Raúl Scalabrini Ortiz: recordando al Hombre que nunca más tiene que estar solo...

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PENSAMIENTO NACIONAL

Raúl Scalabrini Ortiz: recordando al Hombre que nunca más tiene que estar solo...

20 Febrero 2024

Marechal insistía: -El que no ha escuchado la voz del Río no comprenderá nunca la tristeza de BuenosAires. ¡Es la tristeza del barro que pide un alma!- No pudo continuar, porque se le atragantó una ola de llanto y su cabeza rodó en el pecho de Xul Solar. -El problema no está en el río –empezó a decir Scalabrini, el hombre de la talla diminuta-. Si evitamos las tentaciones más o menos líricas y abrimos los ojos... Pero Borges con su mano fofa de molusco le tocó la espalda: -¡Alto ahí!- le dijo- Entiendo que Buenos Aires nos ofrecía una versión poética –alcohólico –sentimental del Río...¡Yo sostengo que mientes! -¿Qué miento? –gruñó Scalabrini-. ¡Ahora voy a decirles cómo planteo yo el problema de Buenos Aires! No consiguió hacerlo porque Oliverio Girondo intervino sonoramente implorando: -¡Atájenlo! ¿No ven que ya está oliendo a Espíritu de la Tierra?¡El muy zorro va a encajarnos otra vez su condenada teoría!”

El citado epígrafe está obtenido de la extraordinaria novela de Leopoldo Marechal titulada Adán Buenosayres, donde retrataba, con otros nombres, a sus excompañeros martinfierristas. La imagen satírica que expuso Marechal reflejaba una verdadera crítica hacia las posturas de sus compañeros, dueños de un criollismo urbano de vanguardia. Así, cuando mencionaba a Raúl Scalabrini Ortiz, lo personificaba como el petizo Bernini un fervoroso discutidor de teorías nacionalistas que trata de martillar sus ideas a sus compañeros en todo momento, insistentemente, sin éxito. Pero Adán Buenosayres no es una simple novela, porque también retrata el carácter de una época, de una búsqueda de una literatura fundacional, renovadora, pretendiendo ser el reflejo de aquel espíritu de los escritores de Florida. Y la crítica que producía Marechal hacia Scalabrini era la de un escritor desencajado de su época, buscando verdades que no les interesaban a esos grupos de jóvenes literatos preocupados por la estética. A su vez, tampoco se lo podía vincular con los de Boedo, ya que la teoría del Espíritu de la tierra no forma parte de una literatura de izquierda, preocupada por el realismo social. De esta forma, el hombre de Corrientes y Esmeralda ya estaba solo antes de iniciar su recorrido...

Cuando Buenos Aires promediaba el ’30, Scalabrini Ortiz era un escritor reconocido, originario de la Florida pero abierto a los distintos círculos literarios: no faltarán aportes suyos en las revistas Claridad, y posteriormente en Metrópolis; así como también sería asiduo colaborador de La Nación y El Hogar, donde desarrolló esa misteriosa teoría metafísica, mientras se convertía en un cronista conocedor de los cien barrios porteños, llegando incluso a reemplazar entre setiembre y noviembre de 1929 a las famosas Aguafuertes porteñas de Roberto Arlt en el diario El Mundo.

No obstante, su biblia porteña tan aplaudida y reconocida por el stablishment de entonces llamada El hombre que está solo y espera, vería la luz recién en 1931, gracias al apoyo y sugerencia de Manuel Gleiser que terminó convenciendo a Scalabrini de que aquel Hombre de Corrientes y Esmeralda debía formar parte de un ensayo y no de una novela. La obra, al decir del historiador Tulio Halperín Donghi, parecería reflejar a la Argentina anterior a la hecatombe de 1929 –30, y que su autor aún no había advertido que ya no sería la misma.

