Libros: “Todos los niños mienten”, de Sebastián Basualdo
Todos los niños mienten es la última novela de Sebastián Basualdo, editada por Emecé.
Desde la primera página, Sebastián Basualdo nos invita a ser parte de una historia. Ingresamos con el narrador a un edificio, a sus pasillos ruidosos desde donde vemos la ropa colgada, el color de las paredes, el cielo de la terraza y hasta percibimos un viento cálido y a veces tormentoso. De esta manera la voz se abre al descubrimiento de una comunidad, de vínculos nuevos, de incertidumbre. Lautaro, el personaje principal, recorre el edificio con mirada infantil y se detiene en cada detalle, en cada primera contemplación. El vecino flamante se encuentra con Roitter y Speedy y el nacimiento de la amistad fluye espontáneamente como el juego en la infancia.
En la novela trasunta el universo infantil con su misterio y un territorio de posibilidades donde el límite entre el juego y la realidad se vuelve difuso y esmerilado. Como escribe Sylvia Iparraguirre en la contratapa: “Zona donde los niños actúan verdades ficcionales que los adultos olvidaron o no quieren recordar: ¿El juego es del todo inocente? ¿Así lo vivimos en la infancia? “
El libro de Sebastián Basualdo nos introduce en la edad de la inocencia desde una voz singular que logra resignificar la experiencia, esa puerta que se abre al edificio nuevo es la misma que nos lleva por los intersticios de la niñez. Con maestría, Sebastián logra una escritura que a medida que avanza en el relato el lector/a también descubre con la mirada de la primera vez.
Lautaro vive con su mamá Cora y en esa convivencia confluyen las peripecias cotidianas, la ausencia del papá, el vínculo con la abuela y la ausencia de la madre por las horas del trabajo. Una serie de factores que hacen que Lautaro compare su familia con las de sus amigos, sin embargo la presencia del amor parece indestructible.
Todos los niños mienten también marca una época, la década del 90, y un paradigma: la familia tipo, la vergüenza por lo diferente, el pudor por el qué dirán, la culpa y una serie de condiciones que en el marco de infancia constituyen un antes y un después en la formación de la personalidad.
La novela es un libro para adultos/as pero que habla sobre la infancia, entonces el yo adulto/a se siente interpelado/a. ¿Cuánto de empatía se pone en juego cuando tratamos con niños/as?: “Muchas veces los adultos no se cuidan de hacer o hablar ciertas cosas porque olvidan o simulan olvidar que también fueron niños que escuchaban y veían y podían colmar el espacio de incomprensión con la paralizante sensación de verse amenazados”.
La vida adulta está compuesta por destellos de infancia. Imágenes fugaces construidas de recuerdos. Pantallazos de escenas en las que imaginación y realidad se fusionan a favor del presente. De esos retazos se constituye Todos los niños mienten.
En la novela la zona de sentidos se abre a múltiples interpretaciones, desde un primer momento pone en discusión el apotegma tradicional de “los niños no mienten” e instala la idea de juego como representación, ficción y búsqueda de la libertad. Y desde esa identificación desarrolla tópicos como la noción de tiempo y espacio, el sentido de pertenencia, la imaginación, el placer, el deseo y el nacimiento de la vergüenza. ¿Acaso el juego es el lugar más auténtico de la infancia?
El libro de Sebastián Basualdo nos introduce en la edad de la inocencia desde una voz singular que logra resignificar la experiencia, esa puerta que se abre al edificio nuevo es la misma que nos lleva por los intersticios de la niñez.
El juego sin duda es el espacio donde todo está permitido, un marco donde nada pareciera ser juzgado por eso se actúa con espontaneidad. Cora, la mamá de Lautaro, le habilita un juego donde él se mueve sin fisuras: recorre con un tazón todos los departamentos y recolecta cuanto entre en el pocillo. Los vecinos lo denominan “el explorador de la taza”. ¿Tiene un trasfondo ese juego que el niño vive como un paseo diario? ¿Todos los juegos son iguales y nos llevan al mismo lugar? ¿Hay peligro en el juego? Creo que en el juego prima el factor confianza, hay una suerte de creencia en que todo lo que se denomina juego no nos puede hacer mal.
Lautaro es un explorador, busca el clima de hogar, descubre que a veces las casas son como las personas que las habitan, compara, se acerca a los detalles, descifra los silencios, se maravilla y se asusta a la vez. Sale corriendo o se agazapa detrás de una puerta. Sufre, se abstrae, sueña y el juego es la salvación.
“Sueña despierto, absolutamente metido en un presente continuo y despreocupado”.
Todos los niños mienten es una historia sobre los vínculos pero sobre todo es una oda a la infancia.
Con prosa poética, personajes dinámicos y redondos, un arco narrativo con giros y tensión, Sebastián Basualdo nos convoca al juego del lenguaje.
Si los epígrafes de alguna manera definen la obra, Sebastián Basualdo elige el más bello que se puede encontrar al respecto: “La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño”, de Nietzsche. No sé si es una verdad inalienable, pero es el gran secreto para enfrentar el mundo.