A 20 años de la toma de la comisaría de La Boca, publican una exhaustiva investigación

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A 20 años de la toma de la comisaría de La Boca, publican una exhaustiva investigación

25 Junio 2024

La publicación, de 84 páginas, acaba de ser editada y puede descargarse en formato digital. Presentamos un texto del autor, en el que describe la importancia que tuvo el hecho para el barrio de La Boca, pero también para la política nacional: Néstor Kirchner temió que el crimen del militante popular del Movimiento Los Pibes, efectuado cuando se cumplían dos años de la Masacre de Avellaneda, fuera una provocación política tendiente a desestabilizar a su gobierno, y dispuso que bajo ningún motivo se reprimiera la protesta, lo que hubiera resultado otra masacre más.

Los hechos, los protagonistas

La toma de la comisaría 24 de La Boca durante la madrugada del 26 de junio de 2004 fue un hecho inédito. Difícilmente pueda encontrarse en la historia de nuestro país otra ocasión en la que una sede de la Policía Federal Argentina haya sido ocupada por una multitud de vecinos, durante más de ocho horas, de manera decidida pero a la vez pacífica (hubo algunos hechos de violencia puntuales, comprensibles para el contexto). Los manifestantes exigían que se detuviera al asesino de Martín “Oso” Cisneros, un militante muy querido en el barrio. Se movilizaron contra la policía, que amparaba al criminal, sin llevar ningún elemento de autodefensa, ni siquiera palos. Aun así, lograron expulsar a los uniformados y mantener la comisaría bajo el control del pueblo.

Lo que sucedió durante aquellas interminables horas de tensión sacudió al barrio y al país. La toma fue transmitida por las principales señales de noticias. Aunque hubo periodistas atentos a los motivos de la protesta y medios comunitarios que informaron teniendo en cuenta la versión de los vecinos, los grupos mediáticos más poderosos cubrieron el hecho de manera sensacionalista y sesgada, reproduciendo la versión policial. Con los años, la cobertura del juicio al que fueron sometidos los ocupantes invisibilizó el protagonismo popular y reforzó la estigmatización. El tiempo transcurrido desde entonces hasta nuestros días convirtió el recuerdo de todo aquello en algo distante. En el barrio, muchos de quienes hoy son jóvenes o adolescentes no saben qué pasó. Hace 20 años transitaban su primera infancia o ni siquiera habían nacido.

El relato que ofrecemos en estas páginas busca echar luz sobre aquel suceso. El motivo primero tiene que ver con la fecha: se cumplen dos décadas y la efeméride invita a la conmemoración. El sentido profundo va más allá: este trabajo se propone aportar a la recuperación de la memoria de las luchas de nuestro pueblo, para evitar que la historia sea “propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”, como alertara Rodolfo Walsh.

Antes de adentrarnos en lo que pasó aquella noche, en las líneas que siguen volcamos algunos elementos de contexto que ayudan a comprender por qué las cosas se dieron de ese modo.

Después del estallido

La toma de la comisaría 24 no puede analizarse sin la referencia obligada a la rebelión popular que estalló en diciembre de 2001. Durante aquellos días, el pueblo salió masivamente a las calles a decir basta; desobedeció el Estado de Sitio y logró echar al mal gobierno al grito de ¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo! Los cacerolazos, las protestas de ahorristas y los saqueos que protagonizaron miles de desesperados por el hambre volvieron insostenible la continuidad en el poder de quienes se habían mostrado insensibles ante el padecimiento de millones. A partir de entonces, se fortalecieron las luchas por los derechos humanos. Los excluidos, las cartoneras, los desocupados y las familias sin techo organizaron miles de proyectos de la economía popular. La izquierda también acumuló: más allá del modesto crecimiento electoral, prácticas combativas y antiburocráticas quedaron incorporadas en el pueblo. Más cerca en el tiempo, como parte de la misma ola expansiva, cobraron fuerza las demandas ecologistas, los movimientos de mujeres y los feminismos.

