3 de septiembre de 2006: fallecimiento de Susana Valle
La derrota de Perón en 1955 fue un drama nacional, pero también personal para los Valle. Porque el leal general comenzaría a preparar la rebelión contra la dictadura de su favorecido en el grado alcanzado, el traidor del general Aramburu, que lo tenía confinado en la casa de su suegra (a 60 km. de Buenos Aires). Susana contaba: “Se va a la casa de mi abuela materna, con guardián en la puerta. Pero se les escapa. Nos escapamos todos. Mamá y yo por delante, porque no estábamos detenidas, y […] papá escapa por la puerta de atrás, y se declara prófugo. A partir de allí –relata Susana-los tres deambulan de casa en casa, duermen y comen gracias a la solidaridad que les abre las puertas de algunos hogares, viven en villas miseria. El militar fugitivo se reúne clandestinamente con camaradas peronistas más jóvenes, como los coroneles Cortines e Irigoyen y el teniente coronel Cogorno. Entra en contacto con dirigentes sindicales como Andrés Framini y Armando Cabo”.
En junio de 1956, el mundo conocido por Susana Valle estalló. El levantamiento popular comandado por su padre fracasó, y fue fusilado en la Penitenciaría de la calle Las Heras por orden de Aramburu, al que creía un amigo. Ella fue la última que lo vio antes de que fuera llevado al pelotón. Tenía 17 años.
General Juan José Valle.
Guarda en su memoria esa noche, en que le permiten ver a su padre durante unos instantes en el patio gris de la Penitenciaría Nacional. Susanita llora, pero lo ve llegar erguido -entero y sonriente- rodeado por un grupo de Infantería de Marina que lleva puestos cascos de acero y ametralladoras. Los soldados parecen más asustados que el oficial que va a morir en 20 minutos. Los milicos les permiten conversar unos minutos en una sala fría, siempre custodiados por los infantes armados. Valle se sienta en una silla y ella se coloca en sus rodillas. En un cuarto contiguo, un enfermero militar tiene preparados dos chalecos de fuerza por si el padre y la hija sufren un shock emocional. Pero no dan muestras de ningún quebranto, son los jóvenes escoltas los que están a punto de desmayarse.
Valle le cuenta a Susanita por qué decidió no asilarse en una embajada y sí entregarse: “¿Cómo podría mirar con honor a la cara de las esposas y madres de mis soldados asesinados? Yo no soy un revolucionario de café”. Antes de enfrentar el pelotón renuncia al ejército, pide ser fusilado de civil y rechaza al confesor que le han asignado, Iñaki de Aspiazu, por ser capellán militar. En su lugar, solicita la presencia de monseñor Devoto, el popular obispo de Goya. Llega Devoto, comienza a sollozar emocionado. Valle bromea: “Ustedes son todos unos macaneadores. ¿No están proclamando que la otra vida es mejor?”. Y a su hija, que tiene las mejillas llenas de lágrimas, le dice: “Si vas a llorar, andáte, porque esto no es tan grave como vos suponés; vos te vas a quedar en este mundo y yo ya no tengo más problemas”.
Susana, tiempo después recordaría detalles: estaba sentada en las rodillas del general, con sus manos entrelazadas y -a pesar de que ella no fumaba en su presencia- su padre le pidió un cigarrillo. “También recuerdo la temperatura de sus manos: no era ni fría ni caliente; estaba absolutamente normal. Papá estaba convencido de lo que iba a hacer”.
Un milico dijo: “Ya es hora”. Valle se quitó el anillo y lo colocó en manos de su hija. Le entregó algunas cartas: una dirigida a Aramburu, otra para el pueblo argentino y otras para abuela, mamá y para mí. Le dio un abrazo, la besó y, aún más tranquilo que antes, se fue a paso firme por un largo pasillo después de hacer un despreocupado ademán de despedida.
Por mucho tiempo debió haber leído la carta que le dejó su padre en la que la comprometía a ser una militante "de la causa del pueblo". Desde entonces, a los 19 años, Susana Valle formó parte de la Resistencia Peronista. "Estuve presa antes de tener la llave de mi casa”. Susana integró los comandos peronistas y fue correo de Perón tanto desde Caracas como desde Madrid, cuando el líder exiliado enviaba instrucciones a los resistentes. En los ´60, Susana se fue transformando en un símbolo. A fines de esa década, colabora con la formación de la guerrilla peronista, tanto de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) como de Montoneros. Su rol nunca sería militar sino político.
