El PBI delinea la interna sindical, por Gabriel Fernández
El desarrollo alcanzado por la Argentina en la última década se asentó sobre una mejoría del consumo popular que originó un alza en la producción local, y en una recaudación fiscal apreciable gestada por el tándem impuestos a la compra directa y retenciones a la producción de materias primas. Aunque pueden impulsarse modificaciones parciales, es previsible que el gobierno ratifique el esquema. Esto tiene importantes implicancias en las perspectivas de las clases populares y, por lo tanto, en el debate surgido dentro y fuera de la Confederación General del Trabajo (CGT).
La base del poder oficial está ligada a un modelo que promueve un bienestar relativo entre los sectores medios y bajos sin afectar la tasa de ganancia del empresariado. A diferencia de administraciones anteriores, en las cuales la opinión popular no resultaba epicentro de la vida política, para el kirchnerismo -muy peronista en la acción cotidiana más allá de debates sobre símbolos y canciones- la aquiescencia de los trabajadores ubicados en distintas escalas del cuerpo social, es determinante.
Por eso, los temores en derredor del despliegue de una política de ajuste ligada a las torpezas evidenciadas en el continente europeo, donde empresas y gobiernos proponen a los pueblos estar peor para poder estar cada vez peor, son infundados en la Argentina y en el Cono Sur, salvo excepciones. La continuidad de las paritarias y el tenue llamado a moderar exigencias, que no va más allá de una sutil precaución antiinflacionaria, brindan a las personas que habitan este suelo la esperanza de una continuidad que sólo puede traducirse en mejoras. Esas mejoras, si bien deben estimarse de un menor decibel que las obtenidas en años anteriores, en modo alguno habilitan a hablar de retrocesos.
Esto no significa que el rol central de los sindicatos, reclamar y pelear por un crecimiento de las condiciones de vida de la población, sea dejado de lado. Es saludable que la CGT busque imponer un aumento considerable en las negociaciones paritarias y que la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) reclame alzas en la asignación universal y modificaciones en el impuesto a las ganancias. Es lógico aunque nos moleste, que la Unión Industrial Argentina corcovee y busque bajar las pretensiones de los delegados. Y configura un ideal pertinente que las autoridades institucionales lauden orientando la discusión hacia una media que permita a todos volver a sus bases con logros evidentes.
¿Qué significa esta situación? En principio, que la declamación de Hugo Moyano sobre la instauración de políticas que cercenan los derechos laborales no encuentra asidero. Luego, que se patentiza lo observado desde La Señal Medios: el cortocircuito entre Cristina Fernández y el líder camionero es de naturaleza política, no económico social. Surge cuando Moyano anuncia su deseo de convertirse en el "Lula argentino", aseveración que cayó en la conducción política del Proyecto Nacional y Popular como el esbozo de un plan alterno inadmisible para quien necesita sostener las riendas en un tramo decisivo. Si la actual dirección de la central obrera admitiera esa realidad, en lugar de justificar la diferencia en un nivel forzado de interpretación, las soluciones serían posibles.
Hace más de un año que los mismos indicadores económico sociales merecían una lectura profunda que no fue realizada por el moyanismo, poco acostumbrado a compartir decisiones y análisis: el crecimiento industrial tenía que derivar en la ampliación de una mesa chica sindical donde camioneros, canillitas, taxistas, dragado y judiciales definían rumbos y proclamas. Resultaba evidente que se imponía la inclusión de los gremios automotriz, mecánico, textil, alimentario, gráfico, que motorizaron el desarrollo nacional. Y si en algún caso las direcciones circunstanciales no se avenían a respaldar al gobierno, era claro que se podía buscar la manera de abrir el juego a los sindicatos afines y a las agrupaciones correspondientes.
Casi, casi, hay tiempo. Por muy poco, pues el litigio está avanzado, queda un resquicio: si Moyano admite ese cuadro de situación y en lugar de vincularse con la escuálida CTA opositora sincera el presente y se aviene a dialogar con los gremios imbuidos de poder por el mismo PBI, y si se abre a evaluar un camino conjunto con la organización que lidera Hugo Yasky, es posible doblar la apuesta y, lejos de facilitar perjudiciales fracturas, promover una Gran Unidad del Movimiento Obrero en torno a la Realidad. Que no es otra que la defensa de los trabajadores a través de la profundización del Proyecto Nacional y Popular que lleva adelante, por masiva voluntad electoral, Cristina Kirchner.
Ahora bien, si la necesidad de hacer un esfuerzo interpretativo para accionar racionalmente está en manos de la actual dirigencia de la CGT, no por ello corresponde demonizar a Moyano como si se tratara de un infame traidor a la Patria. Los equívocos del camionero en la evaluación política y económica de la situación no ameritan catalogarlo por fuera de su trayectoria e ignorar que su Movimiento de Trabajadores Argentinos fue uno de los entes de resistencia colectiva que sostuvo la llama y la bandera cuando el liberalismo campeaba por las pampas. Frente a la transigencia humillante de Lezcano, Barrionuevo, Daer y Cavallieri, el moyanismo y sus cercanías combatieron con dignidad por la instauración de un modelo como el que hoy se lleva adelante.
Desestimar ese decurso, así como los aciertos en la primera etapa del kirchnerismo, implicaría -además de ser injustos- ralear de antemano una zona del movimiento obrero que puede seguir aportando lo suyo en coalición con otros sectores y que ha mostrado una capacidad movilizadora interesante. Y si bien no toda convergencia es posible ni deseable, la antigua aspiración de la unidad de los trabajadores no debería ser desdeñada por los mismos, ni tampoco por funcionarios que en ocasiones, olvidan que las historias personales y sectoriales tienen una densidad lo bastante potentes como para hacerse un lugar en el presente. Nunca hay que olvidar que la vida de una Nación es variable; nunca hay que olvidar que cuando el ardor se dispara y atraviesa la comunidad, los bombos y los señores sudorosos suelen estar a la vanguardia de las necesidades populares.
El autor es Director La Señal Medios