A partir de 2003, el gobierno de Néstor Kirchner recompuso algunos puentes de diálogo para que mermara la protesta. Una parte del movimiento social vio la posibilidad de promover cambios desde el Estado. Parecía abrirse una nueva etapa.

Sin embargo, en 2004, el año en que se produjo la ocupación de la comisaría, nadie podía asegurar cuál sería el destino del país. Por un lado, la conflictividad social seguía bien arriba: todos los días había movilizaciones. Durante los meses previos y posteriores a la toma, una serie de protestas tuvieron como blanco a las fuerzas de seguridad. Familiares y vecinos de las víctimas responsabilizaban a las distintas policías por casos de represión, de gatillo fácil o de complicidad con crímenes de diversa índole. Entre las noticias cotidianas de las movilizaciones, cada tanto se colaban imágenes de comisarías apedreadas o patrulleros atacados. Pero la toma de la comisaría 24 no fue solo una reacción espontánea: contó con una organización social y una capacidad de control de la situación que no se dio en otros casos. 

La forma en que terminó la protesta también hizo la diferencia. Los manifestantes lograron su objetivo inmediato: que se detenga al asesino del “Oso” Cisneros, un militante de base muy querido en el barrio, baleado horas antes por un delincuente protegido por la policía. De esa forma se evitó que el crimen quedara impune. Pero, como sucede con las luchas emblemáticas, la acción bien llevada resultó útil para mucho más.

La toma fue reivindicada por el conjunto de las agrupaciones y movimientos populares. Una semana después de los hechos, la concentración en homenaje al Oso y en apoyo a los manifestantes que habían desafiado la complicidad policial reunió a cerca de diez mil personas en La Boca. Desde las “cinco esquinas” –como se conoce al cruce de la avenida Almirante Brown y la calle Villafañe– hasta el Parque Lezama, una multitud compacta ocupó la avenida por varias cuadras, en la que se considera la movilización más masiva que conoció el barrio (dejando de lado, por supuesto, las concentraciones que se producen cuando juega Boca Juniors).

Desde entonces, la figura del Oso se convirtió en bandera, en símbolo de diversas organizaciones de base. La toma de la comisaría fue una acción coherente e inseparable de la reivindicación de su persona. Sin embargo, con el correr de los años, la conmemoración de ese hecho perdió fuerza. Los compañeros de Cisneros fueron sometidos a un juicio que se extendió durante más de una década y los amenazó con duras condenas. Aunque los y las protagonistas siempre se mostraron orgullosos de lo que hicieron, lo cierto es que la judicialización de la protesta, por un lado, y la creciente incorporación de las organizaciones populares a las dinámicas del Estado, por el otro, lograron cierto efecto adormecedor en el resto de la militancia, y de la toma poco se habló de ahí en más.

A partir de aquella acción audaz también se sacudieron las instituciones. Los mandos de la comisaría fueron desplazados. Poco después lo fue, también, la jefatura máxima de la Policía Federal. El gobierno de Néstor Kirchner, que cumplía para ese entonces su primer año de gestión en medio de movilizaciones permanentes, profundizó el control sobre las fuerzas de Seguridad. “No vamos a reprimir la protesta social con esta policía del gatillo fácil”, había dicho el presidente al enterarse de la toma de la comisaría. Un mes después, ordenó que ningún policía portara armas de fuego ante una movilización. La ocupación de la comisaría 24 no fue el único detonante, aunque tuvo un alto impacto en la voluntad presidencial. Aquella noche, Kirchner se encontraba en medio de un importante viaje a China. Se mantuvo informado a la distancia y, a juzgar por las noticias que recibía, temió que el asesinato del Oso fuera una provocación dirigida a desestabilizarlo. Las consecuencias de la Masacre de Avellaneda, ocurrida otro 26 de junio dos años atrás, le hicieron temer un desenlace de gravedad. Durante aquella misma madrugada de 2004, la vigilia en el Puente Pueyrredón para conmemorar a los militantes asesinados por la policía en Avellaneda era multitudinaria, y los ánimos de ese sector del movimiento popular respecto al gobierno nacional no eran buenos. Durante su primer año de gestión, Kirchner había entendido que la reacción popular sería muy difícil de controlar si una represión volvía a causar muertes de manifestantes. Ya sea por ese temor, o por genuina sensibilidad, lo cierto es que el presidente consolidó la decisión política de no reprimir. Más allá de la huella que dejó en el movimiento popular, la toma de la comisaría también impactó positivamente en las políticas de Estado que se delinearon respecto al conflicto social.

