La voz del feminismo en el cine de María Luisa Bemberg
Por Silvina Gianibelli
En mayo del año ochenta y cuatro María Luisa Bemberg estrena su masterpiece, “Camila”, protagonizada por Susú Pecoraro en la piel de Camila O'Gorman.
El pensamiento agudo de la directora cinematográfica la llevó a pensar en un film que sería ícono de los años noventa, una mujer que desafiando los mandatos familiares y las prohibiciones políticas del momento alcanza su búsqueda de la liberación personal a través del amor, enfrentándose a dos instituciones que la apresan: la familia y la iglesia.
Este personaje reivindica los ideales de una mujer que tiene que atravesar los muros tanto internos de una familia (aristocrática tradicional) y los externos: el orden rosista que interviene en su huida junto a su amado desencadenando la muerte de ambos.
La heroína romántica, heredera de una tradición criolla federal, cae bajo el acribillamiento de las balas en manos del gobierno. Probablemente es un escenario teñido con la fuerza poética de Esteban Echeverría donde los fusiles golpean las entrañas del cuerpo de una mujer que solamente ama.
Catorce años después el estado italiano se encargaba de justificar una persecución absurda a Soledad Rosas, de la estirpe del Restaurador, provocando una muerte más. La tan linda chica de Barrio Norte que había encontrado en Turín la bandera de la anarquía, es acusada injustamente de ser ecoterrorista.
Los convulsionados años noventa traían consigo una percepción nihilista en cuanto al pensamiento de las mujeres que transitábamos nuestros primeros pasos por la universidad. Éramos las niñas que habíamos nacido en la dictadura y nuestro porvenir estaba teñido de pura ambigüedad, el escenario sociopolítico del momento solo nos ofrecía un escenario con un telón de fondo: el escepticismo y la vaguedad. ¿Ideales para qué? Si habían exterminado la generación de nuestros padres intelectuales, de los padres de nuestros amigos. Nacimos en la muerte, para poder buscar nuestro propio sentido a la vida.
El videoclip alcanzaba las formas más vanguardistas de la nueva poesía visual, la intermitencia del tiempo, la fragmentación acelerada y la yuxtaposición de imágenes sin ordenar, nos venían a decir que la única verdad era nuestra propia perspectiva.
Los ideales que antes se habían construido desde la mirada moderna, habían entrado en la picadora de carne de la posmodernidad. Camila caía con el peso de las madres muertas por sus propios ideales, y nos sembraba un presente reparador ¿Qué más que el amor puede empoderar la propia decisión de amar? ¡Para qué cambiar el mundo si habíamos nacido en medio de la tortura y el terror de estado!
Nuestra propia realidad se manifestaba como un videoclip, una forma difusa, perceptiva. No podíamos aún contar la historia sobre la realidad que se nos presentaba, sólo podíamos asumirla en sintagmas, en modos de fragmentos de imágenes, con fotografías rotas que se ensimismaban con otras sin poder completarse.
Sin embargo algo sabíamos: que el ser mujer en estos tiempos era poder seguir el camino hacia la libertad .
El atentado a la AMIA había pegado fuerte en nuestra propia vulnerabilidad, y faltaría un tiempo para que se levanten las cámaras hacia el cielo con las pancartas de José Luis Cabezas. Yo sabía, yo sabía, lo mató la policía.
No eran tiempos para soñar sino para trabajar duro por los sueños. Nuestro principal espacio de revolución era el interior y como si se tratara de una escena psicodramática allí en nuestro imaginario Bemberg nos estaba hablando también con Sor Juana Inés de la Cruz.
De a poco nos marcaba el camino hacia la micropolítica, la alegoría y la reinvindicación de una lucha, la de todas. Contra todo. Nadie que no haya palpitado su cine desde su implicancia feminista puede afirmar que el camino no estuvo alumbrado, eso lo sabemos hoy adultas y feministas, de pie en nuestra propia historia.
Quizá desde algún horizonte de la lucha una siga preguntando: ¿María Luisa? ¿María Luisa? Y del otro lado susurrando sin vendas en los ojos nos esté diciendo: A tu lado, Camila.