La deuda externa no es solo un problema político, por Ernesto Jauretche
Por Ernesto Jauretche
Es una cuestión sistémica, geopolítica, global y un saldo de nuestras propias contradicciones y discordias, que hicieron verosímil que seamos deudores del mundo hasta el próximo siglo. Nada de ciencias económicas ni cosa de traidores y patriotas acongojados.
Parece que no terminamos de darnos cuenta que Mauricio Macri Presidente fue posible en la Argentina de Perón. Y que no usurpó el mando; resultó de la dialéctica republicana de un país sin política, de una Nación sin identidad, de un electorado sin ideología. Personifica un enemigo que viene embistiendo desde muy lejos.
Macri no fue una fatalidad: fue un fruto de la realidad, y la deuda externa impagable que contrajo el efecto de la derrota histórica de la Nación. Esta vez es el intento de acabar para siempre, acogotándolo, con el obstáculo de cualquier sujeto capaz de esgrimir la consigna “combatiendo al capital”.
El propósito no abarca a un país sino al planeta. Pero en Argentina lo refuerza un sistema político que abomina de la cuestión básica de la democracia: el conflicto de clases. Hace rato que el sistema político olvidó representar al pueblo: la política es una profesión, apenas un negocio bien rentable. Todos sirven al mercado. Salvo en el discurso, y sólo a veces, no se registra en la acción la demanda del bajo pueblo, del que trabaja y produce la riqueza que atesoran los bancos y fugan los monopolios y trasnacionales. Y no es éste el carácter de un Alberto Presidente por carambola; la comedia de la democracia viene de antes, por lo menos desde que murió Perón.
Entonces, abordar el tema de la deuda externa y juzgar conductas y circunstancias sin tomar en cuenta el contexto actual e histórico de nuestro país es una temeridad y un grueso error. Se pueden pedir peras al olmo infructuosamente o simplificar hasta la puerilidad los análisis y depositar condenas y recompensas en lugares equivocados. Y, lo que no es saludable, crear expectativas, alimentar amores y rencores que no nutren sanamente la política.
La responsabilidad obliga a que un juicio político sobre la actuación y la conducta de Alberto y Guzmán en el manejo de las dificultades y crisis de la negociación ante el FMI se sostenga en las mejores ideas de la inteligencia y la sensatez, más que en citas anacrónicas de Perón y en apelaciones patrias apasionadas. En esto, oficialistas y opositores se parecen: adolecen del mismo síndrome de la inmediatez, lo coyuntural; cuando no de lo efímero y banal. El momento reclama una perspectiva de observación que no puede prescindir del requisito que obliga a tener en cuenta el cuadro de situación.
Es imperativo afianzar el examen contando con el aporte de la gestión de Carlos Menem, nefasta pero complementaria, en dos hechos principales estrechamente eslabonados que es preciso considerar como parte de un único proceso de consolidación de la dependencia económica de la Argentina: el llamado Proceso de Reorganización Nacional y el endeudamiento del país ante el FMI bordado por el partido político neoliberal Juntos por el Cambio.
A los militares les llevó siete años el exterminio de los mejores cuadros del movimiento nacional y popular. A Macri le bastaron sólo cuatro para poner los últimos clavos en la cruz de la entrega del patrimonio nacional y el agotamiento de sus reservas sociales.
Con la deuda que nos ata al carro triunfal de los vencedores, el macrismo cerró el círculo perfecto que terminó con el Estado de bienestar fundado en los años ´50, que no logró restaurar el peronismo de los 70. Y el devenir de los últimos 50 años de política nacional, con una meseta entre 2003 y 2015, es un tobogán hacia el desastre social y la demolición de la soberanía.
Entonces, sólo para empezar: ¿qué alternativa tuvieron los negociadores de la deuda externa? ¿Peronismo? ¡Olvídalo! No es ahí donde está esa oportunidad, que encontraremos únicamente en las bases populares.
Ni bien ni mal. Ni peronistas ni gorilas. El acuerdo con el FMI que se presenta a la legislatura es lo que la virtuosa eficiencia de unos economistas eruditos pudieron elaborar defendiendo intereses capitalistas con otros economistas burócratas internacionales tan mediocres como ellos. Unos, acotados por la anemia argumental de un país en remate; otros, agrandados por los vapores de un imperio en retirada.
¿Qué esperabas? ¡che!
Por fin, es claro que no hay nada que festejar; pero tampoco es cuestión de sentirse como una niña violada. Ocurrió lo previsible, lo lógico, lo inevitable dentro del estado de cosas que vivimos.
Y ahora, mejor ponerse a hacerle el aguante al gobierno de los Fernández, porque si en el ´23 vuelve a ganar otro Macri, entonces sí vamos a aprender cuantos pares son tres botines.