El movimiento obrero: ¿Columna vertebral del peronismo?
A la luz de la avanzada del gobierno contra los derechos y las condiciones de vida de los argentinos en general y de los trabajadores en particular, el rol del movimiento obrero organizado recobra centralidad. Surge la necesidad de reactualizar nuestra mirada sobre los sindicatos y de su evolución en el transcurso de las últimas décadas, para así tratar de darnos una idea más clara de lo que podemos y no podemos esperar del accionar sindical, de sus límites y en consecuencia de su lugar a ocupar en el peronismo en la difícil etapa histórica que nos toca atravesar. El apotegma que sostiene que el movimiento obrero organizado es la columna vertebral del peronismo, es una afirmación que debe ser contextualizada en el periodo histórico en la que surgió, para así tener una idea de cuales fueron los factores que la hicieron posible y de dimensionar su vigencia en la coyuntura actual.
En los primeros años del peronismo las organizaciones sindicales tuvieron un rol clave al canalizar y activar mediante sus estructuras, el apoyo social a la figura en ascenso del Coronel Perón, en movilizaciones cada vez más numerosas que permitieron al peronismo naciente “ganar la calle”, generando como hito más representativo de ello aquel maravilloso 17 de octubre del 45. En las elecciones de 1946 el movimiento obrero creó el Partido Laborista, como herramienta electoral en las que le aportó a la coalición de partidos del entonces candidato Perón, un despliegue territorial de alcance nacional, que le posibilitó contar con candidatos, gran parte de los votos y fiscales que contribuyeron al triunfo electoral. Si bien Perón contaba también con el apoyo de partidos provinciales conservadores y con los sectores yrigoyenistas desprendidos de la Unión Cívica Radical, así como del Ejército y la Iglesia, el apoyo del movimiento obrero fue decisivo. El rol hegemónico del movimiento obrero se mantuvo durante los años de gobierno, a la par del enorme crecimiento de los afiliados en un mercado de trabajo formal que crecía exponencialmente impulsado por el desarrollo industrial.
Pero fue después del derrocamiento de Perón en 1955, que el movimiento obrero constituyó un factor clave en la supervivencia del movimiento peronista. Proscripta la actividad política del peronismo y hasta el nombre, perseguidos y fusilados sus militantes, las organizaciones políticas del peronismo destruidas y su líder exiliado, el ejército y las fuerzas armadas purgadas de todo lo que huela a peronismo; las organizaciones sindicales fueron la única estructura institucional que sobrevivió a la ofensiva antiperonista. En consecuencia, fueron prácticamente la única materialización del peronismo durante los largos años de proscripción y el eje ordenador del movimiento en la Argentina. Los locales sindicales eran los puntos de reunión de la militancia sindical, política y territorial; los fondos sindicales eran el financiamiento principal de las ocasionales elecciones en las que el peronismo podía tener alguna participación; aportaba para los continuos viajes de los dirigentes que iban a entrevistarse con Perón a Madrid; dotaban de recursos materiales como grafica para pasquines, revistas, movilidad a las otras ramas del movimiento así como de abogados y sostén de las familias de quienes caían presos.
En este periodo se creó una doble dependencia política entre Perón y las organizaciones sindicales, cuya tensión atravesó todo el periodo. Por un lado, Perón, exiliado a 10 mil km de la Argentina, dependía de la estructura y recursos del movimiento obrero para el funcionamiento operativo del movimiento peronista; por otro lado, los dirigentes sindicales para acumular poder político, precisaban de la camiseta peronista y de la bendición de Perón, sin la cual ningún dirigente podía sostenerse al frente de su sindicato con una base trabajadora que seguía monolíticamente las instrucciones emanadas desde Madrid. Los dirigentes sindicales tensionaban la relación buscando mayor autonomía de la conducción de Perón en base al poder que sus estructuras les otorgaban, para constituirse como los únicos representantes del peronismo en la Argentina. Expresión máxima de esta tensión, fue el proyecto fracasado de Augusto Vandor, de un peronismo sin Perón, que fue definitivamente enterrado en las elecciones de Mendoza de 1964, cuando el candidato de Vandor es aplastado por el candidato de Perón.
Ahora bien, las condiciones económicas y sociales que permitieron esa centralidad del movimiento obrero, se modificaron sustancialmente. A partir de la dictadura de 1976, haciendo uso del secuestro, asesinato y desaparición de los cuadros militantes del campo popular en general y del movimiento obrero en particular, para la aplicación del plan de miseria planificada y transferencia de ingresos, se revierte el modelo de industrialización basado en la sustitución de importaciones, y comienza un proceso de desindustrialización. Se desata el aumento de la desocupación, de la informalidad laboral producto de las continuas flexibilizaciones, y comienzan a caer las cantidades de afiliados, así como las tasas de afiliación en un mercado de trabajo formal mucho más chico. En efecto, el mercado de trabajo formal deja de ser el eje articulador de la vida cotidiana y pierde centralidad. Del crecimiento desmesurado de la pobreza surge la pobreza estructural y con ella el aumento del poder relativo del peronismo territorial, que articula los mecanismos de supervivencia de los sectores más pobres, al que un Estado cada vez más chico, producto de los continuos ajustes, llega poco y mal, si llega.
