José Abelli: el Vasco de la autogestión
El “Vasco” José Abelli nos dejó este lunes 4 de marzo, y con él se fue una parte fundacional de la historia de la autogestión de los trabajadores y las empresas recuperadas en la Argentina y en América Latina. Es difícil minimizar la importancia del trabajo militante hecho por el Vasco durante más de treinta años, desde su Rosario natal a todo el territorio argentino, e incluso a países vecinos como Brasil y más lejanos como Italia.
Si hablamos de autogestión, tenemos que hablar de Abelli. José no fue solo un activista de las ocupaciones, un militante presto a ir a cualquier conflicto en que un grupo de trabajadores y trabajadoras se enfrentaban al cierre de la fuente de trabajo. Fue también un estratega, un maestro para manejar esas situaciones límite y, además, alguien con la rara capacidad de reflexionar y ponerle conceptos analíticos a la práctica que, en cierta forma, estaba inventando. Más allá de su extensa trayectoria militante, de sus habilidades para sacar a flote conflictos perdidos, de su capacidad negociadora, y también de su amplia y no siempre conveniente capacidad para hacerse enemigos (y, por supuesto, también amigos entrañables y a toda prueba), el legado del Vasco fue su aporte a la creación de un camino para la autogestión de los trabajadores donde nada existía, donde todos los libros terminaban y la experiencia previamente acumulada por un siglo de luchas del movimiento obrero no llegaba. No fue el único, pero posiblemente sí el más destacado en una creación colectiva que llega hasta nuestros días y que la etapa de destrucción que encarna el gobierno de Javier Milei va a volver a poner a prueba sin ninguna duda. El Vasco, por desgracia, se nos fue demasiado pronto.
Difícil sintetizar una vida tan intensa y activa que merece ser reconstruida como un capítulo de nuestra historia popular. De familia y formación comunista, el grueso de su vida política se desarrolló en el peronismo, ya en su adolescencia como dirigente secundario en Rosario. Logró escapar de la persecución de la dictadura en el exilio interno en Misiones y, ya a fines de los 80 y principios de los 90, al percibir el fenómeno de la desocupación masiva que generaban las políticas neoliberales, comenzó a desarrollar y participar en la práctica de la formación de cooperativas de trabajo como alternativa al desempleo en Rosario y la provincia de Santa Fe. Hincha fanático de Central (un aspecto no poco importante de su vida, junto con la adicción insuperable al cigarrillo), rosarino hasta los huesos, supo transitar las rutas del país acudiendo a todos los llamados de quienes se encontraban con la puerta cerrada de la fábrica. Desde la Cooperativa Avícola de Santa Isabel, ya en la segunda mitad de los 90, comenzó a desplegar una actividad de resistencia y lucha para autogestionar lo que el capital descartaba, formando cooperativas o buscando soluciones imaginativas como la cogestión de la fábrica de tractores Zanello, hoy la pujante Pauny. Confluyendo con otras experiencias y referentes como el Barba Gutiérrez, Jorge Córdoba, el Vasco Murúa, José Sancha, entre otros, formaron el primigenio Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas del que fue su primer presidente. En la vorágine de la crisis del 2001 el Vasco Abelli desplegó una actividad irreflenable, que no abandonó nunca: Herramientas Unión, Textiles Pigüé, La Cabaña, la Hilandería Reconquista, La Hoja, la Jabonera de Cañada Rosquín, Vitrofin, entre muchas otras, lo tuvieron como protagonista, como conflictos más actuales en los que también dejó su huella como la Cooperativa Portuaria de San Martín, Cotar, Cotapa, Lanera Trelew, Districoop, el Lavadero Americano, etc.
La fragmentación de aquel primer MNER y las diferencias con otros dirigentes llevaron al Vasco a recluirse en su provincia, Santa Fe, donde fundó la federación ACTRA (Autogestión, Cooperativismo y Trabajo, recuperando la sigla de la primera federación de cooperativas de trabajo formada en el primer peronismo). En esta etapa se concentró en el desarrollo de lo que pensó como un modelo de autogestión que marcara una diferencia con otras experiencias que -juzgaba- se quedaban limitadas a la subsistencia o a la ayuda dependiente del Estado. Este modelo no le escapaba a discutir la eficiencia productiva, la incorporación de tecnología u profesionales, la discusión de igual a igual con el mercado capitalista, siempre y cuando el control estuviera en manos de los trabajadores. Textiles Pigüé o La Cabaña, en ese sentido, eran sus ejemplos predilectos, la demostración de que eso era posible y un camino correcto, aunque también fuera su manera de diferenciarse del resto de la diáspora del movimiento de recuperadas.
