestro propio comunicado para compartir con todos los que nos habían acompañado.
Decía así:
Ante el desalojo en Almagro
Por Jóvenes de Almagro- Wednesday, Nov 13, 2002 at 12:34
La mejor forma de decirles gracias es seguir peleando. Desde el barrio de Almagro, queremos agradecer a todos los compañeros que se acercaron a acompañarnos durante este fin de semana lluvioso y el lunes en que estuvimos detenidos por la policía.
Gracias a las asambleas barriales, especialmente a la de Corrientes y Medrano que dieron un ejemplo de solidaridad y aguante, a indymedia, radio La Tribu y FM La Boca por su apoyo.
Gracias a los vecinos que se acercaron espontáneamente para apoyarnos y traernos comida durante las horas de encierro y a los compañeros de la Facultad de Ciencias Sociales que están ocupando el rectorado desde hace más de tres semanas para defender la educación y se acercaron para acompañarnos durante tres días.
Sabemos que el poder les tiene miedo a los jóvenes cuando nos juntamos y tienen bien frescas las imágenes del 20 de Diciembre, por eso lo que está en juego no es sólo un lugar donde se den talleres y un merendero, sino un lugar de encuentro y debate.
Por todo esto queremos ratificar que el centro cultural Darío Santillán de almagro se inauguró el 10/11 a pesar del vallado, del corte de agua a manos de la policía, de la represión a los que aguantaban afuera y del desalojo violento del espacio físico, por lo que éste tendrá un carácter itinerante hasta dar con un lugar definitivo.
Por lo pronto están todos invitados al merendero que funciona en el Colegio Independencia en Humahuaca 4134 y a discutir los pasos a seguir por el espacio físico. Porque el barrio de almagro ya tiene el Centro Cultural Darío Santillán.
QUE SE VAYAN TODOS. QUE NO QUEDE NI UNO SOLO
HASTA LA VICTORIA SIEMPRE
Jóvenes de Almagro
XI
A los pocos meses de aquella toma frustrada, en el tiempo que nos quedaba libre después de cumplir con las horas de trabajo comunitario de nuestra probation, pudimos notar, siguiendo con algún detenimiento las noticias de los diarios, que los desalojos empezaban a reiterarse de forma notable. La mayoría de ellos afectaban a las asambleas populares y el que sufrimos nosotros iba a ser uno de los primeros de una larga lista.
Algo había cambiado lenta e imperceptiblemente en nuestro país. Mientras los cronistas de las secciones políticas de los grandes diarios insistían en la inminencia del cataclismo final; el sistema político y los grandes grupos de poder empezaban a recuperar terreno, a preparar una salida para el descalabro nacional y los movimientos sociales, así como, la sociedad en su conjunto no alcanzaban a constituir una alternativa política que trascendiese el “que se vayan todos”.
En cuanto a nosotros, “los jóvenes de Almagro” que ya no somos, nos llevamos para siempre el valor de los y las compañeras, las miradas con las que decíamos y nos decían: no aflojes, la actualidad de todo lo que falta.
Es cierto que aquel fin de semana de expropiatoria alegría nos tocó perder, pero fue una de esas derrotas que merecen llevarse en la memoria y cada tanto, volver a contar.