De estas modificaciones diametrales y negativas del escenario donde se despliega la actividad de las organizaciones sindicales, se desprenden consecuencias políticas que a mi modesto criterio, no fueron lo suficientemente valoradas. Por ejemplo, en las elecciones de 1983 donde por primera vez el candidato peronista es derrotado en elecciones abiertas y limpias, independientemente de los errores tácticos de la campaña electoral (como la quema del cajón) que se sobredimensionaron para justificar la derrota, esta no hubiese sido posible sin la perdida de representatividad que las organizaciones sindicales sufrieron como consecuencia de la reducción del ámbito de representación producto de la reducción del mercado formal, del asesinato y desaparición de varios de sus cuadros militantes; y por el efecto disciplinador y des movilizante de la represión en varios de sus cuadros de conducción. La célebre interna Menem – Cafiero, donde pese a que este último era el candidato favorito que contaba con el peso del aparato de las estructuras partidarias y sin embargo, es Menem quien gana, es otra muestra que el peso de las estructuras y la forma tradicional de hacer peronismo había variado conjuntamente con el panorama social.
Esa pérdida de representatividad de las organizaciones sindicales, devino en un menor poder político que se tradujo en una menor participación de cuadros sindicales en la integración de las listas de diputados y senadores, cediendo espacios a manos del creciente peso de los sectores políticos del peronismo territorial; y de un tiempo a esta parte de los outsider mediáticos. Es decir, en la actualidad, el aporte de los sindicatos en cuanto a estructura, recursos y sobre todo votos, no tienen la magnitud de las épocas de antaño, los armadores de listas lo saben, y actúan en consecuencia.
Un elemento adicional a considerar, que hizo mella en el nivel de representatividad del movimiento obrero, es la integración de dirigentes sindicales al esquema de negocios generado por la privatización de las empresas y patrimonio del estado que llevó adelante el menemismo durante los años noventa, como una manera de quebrar la oposición que aquella política despertaba en el movimiento obrero y avanzar en el desguace del Estado. De esa manera, sin represión ni encarcelamiento de dirigentes, muy por el contrario, haciéndolos socios de las posibilidades de negocios que surgían, cambiaron así sus intereses objetivos. Estos no pasaban ya, por el crecimiento de la estructura sindical como base de su poder, sino que el sindicato pasó a funcionar como una plataforma desde la cual impulsar los negocios y el aumento patrimonial del dirigente sindical, el surgimiento del llamado “sindicalismo empresario”.
Si bien en contra de lo que usualmente se dice y pese a todos sus defectos, los sindicatos son de las organizaciones más democráticas que existen: todas sus autoridades son elegidas periódicamente por el voto directo de sus afiliados, las asambleas son soberanas y el delegado de base tiene un rol primordial, constituyendo en conjunto un sistema democrático de representación que difícilmente se encuentre en cualquier organización patronal o empresarial, ni en los partidos políticos donde hace décadas que los candidatos se eligen prescindiendo del voto de sus afiliados, pese a tener el mandato constitucional de sostener el sistema democrático. Existe sin embargo, un dilema que históricamente atravesó a las estructuras sindicales, resuelto de formas diferentes según la época. Y es que a mayor participación y actividad de las bases aumenta el poder de representación de la organización sindical y por ende la capacidad de representatividad y negociación de esta contra la patronal, pero así mismo disminuye el poder del control interno de las conducciones centrales. Por el contrario, el mayor control interno por parte de las conducciones centrales deriva en una menor participación de las bases y en una menor representación y poder de negociación frente a la patronal. En los años sesenta y setenta, por ejemplo, las conducciones centrales eran puestas a prueba al ser obligadas a conducir sindicatos poderosos con bases que amenazaban con desbordarlos en una conflictividad creciente. Muy por el contrario, a partir de los años noventa, mayormente son las conducciones centrales las que disciplinan a las bases para mantener la conflictividad del sector controlada al costo de reducir el poder relativo del gremio. En la ecuación organizativa, se prefiere tener algo más pequeño y facilmente controlable a una organización más grande pero más difícil de conducir.
Por último, sumado aquello, en el afán de sostener el control interno del sindicato, las conducciones centrales suelen hacer una sobrevaloración de la lealtad como único elemento a considerar en la elección de cuadros orgánicos de dirección, lo que priva a la organización de contar con cuadros más idóneos para el desarrollo de la actividad sindical de conjunto. La leatad no es al interés del gremio sino a la persona que ocupa la secretaria general y así la cúpula sindical se ve así conformada por un conjunto de dirigentes poco preparados, fácilmente manipulables y sin vocación de lucha. Los cuadros históricos que surgieron y retienen los sindicatos a cuyas cabezas llegaron en base a las luchas de los setenta u ochenta, guardan algún recuerdo de las complejidades organizativas y lo que implica la lucha gremial. Pero esa experiencia no se traslada a las nuevas generaciones de dirigentes que fueron formando en una cultural del acuerdo y la obsecuencia. Con la amenaza de desatar un conflicto que no llega, el gobierno parece haberles tomado el tiempo y avanza, confiando en su predisposición al acuerdo no importa las veces que les corra el arco.
En base a lo expuesto, en las difíciles circunstancias actuales que nos toca atravesar y en pos de pensar un rearmado del peronismo que permita volver a construir una mayoría, para tener un gobierno popular que mejore las condiciones de vida de nuestro pueblo, es preciso considerar las alternativas y el rol a asumir por parte del movimiento obrero. Si se limita a ser una pequeña parte del todo como representante del universo de los trabajadores de la economía formal; o bien se permite incorporar nuevas formas de representación de la economía social e informal, de los free lance, de los trabajadores uberizados de las diferentes aplicaciones, etc. En definitiva, construir la respuesta a la pregunta: ¿El movimiento obrero es la columna vertebral del peronismo?