En junio de 1970, Susana se enteró de la muerte de Aramburu a manos del Comando Juan José Valle de Montoneros. Sintió que “Sólo una cirugía estética le podría borrar de su cara la alegría”.
En 1974 integró la conducción del Partido Peronista Auténtico y Montoneros. En 1976 se escondió de la dictadura. Susana Valle se casó, pero el ostracismo se interrumpió en Córdoba en 1978. El general Menéndez la envió a prisión, la torturó y la vigiló con celo. Embarazada, fue esposada a una cama de mármol en la morgue de un hospital y sometida a picana eléctrica, se le provocó un parto prematuro de gemelos: uno de ellos nació muerto y fue colocado sobre su pecho y el otro, que nació vivo, fue colocado lejos de su alcance pero a su vista, hasta que Susana lo vio morir por inanición. Hoy los mellizos están en la bóveda del cementerio de Olivos, junto a su abuelo general. Un año después Susana tuvo a su hija: Soledad.
En junio del ´86, Susana Valle describió así a su progenitor: “Papá era de los pocos militares no nazis. Su formación era otra, en donde la izquierda no asustaba. Estudió en La Sorbona, vio de cerca el fascismo en Italia y lo rechazó sin miramientos. Era un hombre que rara vez se vestía de uniforme, no tenía custodia, ni coche propio, ni chofer, ni miedo [...]. Prefería hablar con los sectores civiles del peronismo, con los trabajadores, con el pueblo, que reunirse con los militares”.
En abril de 2004, el Frente de Agrupaciones Peronistas que lideraba Susana Valle, junto a “Polo” Colman y Alberto Cruz, propuso, con identidad propia, ser parte activa de la base de sustentación del proyecto político de Néstor Kirchner. Desde una concepción frentista, planteaba la necesidad de empezar a recorrer el camino de la unidad, para ir modificando la fragmentación en la que estaban aún. Se convocó a todos los sectores de la vida política del país, a las organizaciones sociales, sindicales, empresarias, eclesiásticas del campo popular, que estuvieran de acuerdo con la posición asumida por el presidente Kirchner ante los organismos financieros internacionales, a constituir ya el Foro por la Defensa de la Vida y la Soberanía Nacional, con la movilización ciudadana, apoyar y defender este proceso de liberación nacional y social.
“Hace 50 años en La Plata, Lanús, José León Suárez, la Escuela de Mecánica del Ejército, la Penitenciaría Nacional, y en este preciso lugar, 32 argentinos murieron por protagonizar un movimiento contra quienes habían depuesto al gobierno constitucional” –dijo el jefe del Ejército, Roberto Bendini, en un acto en Campo de Mayo en el que se homenajeó a los fusilados de junio de 1956 delante de Susana Valle-. “Este es otro paso para resolver el legado de un pasado que no nos representa, apelando a la verdad, la justicia y la reparación histórica", destacó el general.
Una de las últimas veces que salió se la vio acompañando a la senadora Teresita Quintela y a las diputadas Lita Artola y Cristina Álvarez Rodríguez en el homenaje que se realizó en el Salón Eva Perón del Senado de la Nación a los fusilados en junio del ´56. Senadora por La Rioja, del Frente para la Victoria, Teresita Quintela, amiga de Susana Valle. En agosto de 2006 Susana asistió a la inauguración de la escuela General Juan José Valle, ubicada en el barrio Libertad en la ciudad de Salta. El acto estuvo encabezado por el gobernador de la provincia, Juan Carlos Romero; la ministra de Educación, María Esther Altube y ella.
Susana -que tenía 70 años-, militante y combatiente, cuadro político de la JP, hija del mártir Juan José Valle; deteriorada por su enfermedad, con un cuadro pulmonar complicado, sin poder caminar ni desplazarse desde tiempo atrás, no pudo superar una operación que complicaba a su vesícula y su hígado.
Murió de madrugada en la clínica de San Isidro, mientras su hija Soledad, el “Vasco” Fernando Vaca Narvaja y la diputada nacional Isabel Lita Artola, le hacían el aguante (Agencia Paco Urondo, publicado en el blog de Daniel Chiarenza)
Despedida de Susana Valle en el Cementerio de Olivos.