Anticipaciones, certezas y esperanzas, por Santiago Liaudat
Por Santiago Liaudat
Como es natural en estas ocasiones, hoy se multiplicaron al infinito las interpretaciones sobre los resultados electorales del domingo 12 de septiembre. Es normal buscar con palabras calmar la angustia frente a lo incomprensible, ahuyentar el miedo y favorecer cursos de acción. Aquí no queremos sumarnos al maremágnum de argumentaciones en favor de una u otra lectura sobre el principal factor explicativo (económico, político o cultural), sin desmerecer la importancia que el diagnóstico tiene sobre la línea a seguir. Sino que pretendemos poner la discusión en otra parte. Recuperando análisis e hipótesis tristemente verificadas que realizamos en tres coyunturas totalmente distintas, la idea es poder ubicar el debate en el plano de lo estratégico. Luego de traer el presente esas contribuciones, se presentan algunas certezas emanadas de la jornada electoral del domingo y se propone la necesidad de convocar a la voluntad colectiva para recuperar un horizonte de esperanza.
Anticipaciones
A continuación, recuperamos algunas contribuciones vertidas en dos textos y una charla. No traemos estos reflexiones al presente por vanidad – ¡cuánto mejor habría sido equivocarnos!–, sino para señalar que, aunque el resultado del domingo fue sorpresivo, ciertas tendencias de la realidad ya lo anunciaban.
El primer texto se titula “Estudio preliminar: La desconexión como salida de la encrucijada argentina”, y fue presentado en octubre de 2019 (aunque escrito en los primeros meses de ese año, cuando todavía quedaba lejos la posibilidad de derrotar al macrismo en las urnas). Luego de presentar una caracterización sobre el funcionamiento del capitalismo mundial en esta etapa y el lugar que ocupan las periferias –en especial, América Latina– en ese orden global, enunciamos explícitamente la preocupación frente a “la idea de que con una buena gestión –con sentido nacional– alcanza para salir adelante” (p. 25). Mencionamos las limitaciones experimentadas por la economía argentina desde 2012 (no desde 2015), y planteamos que, de no enfrentar con contundencia los cuellos de botella que “frenan el crecimiento”, nos chocaríamos de nuevo con los “límites del desarrollo dependiente”. De allí se desprendía que el clima de malestar por insatisfacción de demandas iba a crecer, generando decepción frente a una dirigencia política vista como incapaz, favoreciendo un nuevo movimiento pendular (cambios bruscos de orientación entre liberales y desarrollistas) que continuaría con la espiral descendente en que nos encontramos como país. En síntesis, se planteaba que sin un proceso de desconexión, que implique esencialmente la adopción de una vía nacional-popular consecuente y ciertos grados de ruptura con las reglas establecidas de juego, la encrucijada argentina no se superaría y se profundizaría la crisis.
El segundo texto se tituló “Es momento de actuar” y fue publicado en mayo de 2020. Es decir, fue escrito un año después que el anterior y en una coyuntura completamente distinta: el Frente de Todos había ganado cómodamente las elecciones, el macrismo estaba en retirada, y la gestión de la pandemia de parte del gobierno contaba con altísimo nivel de aprobación. La preocupación, sin embargo, y frente al perfil que adoptaba el gobierno, era la misma. Allí señalábamos que no habría que pretender un “retorno a la normalidad”, sino aprovechar el momento excepcional para tomar medidas excepcionales. Un mes después, en junio, parecía que el gobierno iniciaba ese camino con el anuncio de expropiación de Vicentín. Desandar pocas semanas después esa iniciativa fue, sin dudas, uno de los errores que más caro costó al oficialismo. Además, planteábamos en aquel escrito la necesidad de dar una “meta estratégica al esfuerzo colectivo”, enumerábamos las condiciones favorables que existían en ese momento para emprender acciones audaces y alentábamos al gobierno a “retomar la iniciativa”, a pocos meses de haber asumido. Sin lo cual, la mística militante y la adhesión popular se diluirían.
Finalmente, en una charla realizada en agosto de 2021, o sea un mes antes de las elecciones, titulada “Ciencia, Tecnología e Innovación: hacia un pensamiento estratégico y una agenda soberana”, señalamos –luego de dejar en claro que el principal antagonismo del proyecto nacional es con el bloque liberal– que el campo nacional se debatía en tres posiciones:
a) una posición culturalista-posmoderna que tiene a confundir avance en discursos y derechos formales con avances materiales y cambios estructurales. Aunque es una postura pequeña en términos poblacionales está sobrerrepresentada en la agenda de debates debido a la composición de clase ilustrada de este sector, así como producto de que es la agenda favorecida por el globalismo norteamericano (sintéticamente, el Partido Demócrata). Esta postura “progre” siempre existió en el país, la novedad es el lugar que pasó a ocupar en los últimos años dentro del Frente Nacional y en la gestión pública;
b) una posición neodesarrollista, absolutamente hegemónica en política económica, que, a diferencia de la anterior, mira la dimensión material de la realidad y observa el devenir de las masas sociales, pero es incapaz de ir más allá de los límites del instrumental neokeynesiano en la macroeconomía y neoschumpeteriano en la microeconomía. Los límites fundamentales de estos enfoques son, por un lado, una lectura “nacional-centrada” del capitalismo actual, que conduce a creer que con cambios en política doméstica es posible “salir adelante”, y, por otro lado, cierta idea de derrame por la cual el crecimiento económico incluirá a los excluidos más temprano que tarde. En síntesis, la mirada neodesarrollista entiende que el “cambio estructural” –resumidamente, superar el atraso– es posible mediante una correcta gestión en materia económica que conduzca a un capitalismo normal o “en serio”. La dependencia no es vista como condicionante objetivo de esa estrategia, sino como el marco “en el que toca desenvolverse” (las reglas de juego).
c) un postura transformadora, heterogénea, desarticulada, que cuenta apenas con ciertas voces en la arena pública y algunos representantes dentro del Frente Nacional (casi ninguno en cargos de alta gestión). Desde esta posición se anunciaron los nubarrones que se avecinaban y que hoy son tormenta. Se trata de una posición que sostiene que no es posible el cambio estructural sin desconexión. Es decir, sin un grado de ruptura respecto a las pautas establecidas por el orden global y nacional (statu quo). Transformación que solo es posible invocando a la mística, la movilización y organización popular, la audacia y la voluntad política.
