Cuando las opiniones también matan
En Brasil muchos comentaristas de televisión y columnistas de diarios ejercen una categoría casi profesional que podríamos llamar “especialistas en opinión”. Su función consiste en dar opiniones sobre los más variados temas, aunque no tenga la mínima idea de lo que sea. Para hacer una crítica pertinente a algo, sería necesario conocer bien el objeto que se critica. ¿Cierto? Está claro que nadie tiene la obligación de saber de nada, pero cuando alguien se propone hablar sobre un asunto, debería saber lo mínimo al respecto o tener la humildad de reconocer que necesita aprender. No hay problema alguno en eso, ya que estamos en constante aprendizaje. Sin embargo, al especialista en opinión no le interesa: lo que él desea es mostrar una pretendida postura enojada e impositiva.
Nosotras, feministas y militantes de la lucha antirracista, frecuentemente nos deparamos con esos “profesionales”. Es sólo hablar de las desigualdades existentes, de la violencia a las cuales las mujeres y la población negra están siendo sometidas, para enfrentar opiniones totalmente infundadas. Investigaciones y estudios son hechos para mostrar el mapa de la violencia en Brasil, pero la persona dice que no es así y punto. Tal vez porque no vea. Pero ella ni siquiera piensa la posibilidad de ser miope. Y cuando aún pacientemente argumentamos, mostramos datos, ella va hacia la grosería. Somos llamadas feminazis, lastimeras, victimistas. Todo eso por hablar de hechos sociales.
Generalmente, cuando alguien viene con “creo”, yo pregunto: “¿Basándose en qué usted dice eso? ¿Cuál es su fuente?”. La mayoría de las veces la respuesta es: “Yo creo que es así, es mi opinión”. Me dan ganas de responder: “Mi amor, puedo creer que soy Alice Walker y escribí El color púrpura, pero eso no cambia el hecho de que no lo soy”.
Que una persona crea que no existe racismo en Brasil no cambia el hecho de que en 2013, las personas negras ganaron un 54,7% del salario de los blancos, según encuesta del Instituto Brasilero de Geografía y Estadísticas. No cambia el hecho de que el asesinato de jóvenes negros en Brasil es 2,5 veces mayor que el de jóvenes blancos, según el Mapa de la Violencia 2012. O que la mayoría de la población negra sea pobre por cuenta del legado de la esclavitud. Que las mujeres negras aún sean la mayoría de las empleadas domésticas y estén en la base de la pirámide social.
Que una persona crea que el machismo no existe no cambia el hecho de que a cada cinco minutos una mujer es agredida en Brasil, según el mismo Mapa de la Violencia. Son mujeres siendo asesinadas por el simple hecho de ser mujeres. Ser críticos es una cosa, deshonestidad intelectual es otra, y es absolutamente imposible debatir con mentiras. Más allá de mostrar una clara falta de respeto con quien investiga, milita y vive las opresiones en la piel.
¿Cómo alguien puede querer legitimidad para hablar sobre lo que ignora? Negar hechos sociales para imponer una opinión es un problema serio de megalomanía. En algunos casos, es síndrome de privilegiado. Lo que más me asusta es que a la persona ni siquiera le importe si su opinión tiene relación con la realidad o si disemina prejuicios. Como vi en un meme el otro día: su opinión no cambia los hechos, pero los hechos deberían cambiar su opinión.
Sin embargo, más preocupante que todo “creo” es la perpetuación de las violencias que él acarrea. No hay problema alguno en creer que el espagueti es más sabroso que el ñoqui, gustar más del helado de frutilla que del de chocolate, o que haya estilos y personalidades diferentes. Las personas son diversas y eso es muy bueno. Ahora, cuando el tema es justicia social, derechos de sujetos, creer alguna cosa sin base alguno es, como mínimo, liviano. Estamos hablando de vidas de personas y no de preferencias gastronómicas.
Continuar en el “creo” a pesar de la desigualdad latente evidenciada, es concordar con esa desigualdad. Negar la existencia de hechos sociales y ridiculizar luchas históricas por equidad no es dar una opinión, es acordar con la violencia. Fuera de eso, también están los que confunden libertad de expresión con discurso de odio. Que un individuo diga “soy de la opinión de que negros y gays son inferiores” no es un punto de vista diferente.
Querer valerse del discurso de la libertad de expresión para destilar racismo, machismo, transfobia o esconderse atrás del argumento “es mi opinión”, es delito. Racismo es racismo, machismo es machismo, aunque venga en forma de opinión. Y deben ser combatidos.
Llamar a las feministas de “feminazi”, más allá de demostrar una clara ignorancia histórica, fortalece el sistema machista. Una persona que conoce mínimamente el feminismo jamás diría tal cosa. Es más fácil insultar a la compañera que admitir que se benefician del sistema corriente. Reconocer el privilegio de ser hombre implica cambios de actitud y de comportamiento, y sabemos que muchos ni siquiera piensan esa posibilidad. Invocar el concepto de igualdad abstracta cuando, concretamente, es la desigualdad que se verifica, es omitirse de la responsabilidad de luchar por una sociedad más justa.
También están los que apelan al argumento de la “envidia”. Para ellos, las activistas son personas rencorosas que hablan mucho – como si reivindicar derechos que los grupos privilegiados siempre tuvieron fuese igual a no tener la sagacidad de Audre Lorde (eso sí envidio), poeta y estudiosa feminista negra que escribió trabajos importantes como “Las herramientas del amo no van a desmantelar la Casa grande” y “Los usos de la rabia: Mujeres negras respondiendo al racismo”, entre otros. Colocar los problemas sociales en ese ámbito muestra cómo los especialistas en opinión ignoran por completo sobre lo que se proponen a opinar. Juzgar que la lucha por equidad es envidia o despecho, me produce vergüenza ajena.
Las personas que luchan contra las desigualdades no se hacen las víctimas: son víctimas de un sistema perverso y, al mismo tiempo, sujetos de acción, porque lo denuncian y luchan para cambiarlo.
Existen también quienes afirman que los activistas son muy agresivos (ignorando la realidad agresiva en que vivimos) y que el pensamiento positivo y una postura “más amor” resuelven todos los problemas. Eso termina en una burbuja de optimismo que da miedo, porque mirá si prende. Tener una postura positiva frente a la vida es importante, no lo niego, pero juzgar que los problemas sociales históricos se resuelven de esa manera, bordea la locura. ¿Será que Amarildo, el ayudante de albañil desaparecido después de ser detenido por la Policía Militar, no pensó lo suficientemente positivo? ¿Será que lo mismo ocurrió con Cláudia Ferreira da Silva, que fue asesinada por la misma PM, en el Morro de la Congonha, en la zona norte de Río, y que su cuerpo fue colocado en el baúl del patrullero, que se abrió mientras manejaban, por lo que ella terminó arrastrada por las calles? Por favor…
Como feministas negras también tenemos que luchar contra el “creo”. Opiniones vacías sobre cuestiones serias, por sí solas, pueden no matar, pero con seguridad ayudan a apretar el gatillo o a saltar el cuerpo en el piso.
* Publicado originalmente en el blog de Carta Capital el 31 de julio de 2014. Publicado en el libro “Quem tem medo do feminismo negro?".
Traducción: Santiago Gómez