Silencio nunca más: condena por abusos sexuales en la ESMA
Por Camila Ristoff
El 13 de agosto, se conoció el veredicto del Tribunal en lo Criminal Federal n° 5 de la ciudad de Buenos Aires, a cargo de los/as jueces Adrián Grünberg, Adriana Palliotti y Daniel Obligado, en relación a los abusos sexuales cometidos en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) contra tres mujeres detenidas ilegalmente y/o sometidas al régimen de libertad vigilada durante la dictadura cívico militar.
El juicio oral, que comenzó en octubre de 2020, culminó con un veredicto de condena contra Jorge “Tigre” Acosta y Alberto “Gato” González, a 24 y 20 años de prisión respectivamente. Los fundamentos del veredicto se conocerán en octubre de este año.
La ESMA fue uno de los Centros Clandestinos de Detención de los que se valió la dictadura cívico militar argentina para llevar adelante su plan sistemático de deshumanización y exterminio. Uno de los métodos de tortura allí empleados - y también fuera de la ESMA, en el marco de las “libertades vigiladas” - tuvo por sujeto específico los cuerpos de las mujeres, a través violaciones y otros abusos a su integridad sexual y psicológica, cometidos por los represores y avalados por la organicidad de la estructura de poder militar.
Las tres mujeres víctimas en la presente causa ya habían realizado declaraciones sobre los abusos sufridos durante la privación ilegítima de su libertad, pero en el marco de debates orales previos que juzgaban otros crímenes de lesa humanidad cometidos en el circuito represivo de la ESMA. Luego de dichas declaraciones, el Tribunal interviniente ordenó su investigación particularizada, dando origen a esta nueva causa por los delitos de abuso sexual.
En la misma, Acosta fue acusado por hechos de violencia sexual cometidos contra las tres mujeres, mientras que González lo fue por el perpetrado contra una de ellas. En ambos casos, la fiscalía pidió 25 años de prisión.
El nuevo juicio, al otorgarles centralidad a estas mujeres y a su historia, significó para ellas la efectivización de un derecho tan básico como el ser oídas por la justicia argentina tras las vulneraciones particulares a las que fueron sometidas durante la etapa más oscura de nuestra historia nacional. En efecto, el juzgamiento se focalizó en la violencia sexual ejercida como método de represión y control psicológico y evidenció la importancia que tiene para el Estado investigarla, condenarla y repararla.
Aunque Acosta y González ya cumplen condenas por ser autores de otros crímenes de lesa humanidad, como jefe e integrante del Grupo de Tareas 3.3.2. respectivamente, esta es la primera vez que son juzgados y condenados por hechos de violencia sexual, que fueron declarados imprescriptibles por ser considerados crímenes de lesa humanidad.
Hasta este momento los delitos de abuso sexual habían sido objeto de acusación en los distintos juicios vinculados a la ESMA, pero no habían sido diferencialmente nombrados en las sentencias y condenas. Tras este histórico veredicto, los mismos ya no quedan diluidos dentro de la figura de “torturas”, sino que son analizados de manera autónoma.
Contexto
Pese a que los juicios de lesa humanidad tienen una larga historia en el país, recién en el año 2010 los abusos sexuales fueron tratados como delitos autónomos. Ese año el Tribunal Oral Federal de Mar del Plata condenó al ex suboficial de la Fuerza Aérea, Gregorio Rafael Molina, por “violación agravada”. Además, se reconoció que estos delitos eran una práctica habitual en los centros clandestinos de detención y que gozaban de gran impunidad, ya que las víctimas, por miedo, prejuicio o vergüenza, callaban la violencia sufrida.
El fallo fue ratificado en 2012 por la Sala IV de la Cámara Federal de Casación Penal.
Según la Procuraduría de Crímenes Contra la Humanidad, a marzo de 2020, solo el 13% de las sentencias recaídas en estos procesos abordaron los delitos de violencia sexual en forma autónoma y de un total de 968 personas condenadas por crímenes de lesa humanidad, 103 fueron encontradas responsables de delitos sexuales.
Una reparación justa
Ser una mujer víctima del terror, vivir una detención ilegal y ser abusada sexualmente no es algo fácil de narrar.
No lo es aun en democracia, en sociedades esencialmente patriarcales que fácilmente pueden cuestionar a esas mujeres por lo que hacían o lo que eran, o culparlas por lo que sufrieron por lo que les hicieron sufrir.
No lo es ante tribunales, en juicios orales y públicos, donde pueden preguntarles cualquier cosa - con una sutil crueldad y un claro descreimiento - y donde se ven obligadas a recordar y repetir detalles del mayor ultraje a su integridad. Y explicarlo. Y llorarlo, otra vez.
Sin embargo, estos hechos están cobrando relevancia y visibilidad. Y, me atrevo a decir, estamos encontrando respaldos suficientes para que las personas que los sufrieron puedan narrarlos en el marco de los procesos de memoria, verdad y justicia, al calor de los movimientos feministas y bajo el abrazo de otras compañeras.
Así, los testimonios de unas abren el camino a muchos otros, que puedan evidenciar la sistematicidad de la tortura sexual y, en los términos de Rita Segato, su utilización como arma de guerra y como forma de dominación en el marco del terrorismo de Estado argentino -cuestión que viene comprobándose en nuestros tribunales internos-.
Sentencias como la de este viernes hacen a la reparación histórica que el Estado debe a quienes cargan sobre sus espaldas y sus vidas una forma específica de los crímenes de lesa humanidad; vienen a reconocer esta especificidad y a nombrarla como tal.
Constituyen, en consecuencia, un modelo para muchas otras historias que también merecen su reparación y su condena. Si la oscuridad puso un manto de silencio sobre ellas, tenemos ahora una luz verde para narrarlas, en el marco de causas que tienen a las mujeres como víctimas, testigos y protagonistas.
Si el habla nos hace humanos y humanas, poner en palabras una historia marcada en el cuerpo evidencia la derrota del intento de deshumanización, que finalmente no logró conseguir la comodidad del silencio.
Esta vez, un nunca más especial para nuestras compañeras y para los tormentos que hoy, con dolor, pueden narrar.