Johnny Tedesco, un ilustre de nuestro rock
El pasado 3 de junio, la Legislatura porteña nombraba a Johnny Tedesco como “Personalidad destacada de la cultura”, una más que merecida mención a un grande de nuestra música popular quien fue y es mucho más que “el chico de los pulóveres”.
A Alberto Felipe Soria se le ocurrió nacer el Día del trabajo de 1944. Casi como un designio del calendario, dicha efeméride lo acompaña siendo un auténtico artesano de la música. Oriundo de Villa Urquiza, Soria es descendiente de familia humilde pero numerosa. Y era habitual que se armen las peñas familias en su casa. Con apenas dos años y medio era un pequeño terrible. Según cuenta en una biografía editada en los sesenta, “una de sus mayores inquietudes era la de hacer pelear a las hormigas”. Siempre inquieto y rebelde, con su amigo Gustavo, a los 5 años quisieron convertir la heladera en un automóvil.
Tedesco recuerda: A mí me parecía que la heladera paraba cada tanto y nosotros queríamos que no se detuviera para simular que viajábamos en un poderoso automóvil. Fue así que a Gustavito se le ocurrió correr el automático cada vez que se detenía. El sistema era muy bueno. Jugábamos dos horas sin que el motor se detuviera. Claro que debimos que dejar de jugar cuando un sospechoso olor a quemado salió del refrigerador. Nunca olvidaré la corrida que hicimos cuando papá comenzó a gritarnosTedes que habíamos quemado el motor…
Maura, abuela de Alberto, tuvo importante gravitación sobre la formación artística de su nieto. Ella tenía una guitarra criolla que, en esa época, solo cumplía funciones decorativas. En esos días, llegaban los primeros discos de Elvis Presley. Y Alberto, que aun ni había cumplido los 15 años, se sintió atraído por ese ritmo enloquecedor. Así, con la guitarra de su abuela, se pasaba horas y horas frente al espejo cantando y moviéndose. Por otro lado, su padre Don Simón, lo estimulaba constantemente, ya que aún no se animaba a cantar en público. Fue así que gracias a su insistencia le presentó su actuación a su cuñado Hugo Bruna, quien tenía por entonces un programa televisivo en canal 7 llamado “Estampas y variaciones”. Fue ahí donde debutaría el joven bajo el seudónimo de “el joven Balder”. En su sexto programa, Ricardo Cao, de la RCA lo escuchó desde su casa y se interesó por él.
El día de su audición no era el único sino que había una fila interminable de jóvenes atraídos por el rock. En esa fila estuvieron esperando su turno los que luego serían reconocidos como Moris y Pajarito Zaguri. Ese día, ante la atenta presencia de Víctor Buccino que estaba en la sala de control, Alberto cantó un clásico de los Blue Caps, “Vuelve primavera”. A Víctor le impactó. Tal es así que le pidió que cantara otra, pero los nervios del joven Balder le jugarían una mala pasada por un ataque de tos que le impidió continuar. Al día siguiente sería citado por el gerente del sello RCA, Ricardo Mejía y grabaría no solo “Vuelve primavera” sino también el primer rockabilly en castellano compuesto por él mismo con solo 16 años: “Rock del Tom Tom”.
En una tarde de abril de 1961, el joven Alberto junto a su padre se encontraban en las oficinas de RCA evaluando un posible seudónimo: de la lista de opciones (donde figuraban: “Lex Bruna”, “Cacho Tedesco”, “Juanito Soria”, “Chato Tedi-Bruna” o “Rico Soribruna”) sonó convincente “Johnny Tedesco”. La transcripción final llevaría una confusa “h” entre la “j” y la “o” y, durante su primer momento de furor colectivo, su seudónimo sería “Jhony Tedesco” para luego asentarse con “Johny Tedesco”. Tedesco era el apellido materno, y con él reflejaba su apego familiar y sus raíces: provenía de hijos de inmigrantes, aquellos que supieron asentarse en nuestro país y se establecieron a fuerza de garra y sacrificio pero también beneficiados por el porvenir económico que significó el primer gobierno peronista durante 1946 y 1949.
El simple que llevaba “Rock del Tom Tom” y “Vuelve Primavera” demostraba el buen olfato de Mejía para descubrir talentos: el joven rubiecito de ojos azules (mezcla de James Dean con Elvis Presley) se consagraba con este disco simple debut vendiendo cerca de medio millón de copias. Menos de un año después, Johny integraba el programa de canal 11 "La cantina de la guardia nueva", allí Ricardo Mejía lo lanzaba a la fama como el ídolo argentino que el público buscaba. Cuando Mejía, Leo Vanés y Jolly Land ven sus pulóveres llamativos, le piden que los siga usando en la televisión, Johny los usaba desde niño, inspirado en su primo Miguel y tejidos por su mamá, así nace "el chico de los pulóveres", o "el rey del suéter", personalidad que lo identificaría por siempre al lucir en cada presentación los pulóveres más increíbles.
Me di cuenta que necesitaba identificarme de alguna manera y no solamente por mi forma de cantar. Entendí que la vestimenta es algo tan importante como la sonrisa. Pero no sabía cómo hallar esa parte de mi personalidad que yo sentía me faltaba. Un día mi madre me regaló un suéter muy colorido. Algo que yo no había usado jamás en mi vida. Una vez que me lo puse me fui a mirar al espejo. Entonces me pareció que era ridículo. Yo estaba acostumbrado a actuar con sacos de lentejuelas, largos al estilo Elvis Presley. Pero así era un cantor más que podía o no recibir el aplauso del público por mi repertorio, pero nunca era Jhony Tedesco. Y yo quería destacarme de alguna manera, elaborar algo que sirviera de personalidad a mi manera de actuar.
