Carta sobre la situación política argentina
Papel del Estado
Ni EEUU ni China son puramente estatistas, ni tampoco absolutamente liberales. Ambos tratan de ser eficientes, siendo simultáneamente capitalistas y socialistas, en el sentido de la protección de sus industrias y del empleo interno. Administran con diferentes enfoques o énfasis, pero todos quieren que su país sea más poderoso. No confunden objetivos nacionales con los instrumentos para lograrlos.
No hay duda que el actual Estado argentino, elefantiásico, ineficiente y en parte corrupto, es un obstáculo para nuestro desarrollo, ya que solo sirve para financiar y perpetuar lobbies parasitarios, desde los financieros hasta las mafias delincuenciales. Pero la culpa no es del Estado, sino de los malos gobiernos que lo “privatizan o colonizan” para su propio beneficio grupal o sectorial. Por eso es una falacia tratar de anularlo o de minimizarlo, lo cual sólo acrecentaría el poder del más fuerte (externo generalmente) o del crimen organizado. Se trata de construir un Estado eficiente, transparente, inteligente, democrático, sostenible (con solvencia fiscal) y con capacidad de inclusión, que son las bases permanentes para el desarrollo económico y humano. Un Estado minimalista y una desregulación casi absoluta del mercado, no se aplica ni se aplicó en ningún país del mundo.
En los países exitosos más desarrollados del mundo capitalista, el papel del Estado es fundamental para brindar bienes públicos esenciales, definiendo las reglas del juego en monopolios naturales, fomentando la competencia, defendiendo a los consumidores y regulando el impacto de las potenciales fallas del mercado.
Además, aporta la visión estratégica y clarifica sobre los objetivos nacionales de su propio proyecto. Al menos eso debería hacerlo porque es la parte sustantiva de la Política. Tanto en EEUU como en Europa, la política industrial está jugando en los últimos años un papel fundamental dentro del conflicto geopolítico; política que fue reinstaladas luego de las graves fallas de la globalización, que comprometieron la fluidez en las cadenas de abastecimiento, en especial la de los componentes claves como los microchips, y por las problemáticas surgidas en la seguridad energética y alimentaria.
Argentina misma tiene antecedentes del fuerte papel del Estado, en todas sus épocas ideológicas, inclusive en el período más “liberal” de la añorada Argentina de la Generación del 80. Durante el período 1862 – 1916 el Estado fue la fuerza impulsora de la consolidación nacional por medio de la educación, el ferrocarril (con capitales ingleses), el correo y las FFAA. Proceso sostenido por acuerdos entre las muy pragmáticas élites que deseaban una Nación fuerte y un interior integrado, ya que automáticamente se fortalecían ellos mismos. Protegieron el azúcar tucumano, el vino mendocino; integraron a las burguesías del interior al modelo agroexportador. Todo con anclaje en la realidad geopolítica de aquel entonces. Crearon el Banco Nación (C. Pellegrini) para financiar a las empresas nacionales. Un período bastante intervencionista y protodesarrollista.
Situación actual y perspectivas
Desde que llegó la democracia en 1983, los sucesivos gobiernos sólo se apoyaron en la crítica al anterior. Simplificando un poco, podríamos decir que Menem criticó el burocratismo de Alfonsín; Néstor Kirchner hizo la gran anti-Menem, luego de haberlo aplaudido anteriormente; Cristina no le pudo echar la culpa a Néstor; Macri le echó la culpa al kirchnerismo; la dupla Fernandez-Fernandez culpó a Macri y a la Pandemia. Ninguno propuso un modelo original de país; ni tampoco trataron de conciliar uno, mínimamente consensuado. Por el contrario, la grieta de unos y otros se fue ensanchando, para beneficio de ellos mismos y angustia de casi toda la población. Luego surge Milei, un outsider que nunca pensó que podía conducir el país y por eso decía disparatadas teorías económicas que nadie acepta en el mundo, e insultaba a todos (como arma de marketing) y ello prueba fehacientemente que nunca pensó en llegar a la presidencia. Para peor, no sólo le echo la culpa a sus antecesores (MMy CFK), sino que se remontó hasta los 100 años anteriores; no dejando a salvo a ningún gobierno posterior a 1920. Simplismo naif con sus ridículas admoniciones y sus fantasiosas falacias; de las cuales se ríe el mundo, después de Davos.
Ahora bien, independientemente de las extravagancias de Milei, los problemas argentinos son reales y hay que empezar a solucionarlos con seriedad. Vivimos un mundo donde, si bien hay cooperación, lo que predomina es la competencia internacional, que, en el marco de la guerra irrestricta global, es decir sin límites, se aprovecha de todas nuestras debilidades para su obtener beneficios. En consecuencia, hay que tener una política integral y coherente, extremadamente activa, para defender nuestros intereses nacionales, dejando las cuestiones ideológicas, teóricas o académicas de lado. Caso contrario, la tragedia argentina será mayúscula. Debemos preguntarnos ¿Se puede seguir con las mismas teorías y prácticas políticas, económicas o sociales clásicas, con los mismos personajes, con las mismas preguntas y respuestas salidas de los manual estándares de estatistas puros o de liberales cerrados, desde hace 40 años?; ¿Se puede seguir aceptando que el problema de fondo no es seguir debatiendo entre capitalismo o socialismo? ¿Cómo se resuelve hacer modificaciones necesarias a procedimientos y reglas, algunas de ellas constitucionales, cuando las mismas no son funcionales a los tiempos actuales? ¿Vale refugiarse en el “constitucionalismo” básico para no modificarlas?
