"La más feroz violencia de género simbólica"
Por Cristina Fernández de Kirchner
Si la nota de Clarín del día de ayer sobre: “Olivos, el colchón de fajos de dólares, gritos y maltrato a los empleados” daba para el humor (qué tonta, me olvidé de preguntarles a los trabajadores de AGR-Clarín cómo los trata Héctor Magnetto)...
La de hoy, titulada “Ni una Menos”, da para el análisis de la más feroz violencia de género simbólica, que Magnetto a través del Gran Diario Argentino ha ejercido sobre una mujer, como objeto más simbólico del poder de lo femenino. No es nuevo. Siempre fue así. Y especialmente a partir del momento en que se decidió mi postulación para presidenta, a la que se opuso expresamente haciéndoselo saber a Néstor.
El propio Néstor lo contaba cuando todavía estaba con nosotros. A Héctor Magnetto siempre le resultó intolerable que una mujer pudiera estar en una posición de poder y que además se le ocurriera ejercerlo.
Recuerdo los almuerzos que me tocó compartir en Olivos cuando Néstor era presidente.
Al referirse a la propietaria del diario, Ernestina Herrera de Noble, le decía “La Directora”. No trasuntaba respeto ni admiración. Su mención siempre era acompañada con una sonrisita de sorna.
Recuerdo que una vez le pregunté sobre cuál era su participación accionaria en el grupo, quién tenía mayoría: o sea, el poder de decidir. Recuerdo el momento porque cuando pregunté, Néstor me miró y después a solas me dijo: “Sos terrible vos, mirá lo que le vas a preguntar”.
Ahí, en ese momento, fue cuando explicó que en realidad La Directora y su familia tenían más acciones, pero igual cantidad de votos que él y sus amigos Aranda y Pagliaro, por cuestiones de ingeniería accionaria.
“Admirable”, pensé, “entraron como empleados y hoy tienen la mitad de todo” pero no lo dije. Luego, agregó que ella no se metía casi en nada, que sólo pedía leer la editorial.
La charla siguió, pero era evidente que quería dejar en claro, en esa mesa presidencial, que el poder era él. Casi en consonancia milimétrica con lo que siempre manifestó públicamente: “para qué quiero ser presidente (del país) si donde estoy tengo más poder”.
Nunca le creí. Siempre pensé que a Héctor Magnetto, un hombre político que ingresó a Clarín por la política (Frigerio y el Desarrollismo), le hubiera encantado ser presidente de la Argentina.
Su vinculación con el gobierno de turno, en dictadura o en democracia, siempre se tradujo en acumulación de dinero, concentración de poder y finalmente disputa política.
No es un comportamiento empresario, es una actitud política. Siempre fue así, salvo con gobiernos débiles. ¿Será que necesita sentir más poder que nadie?
“Néstor Kirchner le pegó fuerte con un diario a Cristina Fernández de Kirchner cuando él era el gobernador de Santa Cruz… Él se enfureció, la arrinconó y le golpeó repetidamente la cabeza (siempre con el diario)”.
Estos párrafos constituyen el núcleo duro del fantasioso, pero como nunca esclarecedor, relato con el que Héctor Magnetto (a través de Wiñazki hoy, de un desconocido escribiente ayer, y vaya a saber de quién mañana) simboliza el castigo a la mujer que se atreve. De haber sucedido eso en la realidad, posiblemente el pequeño avión Cessna no hubiera llegado nunca a destino.
Pero esa no es la cuestión. No se trata de eso. Lo importante es la fantasía descripta: una mujer, yo, el símbolo de poder femenino más representativo (aclaro que no se trata de una autovaloración personal sino de un hecho objetivo: primera mujer electa presidenta del país y reelecta por casi el 55% de los votos): “Golpeada fuerte y repetidamente con un… Diario” .
Obsérvese la imagen que crean las palabras: una mujer es castigada por un hombre, quien la golpea fuertemente en la cabeza - el lugar físico que simboliza las ideas - con un diario -¿a quién se identifica con el nombre del Gran Diario Argentino?- luego de arrinconarla –el rincón, lugar simbólico sin escapatoria-, ¿la crisis del 2008 con las patronales rurales fogoneada por el Grupo?, ¿el 27 de octubre del 2010? ¿la actual persecución judicial y mediática?
Porque en tren de armar un relato violento, Néstor podría haberme pegado una trompada con la mano o darme una patada en cualquier parte de mi cuerpo. Pero no, arrincona a una mujer y le pega con un diario -¿el diario visto como un arma que castiga?- en la cabeza. Alguien en Tacuarí al 1800 está necesitando urgente un psicólogo y no es Ernestina.
La segunda violencia simbólica es la de otro hombre (el hijo). Pero como no lo tiene en la misma consideración que a Néstor al que, debo reconocer, miraba y trataba con mucho respeto, lo coloca en una escena digna de los tres chiflados: “le arrojó una torta helada a Cristina en el pecho”. “Ella usaba un vestido negro muy elegante que quedo completamente manchado por el tortazo”.
Escena final para la mujer del collar de perlas que usaba vestido negro muy elegante: quedó completamente manchada por el tortazo. Una suma de elementos femeninos con identidad que terminan humillados. ¿O "puestos en su lugar"?
No quiero ni imaginar los libros que hubiera escrito Freud de ser un argentino contemporáneo.
Algunos textos o caricaturas hablan mucho más de sus verdaderos mentores de lo que imaginamos.
Está claro que no son los empleados los que escriben notas o las firman a pedido.
Está claro que no es Sabat que caricaturiza mujeres con el ojo “en compota” o la boca “clausurada”.
Es Héctor Magnetto, que no quiere:
Ni una ley de medios más
Ni un gobierno autónomo más
Ni una mujer presidenta más
NI UNA MÁS que se atreva a nada.