Al poco tiempo, Ricardo Mejía lograba un gran hito televisivo que marcará un parteaguas histórico por el éxito inaudito y por el desfile de noveles artistas que años después serán consagrados músicos de renombre: nace “El Club del Clan”. Allí Johnny lograba la fama total trepándose a todos los hogares, mientras continuaban sus éxitos (la mayoría versiones al castellano de éxitos de Elvis como "Hermanita", "Un montón de amor" y "Devuelvo tu carta").
El mensaje “familiar” fue condenado como un estigma contra el cual lucharían los jóvenes de los 70 que adscribían a la “cultura rock o progresiva”.
Con el tiempo, los “claneros” tuvieron que cargar sobre sus hombros su trascendencia y su identificación hacia un perfil conservador y pasatista: Mejía había resuelto seleccionar en cada artista un atributo característico e identificado a un género musical en particular. Con el tiempo el mensaje “familiar” (que iba a contramano de los discursos contestatarios de muchos sectores de la juventud que buscaban transformar la realidad desde diversos espacios) fue condenado como un estigma, eran contra el cual lucharían los jóvenes de los setenta que adscribían a la “cultura rock o progresiva” y entendía a los ex claneros como artistas vinculados a una música comercial y “complaciente”. De hecho, el más exitoso de ellos que fuera un exponente de dicho dilema (Palito Ortega) fue durante muchos años mala palabra para esa nueva juventud rebelde que emergía en contra del sistema establecido.
-¿”El club del Clan” fue un error en tu carrera?
-Fue una consecuencia. No lo elegí. Yo era el vendedor número uno o dos de una compañía. La compañía decide formar un elenco para un programa. Ese fue el momento en que sucede la televisión. El Club del Clan era lo novedoso. Gente joven, música para jóvenes, ¡50 puntos de rating...! (…) en el sentido laboral fue positivo, gracias a toda la trascendencia que te daba ese programa. Tremendo. Las primeras guardias de chicas en la puerta de una casa, eran la puerta de mi casa. Éxito, fama, dinero. Al grupo que integraba el programa de televisión no se lo pudo sostener, porque éramos todos famosos. Duró tres años.
Mis fines de semana era con cuatro shows en una noche, tipo Rodrigo. Nosotros inventamos esa costumbre demencial. Todo era más que explosivo. Yo tenía una imperiosa necesidad de frenar. Era mucho, era un tren bala y no veía a los costados nunca. Empecé a escaparme. Me tomaba meses de descanso. Me fui al campo, me involucré con la siembra y la cosecha, me gusta la siembra, soy muy aferrado a la tierra. La vanidad es fabulosa, pero en un momento te ahoga.
-¿Los hippies te sacan de la historia del rock?
-Aparece otro rock y se ve que no me veían en esa historia. Todos dicen que yo fui un referente, son muy amables, muchas gracias... No creo que haya sido una cuestión musical. No me cae la ficha de por qué. Quizás la imagen del jopito y el pibe de El club del Clan no encajaba en esa movida. A esa altura, imaginate, yo ya tenía el pelo largo y no usaba jopito. Me parece que la cosa pasó más por un lado periodístico.
-¿Periodístico?
-Para la revista Pelo yo no existía. Llegué a escuchar que era el demonio. No veo otra que no sea el periodismo en todo esto. Gustavo Cerati decía que su ídolo era Johnny Tedesco. Eso lo cuenta siempre su mamá. El cantaba mis canciones....
-Pero ellos tampoco se la jugaron demasiado por el ídolo…
-No, es verdad, hicieron la de ellos. Yo tampoco me la jugaba por Elvis. Yo hacía lo que podía por Johnny Tedesco... Me gusta hablar de este tema, porque siento que se abre el panorama hacia algo lindo, el reconocimiento. Las revistas del rock, conmigo, hicieron una cosa bien argentina: para imponer una idea hay que destruir otra. La grieta está en todas partes y desde siempre. Tal vez encapsularon al personaje .
Lo que define Johnny en la declaración anterior es una constante de nuestra historia. La visión dicotómica originaria había sido la instalada por Sarmiento en su ensayo sobre Facundo: “Civilización y Barbarie”. Más adelante, el pensador Fermín Chávez nos dilucidará este asunto: nuestra cultura está atravesada por este dilema, en nuestro ethos hay una disputa eterna entre el historicismo (que remite a lo propio, nuestras tradiciones y experiencias como Pueblo) y las influencias foráneas representados por el iluminismo (construcciones canónicas importadas por representantes de la cultura entendidas como expresiones válidas para mejorar la civilización ya que lo nuestro es bárbaro y atrasa).
La discusión establecida en los setenta y embanderada por la revista Pelo como vocera de un sector intransigente también pregona un discurso vanguardista y, por ende, iluminista que excluía cualquier tipo de experiencia ajena a sus principios. Desde esa visión, todo artista o conjunto que había trepado a la fama a través de programas comerciales y llevaba en sus letras mensajes ajenos a cualquier tipo de compromiso social y político, era demonizado. La realidad era que la acusación recaía como un estigma injusto ya que se valía de un anacronismo al tratar la escena musical de los sesenta (con su propia idiosincrasia y limitaciones ya que el rock local daba sus primeros pirineos) con los mismos prismáticos de los setenta, en tiempos de una sociedad en muchos aspectos radicalizada.
Es indiscutible el carácter auténtico de la representación de Johnny Tedesco y, en ese sentido, la vigencia de su nombre nos da la razón.
Julián Otal Landi, es profesor en Historia. Autor de de “Vibración y Ritmo. Sandro, el padre del Rock and Roll en Argentina” (Insolubles, 2020), “El joven Fermín Chávez” (Fabro, 2021) y “Era… como podría explicar. Historia de la canción en Leonardo Favio” ( Fabro 2022).