Mi perro dinamita
De mariscales, derrotas y bastones
Hay palabras que suenan como disparos. Detonaciones simbólicas en tiempo de violencia sin utopía que luego del intento de magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner cobran una significación distinta y preocupante. Y mucho más cuando se desenfundan para anatemizar en medio de una discusión política interna del movimiento nacional. Dentro de él, el sentido de la responsabilidad debería ser un freno inhibitorio para esas conductas. No solo porque es lo correcto, sino porque lo contrario lleva a la fragmentación y la derrota.
El peronismo está en estado de ebullición. Y digámoslo rápidamente; está bien que así sea. Es necesario y deseable que después de haber perdido política y electoralmente por no haber podido conjurar la crisis heredada del macrismo y la pandemia; la militancia, los cuerpos orgánicos y los dirigentes intercambien visiones, balances y perspectivas para pensar lo que viene. Lo contrario es abandonar el terreno de la acción política para pasar a inscribirse en los dominios del dogma y la liturgia. Y justamente parecería que hay actores que a eso nos convocan. Eppur si muove.
Resultan muy significativos los ingentes esfuerzos que realiza un sector del dispositivo propio, justamente el que más se beneficia de la centralidad de las decisiones políticas, para dejar en claro que a pesar de haber perdido 5 de las 6 últimas elecciones y haber tenido en los últimos 9 años 3 presidentes anti-kirchneristas no hay ninguna novedad que amerite debate alguno en el seno del peronismo. Un llamado al silencio que, como está ocurriendo cada vez más recurrentemente, peca de la más elemental falta del sentido de la oportunidad.
La semana pasada tuvimos un infructuoso intento del concejal de La Cámpora de Hurlingham por teorizar sobre el misterio lógico que significa asegurar que el fracaso del gobierno del Frente de Todos es responsabilidad exclusiva de Alberto Fernández y el anti-kirchnerismo, a la vez que sostiene como un hecho irrefutable la conducción del todo por parte de CFK. Compartimos el análisis de esa postura que realizara nuestro compañero Daniel Ezcurra.
Recientemente en El Cohete a la Luna apareció otro capítulo del no hagan olas. También con munición gruesa pero ya no con el tono de polémica intelectual del Concejal Nicolás Vilela sino con la opacidad de la información clasificada que espera el momento preciso para salir a la luz. El texto prescribe tiros desde su título mismo. Y no se queda ahí, pues estableciendo una filiación con la época de actuación del escriba, comienza haciendo una analogía de los dirigentes bonaerenses que le pusieron palabra a algunas discusiones nada más y nada menos que con Augusto Timoteo Vandor: “La autoridad de Perón fue cuestionada entonces en un plenario de las 62 Organizaciones, ante el que Vandor sentenció: "Hay que enfrentar a Perón para salvar a Perón". Cuando Vandor intentó desmentir ese pronunciamiento, Perón le dijo: "Usted se ha metido en un lío. Lo mata el Movimiento o lo mata la CIA. Me acuerdo que lloró", recordó el ex presidente dos años después de que ese vaticinio se cumpliera”. Como dicen las pibas y pibes; “es un montón”.
El artículo se toma su tiempo para individualizar y marcar a siete dirigentes más o menos cercanos al gobernador Kicillof para terminar asegurando que “…nadie retiene como él los votos de Cristina. No suyos, de Cristina. Si permite que la confrontación escale podría perderlos. La próxima vez que quienes sostienen su candidatura presidencial despotriquen contra Máximo y Cristina no podrá hacerse el desentendido. Está más claro que nunca que Máximo es Cristina, y que Larroque, Ferraresi, Yasky o Secco son Axel. El juego de fintas terminó”. El dicho popular que dice que hay que patear al perro para que aparezca el dueño parece tener absoluta actualidad. En su momento Perón supo alertarnos de aquellos que se convierten en instrumentos de la ambición ajena.
Haciendo uso del psicologismo político a la veleta tan de moda, podríamos decir que la analogía/amenaza con el destino de Vandor para con los dirigentes cercanos al gobernador de Buenos Aires, parece querer olvidar el desafió que en su momento lanzara a la conducción del General Perón el sector al que supo pertenecer el autor de la nota en la década del 70.
Las preguntas de la etapa
En la teoría política se dice que aquello que se encuentra instituido busca borrar las huellas de los combates políticos que resultaron en su institución, para presentar un estado de cosas como inscripto en el orden “natural” de los acontecimientos. Esta naturalización busca obturar cualquier desafío al status quo convirtiendo a quienes propician esa obturación en elementos conservadores del escenario político.
Si se estuviese defendiendo un momento de realizaciones y conquistas populares no cabe duda que uno con gusto se sumaría a esa Línea Maginot (como lo hacemos con la historia del peronismo en general y los 12 años de los gobiernos conducidos por Néstor y Cristina en particular) pero insistimos; venimos del fracaso de un gobierno popular que habilita (o debería habilitar) revisar lo actuado y debatir sin dramatizaciones lo que viene.
Salvo que se pretenda perpetuar un estado de cosas que a la vez que ha instituido la centralidad manifiesta de un sector en los dispositivos principales de representación y ejecución táctica del movimiento, ha prodigado elecciones perdidas y no ha podido evitar sufrimientos e incertidumbre para las mayorías.
Y aquí aparece el debate sobre las responsabilidades. Porque ya sabemos que, como supo decir Napoleón Bonaparte, la victoria tiene cien padres, pero las derrotas son huérfanas. Hay un cordón umbilical que une la postura conservadora de evitar el debate interno con un ciclo de casi 10 años que tiene para mostrar derrotas político-electorales y el déficit de propuestas de futuro que lleven a la sociedad a vernos como parte de las soluciones y no de sus problemas.
¿Dónde y cómo discute el peronismo esas propuestas? ¿Con qué análisis de base de la sociedad y balance de lo actuado? ¿Cómo interviene frente a este gobierno para reconstruir una voz audible de cara a los sectores populares para pensar e ilusionar con un futuro distinto y mejor? ¿Con qué dirigentes y representantes? ¿Cómo sostener, poner en valor y potenciar los espacios de poder electorales, sociales e institucionales con que se cuenta? Esta y otras tantas son las preguntas de la etapa. ¿Alguien cree qué puedan ser respondidas sin un proceso de movilización, organización y debate profundo?
No somos ilusos, sabemos de sobra que esos interrogantes significan discutir poder. No nos asusta. Solo alertamos sobre que la priorización del poder de la parte en detrimento del todo es una de las causas de este estado de cosas que sufrimos. Y estamos seguros que la profundización fraternal de esa discusión es parte de las tareas que vienen implícitas con el Bastón de Mariscal. Ese mismo que la compañera Cristina, con lucidez, nos invitó a enarbolar.