Fantino y Feinmann: el habla de la impotencia, por Natalia Torrado
“…ellos se casan, procrean, veranean, tienen horarios, no se asustan por la tenebrosa ambigüedad del lenguaje (no es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)”
Alejandra Pizarnik. 1971
Nada más que decir sobre lo aberrante del pretendido informe periodístico que el programa Animales Sueltos presentó días pasados sobre la supuesta corrupción en el Incaa y la Enerc. Mucho menos sobre los inescrupulosos intereses políticos en juego y las nefastas consecuencias que tuvo en términos de gestión. El tema fue suficientemente aclarado en distintos medios y para el lector-espectador crítico no quedarán dudas de lo falaz e injurioso de aquella información. Por el contrario, para un lector-espectador más alienado, no bastará la contundencia de ninguna refutación: si lo dicen Fantino y Feinmann será verdad, o peor aún, no tendrá ninguna relevancia saber si lo que se dijo tiene o no algún fundamento, simplemente fue entretenido verlo y escucharlo, y cualquier reflexión posterior resultará una pérdida de tiempo. Acerca de los efectos sobre este lector-espectador es que quisiera detenerme y preguntar ¿qué del modo en que Animales Sueltos habla vuelve su discurso tan eficaz? En todo caso ¿cuál es el modo de este discurso? Y, en rigor ¿cómo es que hablan estos animales? Empiezo por el final, los animales no hablan. No pueden hablar. De ahí que su habla sea el de la impotencia. En Animales Sueltos se habla porque no hay nada para decir, y no hay manera de decirlo. Fantino y Feinmann hablan porque no Hablan. La hipótesis preocupante es la de que es justamente esta la característica que los vuelve representativos de un tiempo, uno en el que hablamos, mucho, demasiado, todos a la vez, a toda velocidad, unos sobre otros, porque no podemos, no logramos, Hablar.
Es posible, entonces, que el lector- espectador alienado se regocije en la inconsistencia de la información, no tanto por la información propiamente dicha, o aquello a lo que se refiere, sino porque se identifica y celebra el modo de la inconsistencia. La inconsistencia como signo de una época estampado en el discurso de los medios y que este lector-espectador reconoce y agradece, porque siempre es mejor reconocerse, pertenecer, parecerse. Siempre es más tranquilizador permanecer homogéneo, mismo, unívoco, es decir, siempre es mejor no Hablar. Porque Hablar, así entendido, no es ser un usuario pasivo del lenguaje. Hablar, en términos fuertes, es agitar el lenguaje de modo tal de mantenerlo (y mantenerse) vivo. Un lenguaje que únicamente reproduce es un lenguaje muerto, es un parloteo que bien podría homologarse al sonido producido por un animal. Así Fantino y Feinmann balbucean. Porque Hablar siempre es del orden de la diferencia. Hablar es hacer diferencia. Hacer la diferencia. Y hacer la diferencia es peligroso. Haraganes e impotentes, carentes de saberes específicos o estilo, estos personajes mediáticos reproducen la lógica de la no diferenciación y, por lo mismo, la lógica del conformismo capitalista para el cual alcanza con dinero (incluso cuando el dinero no alcanza). La fórmula para esta lógica en términos de sentido (de sentido de la vida) es la fórmula inerte del “da lo mismo”.
Y aunque, en oposición, la diferencia como fuerza vital afronte el peligro de la vida, en favor de la vida, el parloteo mortuorio de la mismidad tiene la eficacia de decirse a sí, de decir de sí que nada dice, promoviendo una ceguera del significante, que ya no entra en relaciones de sentido capaces de reelaborar el lenguaje y que, por lo tanto, reproduce las condiciones (capitalistas) de la realidad. En este sentido, en términos de Habla audiovisual, el lenguaje contestatario respecto del balbuceo mediático es, debería ser, el Cine. ¿Pero podrá el Cine Hablar para salvarse - y salvarnos - en su nueva situación de empresa privada de la gestión macrista? El cine Habló, y el Cine Habla. Pero tampoco fue una dificultad menor en el pasado escuchar al Cine que Habla entre tanto parloteo, entre tanta cantinela - Campanella. Mientras tanto, los animales siguen sueltos y los humanos están tras las rejas, cada vez más. Los presos políticos (los que todavía pueden - y los que ya quieren - tener) y las brutales represiones a las manifestaciones populares de los últimos tiempos, dan cuenta de un gobierno que prefiere a los animales sueltos, eso sí, mientras trabajen a favor de sus intereses. Pero, poniendo en entredicho la propia categoría de lo humano, hay que decir que también existe un animal, más animal que todos los animales, un animal monstruoso, un bicho, un gigante, que se llama lenguaje, y que también anda suelto. Y la Historia demuestra que los intentos más extremos de reducirlo al orden de la mismidad, no sólo nunca lograron suprimirlo en su carácter emancipatorio, sino que además lo empujaron a la más revolucionaria poesía. Contrariamente a lo que hoy parece, que el enemigo no pueda Hablar es esperanzador. Su impotencia es nuestra fuerza. Habrá que resistir los tiempos de oscuridad invocando a nuestros poetas. Urondo estaba “seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra”. Que parloteen nomás estos vivos. Igual los muertos Hablan.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).