El sabor de las cosas: desentusiasmo y pandemia
Por Sofía Guggiari | Ilustración: Gabriela Canteros
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Hace un tiempo noto que me está costando hacer o pensar en ciertas actividades que hasta hace muy poco eran habituales para mí. El desencanto del mundo me deja displicente.
Donde más placer encuentro es en esos momentos donde justamente lo que parece alejarse es algo de mi vida cotidiana: lo más sabido, codificado, conocido, habitual.
Pienso, por otro lado, si ejercer el psicoanálisis, mi profesión, no es acaso también salirse de unx para ofertarse a lo imprevisto del otrx, (o en su repetición) pero principalmente apostando a que esa otra vida, totalmente distinta, pueda emerger en el entre, pero esto quizás es materia para otro escrito.
Yo acá quiero hablar sobre el desentusiasmo, el mío, claro. Y de esa sensación extraña de mutación pandémica. De ese movimiento de espacios, de producción de territorios, cuerpos y geografías
Hace poco volví de un viaje y entonces busco por todos lados sentirme ajena, extranjera otra vez, como si algo de esa experiencia me devolviese el encanto. Y recorro mi barrio, ando por esas calles que desde hace casi dos años se convirtieron en mi casa, en mi living, también mi hogar. Pero algo insiste: el hartazgo es algo que se siente y se lleva lo que encuentra a su paso.
La semana pasada un paciente me dijo cuando le pedí que hable sobre su propio desentusiasmo: "es como si las cosas no tuvieran sabor", y automáticamente lo asoció al COVID, y automáticamente yo también. Ahí estábamos, analista y analizado, lxs dos atravesadxs, producidxs y produciendo por la misma experiencia: la pandemia, la cuarentena, las pérdidas, el duelo, la vida y eso que todavía no sé a qué se refieren cuando lo nombran con tanta certeza, eso, extraño, indecible, eso que llaman "la nueva normalidad". Y a lo que parece, estamos obligadxs a adaptarnos. Y sí, algo de nuevo hay. Imposible haber pasado por la experiencia que pasamos sin convertirnos en otrxs.
Pero nuestra nueva normalidad es un abismo. Es un otrx en nosotrxs que está pidiendo lugar. Es una tristeza profunda por lo perdido. Es una sensación de extrañeza inmensa. Sensación de inminencia. De novedad, de miedo, de cansancio. Pero no, todavía no es desesperación.
Y me dice mi amiga "está rara la cosa", mientras planeamos encontrarnos a la noche para salir, aunque sea un rato, a olvidar mientras dure el encuentro, a creer que quizás en el destiempo del festejo algo podamos elaborar.
El desentusiasmo se presenta como ese sabor a nada, como me dijo mi paciente, esa rareza que hace que a unx le cuesta aferrarse, que pareciera que se derriten las cosas, que todo tiene un mismo color.
¿Será también la antesala a lo que está adviniendo? ¿Será el trabajo de sobreadaptación lo que produce tanto cansancio? ¿Será el desentusiasmo síntoma de un duelo popular? ¿Será la desesperación esta vez la que nos saque de la despotencia, la que nos empuje a huir de ahí? ¿Será que quizás necesitamos habitar esta rareza, este sinsabor, para que finalmente, como Eros que nació del Caos, algo nazca imprevisto de la nada, del bullicio algo se pueda oír?
Hay quienes tenemos menos paciencia con el desencanto, con perderle el gusto a las cosas. Hay quienes buscamos con ansia aquello del mundo que nos haga perder los estribos. ¿Por qué no es acaso eso, digo, sentirle sabor a las cosas, no es acaso eso también perder el control? ¿Esa irrupción de otra materialidad que no es la nuestra que nos compone de una manera singular?
Pienso si no necesitamos una épica que no sea necesariamente esa relación tan de resguardo con el peligro. Quizás necesitamos confrontarnos con él, y arriesgarnos un poco más. Y ojo, no hablo acá de descuido, de negacionismo, ni de libertad individual; ni me refiero a esquivar el tiempo del duelo, que implica siempre, siempre aunque nos cueste, habitar una detención.
Hablo, quizás, digo, escribo como un intento de producir un acto, algún sabor.