En los últimos años, el Vasco volvió a aparecer por Buenos Aires. El Foro de la Economía Cooperativa, Autogestionada y Popular que se hizo en Ferro en julio de 2019 y en que se planteó un programa de políticas públicas y reclamos al Estado a la salida del macrismo y con vistas al próximo y previsible gobierno del Frente de Todos, fue un momento clave, que después llevó a que, como asesor de Matías Kulfas en el ministerio de Desarrollo Productivo, intentara llevar esas ideas a la política estatal. Personalmente, fue la etapa que más compartí con él y en la que aprendí a conocerlo y apreciarlo como un enorme cuadro de la autogestión pero, especialmente, como una persona que creía firmemente en lo que decía. “Vivimos como pensamos”, solía decir, y no era verso. No siempre coincidíamos, pero logramos trabajar juntos en un contexto adverso, un gobierno que fue distinto a lo que se esperaba, pandemia, deuda, internas o lo que creamos (no es este es el espacio para debatirlo) que lo haya causado, y en el que nada salió como pensábamos.
Así y todo, logramos algunas cosas, entre ellas el Redeco, el programa de financiamiento para empresas recuperadas que fue, hasta ahora, el mayor y más importante intento en la política pública de dar un impulso productivo a la experiencia autogestionaria más representativa. Hablamos de hacer un Redeco 2, de una línea para industrializar a las cooperativas de reciclado (que se convocó y finalmente salió cuando ya no estábamos en el ministerio), de planificar una política para darle a las empresas autogestionadas un lugar en la economía productiva, solucionar sus problemas jurídicos y de capitalización, equipar los derechos laborales con los trabajadores asalariados y una larga lista de reivindicaciones dentro de un plan estratégico de transformaciones para llevar la autogestión a un plano mucho mayor. La deriva del gobierno, que ya sabemos dónde terminó, dejó todo eso en el papel. En particular, el Redeco fue un sufrimiento, lo que queríamos (incluso con el apoyo del ministro) que saliera en dos meses, terminó siendo un culebrón de dos años, pero salió. Otro tanto, y aún peor, pasó con el gran proyecto del Vasco para las cooperativas de reciclado.
En ese sentido, el Vasco siempre la peleó. Su trabajo en la función pública estuvo lejos de ser el de un burócrata o el de un arribista. Fue en esa etapa que se metió de lleno en conflictos pesados como el de Puerto San Martín, Cotapa o incluso Sancor. Y fue generoso incluso con quienes, en términos políticos, detestaba, ayudando o tratando de ayudar a toda empresa de trabajadores independientemente del dirigente al que respondiera. No todos los dirigentes de las organizaciones de la autogestión que pasaron por el último gobierno pueden decir lo mismo.
Quizá lo último que hizo el Vasco por el movimiento autogestionario, por lo menos en su faz pública, fue su rol en la organización del IX Encuentro Internacional Economía de lxs Trabajadorxs a fines de septiembre en su querida cooperativa de Puerto San Martín y en Rosario, en La Toma (organización con la que muchas veces polemizó, pero que ese último acto mostró que, en él, las diferencias políticas eran irreconciliables con los traidores y los enemigos de clase, pero resolubles con los compañeros de trinchera).
Rescatamos sus palabras en la apertura, que fue el día de su último cumpleaños, el 28 de septiembre de 2023:
“Nosotros no lo sabíamos, porque actuamos por instinto, pero estas son nuevas formas de organización y de lucha, porque el empleo registrado como tal es escaso en esta etapa del capitalismo. Entonces nos quieren cazar de uno, con las aplicaciones, Uber, Rappi, total, hay un ejército de desocupados ahí afuera, esperando su lugar. Entonces, la autogestión de los trabajadores, desde la perspectiva de clase de los trabajadores, es la mejor herramienta disponible para grandes masas de obreros, de obreras, de intelectuales, de artistas, que no tienen un medio para generar economía y para desarrollarse como personas. Esto es el legado que debemos trasmitir a los trabajadores en cualquier lugar del mundo”.
Así lo haremos, querido Vasco.
(*) Andrés Ruggeri integra la Cooperativa Cultural Callao. Es antropólogo social, investigador y docente universitario. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires dirige el programa Facultad Abierta, que vincula al mundo académico con el de las empresas recuperadas. Es también director de la revista Autogestión para otra economía, órgano de comunicación de las empresas autogestionadas argentinas.