Sin embargo, lo que pretendía reflejar Scalabrini era un estado de animosidad y ética porteña, que transmitía lo puro, lo auténtico del ser nacional. A la síntesis del Espíritu de la tierra, que caracterizaba la conciencia y el ideal del pueblo que Ricardo Rojas lo denominaba la argentinidad, Scalabrini Ortiz le encontró ubicación: Corrientes y Esmeralda. El hombre que espera en esa esquina sería “el instrumento que permitirá hincar la viva carne de los hechos actuales, y en la vivisección descubrir ese espíritu de la tierra”. La elección de la esquina no fue arbitraria: en los veinte, el sótano del Royal Keller, ubicado bajo esas coordenadas, era una de las sedes más representativas de la vanguardia literaria; donde se realizaba La Revista Oral en la cual Scalabrini había participado junto a otros martinfierristas. Incluso tenía para él, boxeador en su juventud, un encanto particular, ya que en este lugar se realizaron las primeras exhibiciones de boxeo. Entonces, este representante del ser nacional, estuvo íntimamente vinculado a esta esquina, lugar donde debatirá su “condenada teoría”.

En ese mismo lugar, recordará Marechal, “Raúl Scalabrini Ortiz (que aún no pensaba en los ferrocarriles argentinos) concebía su drama filosófico de un Hombre en soledad y esperanza”. Evidentemente, el ensayo sobre el ser nacional, era también un testimonio de su vida, y un manifiesto de su filosofía ético-social. A diferencia de otros ensayos que buscaban al ser nacional, como Radiografía de la Pampa de Martínez Estrada, no reflejaba el inevitable tránsito hacia un destino trágico, pero tampoco emprendía la búsqueda de la Argentina invisible, aquella que fuese conformada por una elite aristocrática y criolla como la que había promovido la fundación de la civilización como Historia de una pasión argentina de Eduardo Mallea. De hecho, Scalabrini apelaba a la unión intrínseca entre el hombre en comunidad apegado a su tierra, formando con ella una entidad común. Esa relación metafísica era la barrera que impidió la penetración de costumbres exóticas, era la forma de explicar cómo el aluvión inmigratorio no pudo desviar el destino del ser nacional. Pero si la obra ofrece, en respuesta a los análisis de la intelectualidad extranjera, una visión interior de la argentinidad, tampoco reniega de la práctica liberal de aquel entonces como cree Nicolás Shumway, que califica a la obra de Scalabrini como una reconstrucción de un neotribalismo en oposición al estado liberal.

Lo que sí se evidenciaba era la soledad pronunciada por su autor pero que manifestaba la esperanza de encontrar a su receptor, es decir, a un actor social del que todavía no se ha percatado o no había entrado en contacto. Por lo tanto, en su primera edición, no aparecía explícito el vacío de representatividad política que sufría el argentino, más bien mantenía cierta adhesión a la práctica democrática liberal, en la cual se delegaba su poder a su representante. Es más, para Scalabrini el hombre porteño gozaba de un instinto político admirable, y era así que “ha impedido que el capital extranjero se ingiriera en el manejo de la función pública, y ha desconceptuado a los hombres que tutelaron su infiltración en el gobierno”.

Por entonces, Scalabrini suponía que los fracasos gubernamentales y el descontento era producto puro y exclusivo de la desconexión existente entre la dirigencia nacional y sus representados. Entonces, la caída de Yrigoyen se explicaba por su soberbia a la hora de gobernar: “En todos sus actos había un “A mí qué me importa lo que piense la plebe”. Y así, el líder radical caería arrasado por la avalancha de la indignación. “Ahora estamos frente a una soberbia peor (en referencia a Uriburu).”

La crisis del treinta, no obstante, marcaría un punto de inflexión en la vida de Scalabrini. Su compromiso y el emprendimiento en la búsqueda del ser nacional lo llevarían al abordaje de una larga experiencia y la misma iría actualizando en su biblia porteña. Así, entraría en contradicción ante una intelectualidad que anteriormente le había abierto los brazos viendo en él, como Eduardo Mallea, a un gran valor de las letras argentinas. Pues por entonces en Argentina, donde las bases de la cultura elevada fueron tomadas directamente de Europa, ahora bajo un período de crisis que la asolaba con la amenaza bolchevique y fascista, se instauraba en estas minorías selectas “un horror al vacío” debido al aislamiento que acontecía, y a su vez a perder su sustento estructural por parte de los sectores dominantes.