Por supuesto, no se desconoce en todo esto el formidable acierto político de la construcción del Frente de Todos, el enorme trabajo realizado en la gestión de la pandemia y en diversas instancias ejecutivas oficiales. No se trata de desmerecer el trabajo de nadie. Sino de ubicar el debate en otro plano: el estratégico.
Certezas
De la jornada de ayer se siguen al menos tres certezas. Todo lo demás es motivo de deliberación y discusión. La primera certeza es que los resultados electorales sorprendieron a propios y ajenos. Pocos minutos antes de que se presentaran los primeros números oficiales, los medios opositores señalaban que era la primera vez desde 2005 que el kirchnerismo ganaba unas legislativas. Por supuesto, hubo voces díscolas en las filas en el oficialismo que alertaron sobre el malestar social en los pobres. Pero miente quien diga que previó tamaña caída electoral del Frente de Todos, una caída que atraviesa clases sociales y territorios. La discusión era el margen por el que se ganaba. De lo cual se sigue que existe una confianza desmedida en las encuestas y una falta de termómetro en la dirigencia política, la élite intelectual y el periodismo sobre el humor social.
La segunda certeza es que, de mantenerse o ampliarse las diferencias electorales del último domingo, se presentan dos años por delante con una gobernabilidad muy condicionada. Se vuelve imperativo buscar reducir esa diferencia por todos los medios. Este es el terreno de la táctica electoral. Es poco tiempo, pero ha sucedido en otras oportunidades que hubo grandes variaciones entre las elecciones primeras y las generales. No es tarea fácil, ya que se trata de volver a lograr la adhesión de vastos sectores que castigaron con su voto opositor al Frente de Todos. Es decir, el desafío de cómo recuperar en pocos meses la credibilidad perdida en dos años.
De lo cual se sigue la tercera certeza: solo es posible ese reencuentro si hay un mensaje claro y contundente de cambio de rumbo. Por supuesto, lo que está en debate es hacia dónde. Están quienes van a plantear que la sociedad se “derechizó” (amparados en que la mayoría de los votos se perdieron por derecha y que Juntos por el Cambio no perdió su caudal electoral) y, por lo tanto, hay que generar mensajes hacia ese lado: apelaciones al diálogo, pretender generar confianza en los mercados, quitar del gobierno los rostros más confrontativos, generar concesiones al sector liberal conservador de la Argentina. Desde nuestro punto de vista esa estrategia es absolutamente errada, y, de hecho, ha sido la tónica de las acciones emprendidas estos años que condujeron al descrédito en que nos encontramos.
El camino creemos es el contrario. No defensivo, sino ofensivo. Aumentar la polarización, salir al cruce duro contra la oposición, elegir los temas de debate y no correr detrás de la agenda planteada por los medios hegemónicos, recuperar la iniciativa con medidas concretas que beneficien a la base electoral que buscamos interpelar (excluidos, pobres, asalariados, jubilados) y una agenda de transformación de mediano plazo (reformas estructurales). No alcanza con enunciar políticas en abstracto. Si queremos recuperar credibilidad, necesitamos de acciones visibles y palpables en favor de las mayorías.
Esperanzas
El momento es dramático para nuestro país. Un triunfo contundente de Juntos por el Cambio en noviembre nos dejaría en una posición de enorme debilidad para los años por venir, favoreciendo el retorno del proyecto liberal al gobierno en 2023. De ocurrir eso, el país se hundiría a puntos tales que costaría décadas remontar los efectos negativos sobre el nivel de vida de los argentinos. Ya vimos de lo que fue capaz el macrismo en su “primer tiempo”. Si volviesen recargados por una derrota del Frente de Todos, quedarían con las manos libres para emprender la destrucción de conquistas sociales que no pudieron hacer en el período anterior.
El pesimismo de la inteligencia augura ese horizonte negro si el optimismo de la voluntad organizada no es capaz de torcerlo. Por eso el cierre de este texto es una invocación a todos los que sienten en el pecho el peso de la angustia. Porque como dijera San Martín: “Cuando la patria está en peligro, todo está permitido menos no defenderla”. Necesitamos que la dirigencia del Frente de Todos se ponga a la altura y convoque masivamente, a la militancia partidaria y no partidaria, a todos los argentinos y argentinas con sentido nacional, a la batalla electoral, en el corto plazo, y a dos años álgidos de organización, de confrontaciones y luchas. La esperanza solo puede sedimentarse en una movilización masiva de las fuerzas sociales, políticas e intelectuales del Proyecto Nacional. Política que viene siendo impulsada, pero fragmentariamente, por actores sociales. Precisamos un mensaje claro desde la dirigencia del Frente Nacional. Mensaje que, como dijimos, necesariamente vaya respaldado por acciones.
La esperanza está en creer en nuestras fuerzas, en nuestras raíces y sueños, en lo que somos y representamos, y lo que son y representan las fuerzas antinacionales del neoliberalismo. Si damos estrategia a nuestra bronca, si logramos transmitir el peligro que nos acecha como patria, como pueblo y como trabajadores, y si inflamamos los corazones con decisiones audaces en favor del bien común, solo así venceremos.