Lula ante la justicia, por María Victoria Raña
Armo en mi cabeza un montaje de conversaciones. Las charlas interminables intentando razonar conjuntamente, entender: mis interlocutores son “hombres de derecho”. No puedo, me veo acorralada. El inciso 28.J, el presupuesto del tercer bimestre del 2006, el dictamen de 2008, el milésimo artículo de la ley de 1932 y sus diecisiete modificatorias, el acta del 22 de septiembre de 2012, los libros contables de la subsidiaria cuyo supuesto testaferro se presumen. Vienen hacia mí innumerables datos que no llego a razonar, la velocidad de los mismos me agobia. Son como un laberinto de palabras rápidas plagadas de cifras y estructuras lingüísticas que se me presentan inquebrantables. Intercedo en un intento fallido por reflexionar sobre política. Fallo rotundamente. Lo que yo digo no tiene ningún valor. La historia y la política, las estructuras sociales y las disputas de poder se vuelven meras habladurías ante el discurso experto de la ley. La técnica invisibiliza la esencia de los procesos: lo político.
Mucho hay escrito sobre el discurso experto como forma de hegemonizar el buen-decir de ciertas cosas. En momentos históricos como éste, es preciso recordar que el saber autorizado sobre determinadas áreas del conocimiento funciona como dispositivo de poder y que dicha autoridad se expide constituyendo el horizonte de lo posible. Entendiendo que, inexorablemente, lo posible es un concepto socialmente configurado. No debemos olvidar, entonces, que “existe un contínuum entre la construcción del saber, la movilización del saber y la aplicación del saber”[1].
Al mismo tiempo que pienso esto y mientras escribo, escucho en la televisión a un periodista que se pregunta “¿Cómo entendemos un presidenciable que no se atiene a derecho?”, mientras América Latina observa expectante si encarcelan o no al ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. Por otra parte, La Nación titula “Lula ante la justicia”. Las palabras están lejos de ser neutrales, la justicia, el derecho. Parecieran ser entelequias sin substancia que flotan y se enquistan en las instituciones, materiales y hechas de humanos apilados. Con sólo invocarlas todo lo otro se vuelve incuestionable. Porque la empiria de los datos y lo inapelable de las leyes –justamente- se articulan formando la cena que nadie puede negarse a masticar. Lo que subyace es una idea determinada de justicia, y quién está autorizado a dar cuenta de ésta. Porque claro, no somos todos, y no podemos resistirnos a ella. Cuando los medios de comunicación reproducen el enunciado “la justicia” – y no “los miembros del poder judicial”- naturalizan un modo específico de pensar lo justo, y con ello normas relativas a la distribución y redistribución. El orden social establecido.
El amasijo se completa. Si aquellos que ejecutan las reglas de lo justo son portadores de un saber técnico que es asimismo incuestionable, porque no estamos llamados a entenderlo, menos estamos autorizados a resistirnos a éste. Los líderes populistas, nos dicen, han quebrado las normas que solo la justicia y sus paladines de lo ecuánime pueden subsanar. Habrá entonces que recordar que tal objetividad no es más que una expresión ideológica cabal, en el sentido althusseriano del término, la ideología como totalidad social construyendo creencias y modos de entender el mundo. No existimos sino en la ideología: la justicia y sus técnicos no son más que expresiones de una forma de construir el orden social. Pero sobre todo, de imposibilitar y desgarrar construcciones que lo subviertan.
Mientras el derecho siga siendo derecho divino del poder concedido por el mercado, tan silencioso como inapelable, querrán que acatemos en silencio.
[1] Roig, Alexandre (2016) La moneda Imposible. La convertibilidad argentina de 1991. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).