Así como el Hombre de Corrientes y Esmeralda era inmune a tendencias extranjerizantes, Scalabrini Ortiz se declaraba independiente de toda ideología foránea. Este derrotero se inició con un artículo en el diario El Mundo el 13 de julio de 1932 donde afirmaba: “Fácil es adosarse a un régimen social, político y religioso, sea fascismo o comunismo, liberalismo o clericalismo. Fácil es repetir como loro el dogma, la frase ritual, el argumento ya construido, la réplica ingeniosa... (pero) sólo mediante su sinceridad, el escritor será lo que debe ser, un conductor, un pastor de hombres perdidos...”.

En la cuarta edición de su libro, julio de 1932, agregaba: “(Uriburu) pasó lamentablemente, aunque todavía su sombra, con lamentables esporos de ideas importados, algunos tratan, desesperadamente, de sacar utilidad personal en el desquicio provocado. Algún día los gobernadores, escaldados, aprenderán a respetar las terminantes –aunque no dichas- convicciones del espíritu de la tierra”. Al poco tiempo, termina renunciando a la condición de vocal de la Comisión Directiva de la SADE, y publicó una carta donde afirma: “No tengo empleo ni lo tendré . Soy opositor, y de mi nuevo libro en que pienso demostrar con números en la mano, que el país ha sido miserablemente vendido al capital extranjero, más espero persecuciones que premios”.

Scalabrini consideró que un intelectual no podía estar pendiente de lo que sucede en Europa y mantenerse al margen de la escandalosa década infame. La crisis económica iniciada en Wall Street en 1929 sacudió a todo el mundo, y particularmente a aquellas economías primordialmente exportadoras como la Argentina. Scalabrini oportunamente calificó a esta crisis estructural como “el nacimiento de la realidad”. Su labor de cronista lo hizo entrar en contacto directo con las consecuencias que suponía esta crisis y fue entonces que comprobó que el problema no era político sino económico. Se percató de que el hombre de Corrientes y Esmeralda estaba sumido en una burbuja como el resto de la sociedad: “Buenos Aires, centro pensante y ejecutivo de la república, contempló el fenómeno con el azoramiento de un niño(...) se había vivido muellemente hipotecando el porvenir, cediendo concesiones a cambio de préstamos, enajenando la tierra pública y privada, y la rueda se había detenido”.

En febrero de 1941, salía la séptima edición de El Hombre que está solo y espera sufriendo una serie de modificaciones con respecto al original de 1931. Sin embargo, Scalabrini Ortiz sostenía en su prólogo lo contrario. Luego de sus investigaciones, llegaba a la conclusión que el capital extranjero sólo “subordina y explota”al Espíritu de la tierra, no implantaba mejoras y para nada el Hombre de Esmeralda y Corrientes le ofrecería una sobria gratitud por sus aportes, como sostenía en un principio. Incluso ya no había lugar en su libro para simpatías hacia personajes que terminaron siendo representantes de Washington para construir el panamericanismo, como Waldo Frank. Decididamente no iba a ser esclavo de sus palabras y, por ende, su alter ego iba a adquirir una actitud antiimperialista. Scalabrini ya no estaba escribiendo para regodeo de la intelectualidad, sino que se estaba dirigiendo a un nuevo interlocutor, y no formaban parte de ello ni los nacionalistas fascistoides ni tampoco los radicales.

* El autor es profesor en Historia. Miembro académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas

Notas

MARECHAL, L. Adán Buenosayres. Buenos Aires. Sudamericana. 1976. p.188

HALPERIN DONGHI, T. La República Imposible. Buenos Aires. Ariel. p. 223.

ROJAS, R. La Argentinidad. Buenos Aires. La Facultad. 1916. p. 7.

SCALABRINI ORTIZ, R. El hombre que está solo y espera. Buenos Aires. Manuel Gleiser. 1931.

SHUMWAY, N. La imaginación tribal: Raúl Scalabrini Ortiz y su reconstrucciónde la tribu argentina que nunca fue. San Pablo. Cuadernos de Recienvenido/5, Universidad de Sao Paulo. 1997. p. 24.

GALASSO, N. Raúl Scalabrini Ortiz y la lucha contra la dominación inglesa. Buenos Aires. Edic. del Pensamiento Nacional. 1985. p. 22.


 

"Scalabrini consideró que un intelectual no podía estar pendiente de lo que sucede en Europa y mantenerse al margen de la escandalosa década infame"