Unidad 31 del complejo carcelario de Florencio Varela: un ejemplo de cómo pensar la reinserción social
Me invitaron el lunes pasado, 31 de marzo, a la Unidad 31 del complejo carcelario de Florencio Varela, provincia de Buenos Aires. Fue con motivo de una actividad que hacía su Centro de Estudiantes. Incluía la entrega de certificados a alumnos pertenecientes a los cursos de estudios que se desarrollan en ese establecimiento. Debo reconocer que me llevé una gran sorpresa e impresión, para bien. Por la gran cantidad de actividades educativas que en distintos pabellones allí se desarrollan. Me impactaron los espacios de educación de nivel terciario que allí existen a disposición de los internos. En derecho, periodismo, comunicación, ciencias sociales, una tecnicatura en informática. Cuentan además con una sala de grabación, con instrumentos musicales y equipos adecuados. Allí registran temas musicales que componen y cantan ellos mismos. Rap, hip-hop, rock, folclore, melódico… según el gusto de cada uno. Administran para ello inclusive un canal en YouTube.
Quedé francamente maravillado al descubrir también que en todos y cada uno de los pabellones había una biblioteca repleta de libros y apuntes de las distintas disciplinas de estudio. En el pabellón de ciencias sociales pasé rápidamente la vista por los estantes –costumbre de lector- y pude ver textos y autores variadísimos. Con intención les pregunté a los estudiantes si había algún material que les impidieran tener o que les censurasen, y con total sorpresa por la pregunta me respondieron que no, podía tener y leer lo que quisiesen. En el pabellón de derecho creo que había bastante más que la mitad de los libros que tengo en mi Estudio…
Hay además un pabellón de autodisciplina destacable. Pude entrar y lo que vi es una considerable cantidad de internos conviviendo en armonía, un grupo de ellos preparando comida para todos, otros leyendo, tomando mate o charlando como si fuese un gran salón de un club de barrio. En ninguno de los pabellones que visité percibí tensión, clima de nervios, temerosas miradas al piso, como sí lo he visto, lamentable y habitualmente, en numerosas otras unidades del país. Por el contrario, aunque esto parezca contradictorio, los muchachos parecían estar pasando momentos agradables, cada uno dedicado a la actividad de desarrollo humano que evidentemente era su vocación, o la vocación que la Unidad les ayudó a descubrir. Abrí una puerta de una pequeña sala, y era un cuarto de lectura en el que un joven estaba solo, muy concentrado leyendo unos apuntes universitarios.
En un pabellón de enseñanza de oficios, pude ver un grupo importante de internos trabajando en carpintería, en mecánica, pintura, costura, entre otras tareas, manejando herramientas, elementos sensibles, y sin ningún guardiacárcel próximo en actitud de control intimidante. Ellos solos, trabajando cada uno en lo suyo como si fuese un taller en un barrio cualquiera.
En varios de mis recorridos fui acompañado por el subdirector de la Unidad, y eso fue otra cosa que me sorprendió vivamente: su trato cordial y de respeto para con los internos, y de los internos para con el. Todo el mundo lo saludaba y el saludaba a todos, a quienes además conocía por sus nombres y a qué se dedicaba cada uno. Advertí claramente que los internos lo aprecian.
En ningún caso percibí actitudes tensas y mucho menos de violencia contenida (tengo años de experiencia en percibir en las miradas y gestos de los internos actitudes de malestar por malos tratos, reclamos y temor. No hace falta que me cuenten a escondidas, por mi experiencia lo percibo inmediatamente). La Unidad está prevista para 450 internos aproximadamente, pero resulta que están allí más del triple, cerca de 1400 internos. Y lo verdaderamente llamativo es que pese a la superpoblación, hay absoluta tranquilidad, no hay situaciones de violencia, no se escuchan gritos a las visitas o exclamaciones de enojo o malestar, lo cual por mi experiencia suele ser habitual en otras Unidades, tanto federales como del interior del país, cuando aparecen, como fue en nuestro caso, dos o tres abogados de traje invitados a un recorrido de visita. No tengo ninguna duda que ese destacable clima de convivencia se debe al régimen efectivo de actividades tanto educativas como culturales y de esparcimiento. Pero especialmente al trato humano que los internos reciben. Lo que viví en la Unidad 31 fue completamente distinto y esperanzador.
En la actividad central de entrega de certificados, para la que fui invitado, en un amplio espacio en el que más de doscientas personas nos acomodamos alrededor de largas mesas, en las que se sirvieron pizzetas y empanadas preparadas por ellos mismos, hablaron el interno presidente del Centro de Estudiantes, el profesor de la facultad de derecho a cargo de la especialidad en contextos de encierro, una profesora de ciencias sociales y me invitaron también a decir unas palabras. Nada especial se me ocurrió, solo atiné a ser lo más espontáneo posible, felicité a los internos por su disposición a reencausarse con el fin de afrontar con mejores posibilidades la futura vida en libertad, y particularmente a las autoridades del servicio penitenciario de la Unidad 31, porque es evidente que no hacen otra cosa que cumplir con la ley, porque han comprendido a la perfección cuáles son sus obligaciones legales y cuáles los derechos de los internos, establecidos desde la Constitución Nacional hasta las leyes específicas relativas a la forma de ejecución de las penas privativas de libertad, sin importar la causa por la que la sufren.
Un verdadero ejemplo que debiera ser imitado en todas las instituciones carcelarias del país, si es que se pretende que la prisión sea un medio de readaptación y recuperación social para evitar la reincidencia, y no un mero encierro punitivo, de índole vengativo, productor de sufrimientos y abusos, que lo único que logra es generar resentimiento y futuros nuevos daños sociales.
* El autor es abogado penalista especializado en seguridad pública y derechos humanos