Si no hay justicia…

La toma se inscribe en la tradición de luchas contra la impunidad que atesora nuestro pueblo. Hebe de Bonafini, en nombre de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, se mostró junto a los compañeros y compañeras de Cisneros para reivindicar la acción y brindarles su apoyo. Las rondas de las Madres, en sus orígenes, desafiaron a los militares y fueron el motor de lo que, con los años, se convirtió en causa común de una amplísima mayoría social. Más cerca en el tiempo, los “escraches” que promovió la agrupación HIJOS (hijos e hijas de desaparecidos) contra los genocidas impunes, marcaron otro hito en similar sentido: cuando no hay justicia, cuando las instituciones dan la espalda al reclamo social, es legítimo que el pueblo apele a la acción directa para llevar adelante los reclamos contra la impunidad.

Madres e HIJOS son los referentes de más peso, aunque otras gestas populares también lograron avances determinantes a la hora de exigir condena a los verdugos del pueblo. El reclamo por justicia tras los asesinatos de Kosteki y Santillán es un caso cercano y también emblemático. La figura del Oso quedó unida a la de estos dos jóvenes militantes, porque la fecha en la que fue asesinado en La Boca resultó sospechosamente cercana al momento de la conmemoración de aquellos otros dos crímenes políticos. Pero, además, una y otra causa están emparentadas por la determinación con que las organizaciones populares buscaron justicia, confiando en la movilización más que en las sinuosas e ineficaces (cuando no cómplices) instituciones.

Investigación militante

La amplia trayectoria de Martín Cisneros, el Oso, abarca los últimos tiempos de resistencia a la dictadura, pasa por la Nicaragua sandinista, recala en las luchas por la vivienda durante el menemismo y desemboca en el Comedor Los Pibes de La Boca. Allí buscó recrear la cultura del trabajo y promover la formación política en la base social a la que se integró. Para profundizar en las continuidades militantes que su historia expresa, escribimos sobre él en el Diccionario Biográfico de las Izquierdas Latinoamericanas, Movimientos Sociales y Corrientes Políticas.

Por último vale agregar que, como autor de este trabajo, asumo la parcialidad: conozco a los y las militantes que fundaron la organización Los Pibes desde hace más de 30 años; milité con ellos, también con el Oso. Me llegó la noticia de su asesinato y de la toma de la comisaría aquella misma madrugada, mientras estaba siendo parte de la organización de las protestas por los crímenes de Darío y Maxi en el Puente Pueyrredón. Enseguida intuí de qué se trataba. Soy, además, vecino del barrio de La Boca, conocedor del tejido social y del entramado de organización popular que lo habita. No hay forma de entender las líneas que siguen al margen de este sentido de pertenencia.

 “Lo volvería a hacer”, me dijeron varias de las personas que tomaron la comisaría. Aun cuando, por ello, hayan debido soportar acoso judicial o nuevos hechos de persecución policial. Tras reconstruir lo que pasó aquella madrugada, no tengo dudas de esa convicción.

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“La toma de la 24. Historia de la ocupación de la comisaría de La Boca la madrugada del 26 de junio de 2004”, de Pablo Solana, puede descargarse de la página del Instituto Plebeyo