La independencia es un sueño eterno (nueva respuesta a Galasso), por Hugo Chumbita
Por Hugo Chumbita
Agradezco la respuesta cordial de Norberto Galasso a las cuestiones que planteo en mi nota publicada por APU, aunque sus razones me parecen insuficientes, y quiero insistir en el eje de un tema que vale la pena profundizar: ¿Los revolucionarios de 1810 buscaban o no la independencia?
Creo que es un asunto de evidente interés historiográfico, e incluso actual, cuando la independencia sigue siendo un dilema económico y cultural, y cuando necesitamos renovar el revisionismo histórico como fundamento de una conciencia nacional y popular. La interpretación de Galasso −que tiene lejanos precedentes, incluso en los discursos de Pedro Ignacio Castro Barros, Antonio Sáenz y Juan Manuel de Rosas, luego sostenida por los historiadores del revisionismo hispanista y por los seguidores de Jorge Abelardo Ramos− es que la independencia no fue el propósito de la revolución de 1810, sino el resultado posterior debido a la reacción absolutista de Fernando VII. Entonces, lo que se desata el 25 de mayo sólo habría sido al comienzo una proyección del liberalismo constitucionalista europeo y español, y no un movimiento emancipador de los americanos.
Esta interpretación no hace justicia a las ideas y las actitudes de los patriotas revolucionarios de la primera hora. No solamente los de Buenos Aires, sino los de otras latitudes del continente que se levantaron aprovechando las circunstancias de crisis del régimen en la península, siguiendo el modelo juntista y por razones tácticas con la “máscara de Fernando”, pero decididos a quebrar el sistema colonial para suprimir los privilegios y el régimen de castas que oprimía a la mayoría social de mestizos, indios y esclavos, y terminar con la explotación y los abusos del monopolio comercial.
No hubo sólo “algunos anuncios de independentismo” que “no tuvieron consenso”. Los alzamientos del Alto Perú en 1809, donde se planteó “el silogismo de Chuquisaca”, eran decididamente independentistas. La revolución en Caracas declaró inequívocamente la independencia en julio de 1811. Sobre la adopción de la máscara de Fernando es elocuente la explicación de Cornelio Saavedra en su carta a Juan José Viamonte del 27 de junio 1811 (que cayó en manos de los realistas y se utilizó para denunciar “el plan de los revolucionarios”): "Si nosotros no reconociésemos a Fernando, tendría la Inglaterra derecho o se consideraría obligada a sostener a nuestros contrarios que le reconocen, y nos declararía la guerra […] ¿Qué se pierde en que de palabra y por escrito digamos ¡Fernando! ¡Fernando!, y con las obras allanemos los caminos al Congreso, único tribunal competente que debe y puede establecer el sistema o forma de gobierno que se estime conveniente, en que convengan los diputados que le han de componer?".
Es lo mismo que dice el Plan de Operaciones de Mariano Moreno, en el cual se proyecta la independencia del nuevo Estado de América del Sud, según las citas textuales que transcribí en mi nota anterior: un plan de 1810, cuya autenticidad está en tela de juicio; pero entiendo que Galasso comparte la opinión de que, aún en el caso de haber sido inventado o adulterado por los agentes realistas, como señalaron varios historiadores, coincide con las propuestas básicas del grupo jacobino porteño.
Las ideas de “igualdad e independencia” que invocaba Bernardo de Monteagudo en 1812 defendiendo en juicio a Juan José Castelli, son las mismas que consagraba el Himno de Vicente López y Planes, aprobado por la Asamblea Constituyente de 1813, en el cual resuenan los versos inconfundibles del proyecto de liberación: “oíd el ruido de rotas cadenas, ved en trono a la noble igualdad”; “una nueva y gloriosa nación”, “de América el nombre”, hasta rendir “al ibérico al|tivo león”.
Si aquella Asamblea no sancionó la independencia, que postulaban resueltamente los diputados orientales de Artigas −y que declararon antes de 1816 las provincias de la Liga Federal−, fue por las mismas razones tácticas que invocaba la carta de Saavedra: la conveniencia de contar con la ayuda aparentemente neutral de los británicos.
En cuanto a San Martín, es evidente que decidió sumarse a la revolución americana que ya en 1811 se había proclamado independentista en Caracas, según surge de su conocida carta al mariscal peruano Ramón Castilla: “Una reunión de americanos, en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etcétera, resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar. […] En el período de diez años de mi carrera pública, en diferentes mandos y estados, la política que me propuse seguir fue invariable […] mirar a todos los Estados americanos en que las fuerzas de mi mando penetraron, como Estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin. Consecuente a este justísimo principio, mi primer paso era hacer declarar su independencia y crearles una fuerza militar propia que la asegurase” (carta del 11 de septiembre 1848).
No está en discusión el mayor o menor grado de afección a España y su pueblo, ni la incidencia coyuntural del constitucionalismo liberal español de la época, sino la profundidad del sentido emancipador de la revolución americana desde sus inicios, y por lo tanto las causas del gran levantamiento social que conllevó.
Se trata de un problema epistemológico, tanto en la visión de los procesos políticos como en el caso de los personajes de nuestra historia. Según enseñaba Puiggrós, las causas externas actúan a través de las causas internas; tienen influencia, a veces primordial, pero obrando sobre un fondo o base ya creado por las causas internas, e inciden en los cambios sociales por intermedio de éstas, en la medida en que éstas se lo permiten; sin comprender esta relación causal, en el pensamiento eurocéntrico la historia americana tiende a presentarse como mero reflejo de la historia europea. Y nuestra revolución de la independencia como mera proyección de la revolución burguesa mundial.
De manera análoga, se suele interpretar la conducta humana como efecto de las ideas, sin considerar otros factores, de clase, subjetivos y/o emocionales, es decir la “pasión eficiente” que mueve la voluntad de las personas y los pueblos. Este es el nudo en la historia de San Martín y su origen mestizo, que en mis investigaciones he tratado de enfocar entrelazada a la historia de la sociedad colonial de su tiempo. No volvió a América a luchar por razones liberales abstractas, sino por solidaridad con la causa de la libertad e igualdad de quienes, como él, eran hijos de los conquistadores y los conquistados.