Empecemos a clarificar que queremos, como nación y como pueblo, hacia el futuro.
Los objetivos nacionales tienen un componente ideológico, sin duda, pero creo que la mayoría de los habitantes estará de acuerdo en la necesidad de:
1) incrementar el poder del país para defender su soberanía;
2) integrar al conjunto de trabajadores, clase media y empresarios en un proyecto común, que genere empleo genuino como fuente de riqueza permanente y renovable, sin asistencialismo clientelista ni proyectos de emprendedurismo naif;
3) mantener y aumentar el nivel cultural y tecnológico de nuestro pueblo, afianzando nuestra identidad y el orgullo nacional. No hace falta mucho más.
El meollo del problema argentino se basa en ponernos de acuerdo en una estrategia, que requiere fijar plazos y metas intermedias, medibles en el tiempo, y procesarlos por métodos eficientes para lograrlos. A partir de allí surgen las necesidades para resolver los problemas de soberanía; de seguridad; de educación masiva; de ordenamiento económico. Luego se despliegan las metodologías para defender los nuestros intereses, los ordenamientos federales, la defensa del empleo interno, el combate contra el narcotráfico y otras decisiones para diferentes espacios. Suena lindo, pero no es fácil.
Ya no existen partidos políticos con doctrinas claras y actualizadas, que propongan al ciudadano diferentes propuestas alternativas al proyecto nacional. Los políticos actuales se agrupan en “espacios” electorales con el sólo fin de ganar elecciones, sin saber luego que hacer para gobernar y terminan administrando la crisis eterna que nos enmascara desde hace tantos años y nos somete a una falta de rumbo paralizante que lleva a mayores grados de decadencia. Con los “espacios políticos” sólo se pierde el tiempo para hacer algo serio.
Hacen falta que algunos cuadros políticos honestos y patriotas quieran ocuparse de crear alternativas, basándose en el pensamiento estratégico, con la flexibilidad y resiliencia necesaria para combatir la grieta, con el norte puesto en desarrollar y explicar a toda la sociedad un nuevo proyecto nacional esperanzador, adaptado al mundo actual, que dejen de lado las rigideces ideológicas y las “bellas” añoranzas de cualquier etapa anterior. El nuevo mandato popular a la clase dirigente exige el alumbramiento de un proyecto renovado que permita salir del fango actual y entrar en el futuro. Un proyecto basado en realismos; no en ideologismos abstractos. La misma idea de nación soberana es un idealismo inexistente, porque somos un país muy debilitado y sólo son soberanos los que tienen el poder necesario para defender su soberanía. Declamarla sin poder sostenerla es un claro engaño político. Hay que pensar en cómo incrementar el poder nacional para lograr mayores grados de libertad. Es inaceptable resignarse a seguir siendo eternamente dependientes; ese es el núcleo del problema argentino.
Los peronistas no pueden seguir hablando del pasado, reiterando algunos éxitos de sus anteriores gestiones, pero soslayando los errores cometidos, ignorando los cambios tecnológicos, geopolíticos o sociales. Plantearle hoy a la sociedad volver al pasado es un error estratégico. El paso al costado de los que eso proponen, es inevitable. Los jóvenes necesitan saber más claramente que va a pasar en el futuro y entenderlo en su propia forma comunicativa. Seguir hablando de lo que ya no existe, es absurdo e ilógico. Hay que repensar la Argentina de acuerdo a la existente estructura actual. No la idílica, donde sólo existían trabajadores formales agremiados con empresas industriales en permanente crecimiento. Los trabajadores informales, los cuentapropistas son todos trabajadores sin patrón o son patrones de sí mismos. La sociedad actual es mucho más compleja que la de 40 años atrás; los jóvenes se manejan con nuevos canales de comunicación, las redes sociales, el mundo de Internet, un mundo virtual y simbólico diferente a lo conocido por anteriores generaciones.
Los radicales son buenos para defender el sistema republicano y pese a sus buenas intenciones, se aferran más a las formalidades que a los objetivos nacionales a lograr. Muchas veces, van demasiado lento. Tienen muchas prevenciones o dudas para los cambios. Aún llegan a posiciones ejecutivas, pero ante el fracaso de los otros. Aunque sean buenos para administrar con bastante transparencia espacios municipales, es justo decir que los tiempos los han cambiado bastante, que han fallado en términos económicos y que tampoco son lo que eran. También les cuesta hablar del futuro posible y a veces prefieren mirar al costado ante los problemas agudos del mundo salvaje, del crimen organizado, o de las soberanías reales y no formales. Pero por suerte, eso también está cambiando, para mejor. Pero todos son parte del movimiento nacional.
Hay otras vertientes nacionales (desarrollistas, socialistas, nacionalistas, inclusive liberales y otros) que deben sumarse necesariamente para que puedan dar su aporte para configurar un proyecto nacional, sostenido por una mayoría popular relativa. Son parte del movimiento en la medida que sepan confluir con las mayorías populares.
Con todas las variantes nacionales debemos discutir hacia dónde vamos; discutir el rumbo. Eso nos permitirá encontrar los puntos de acuerdo para fijar los objetivos nacionales, y tal vez, postergando un poco, los puntos de disidencia. Proyecto que, como ya lo expresamos anteriormente debe ser simple, con pocos objetivos básicos e integradores de las mayorías productivas, industrializadoras, agrícolas, tecnológicas; pero siempre todas comprometidas con el destino de la Patria.
"Los peronistas no pueden seguir hablando del pasado, reiterando algunos éxitos de sus anteriores gestiones, pero soslayando los errores cometidos, ignorando los cambios tecnológicos, geopolíticos o sociales"