“Hay que repolitizar el campo de la ciencia y la tecnología con una mirada solidaria”
La Directora Nacional de Proyectos Estratégicos del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación y especialista en políticas públicas de ciencia, tecnología e innovación, Erica Carrizo, conversó con AGENCIA PACO URONDO para reflexionar sobre la pandemia desde la óptica de la ciencia, el estado del campo científico y los desafíos en relación al vinculo Estado y ciencia.
APU: ¿Qué implicancias tiene la crisis sanitaria global en los esquemas clásicos de orientación de la ciencia y la tecnología?
Erica Carrizo: Creo que esta situación debe motivar una revisión de los vínculos entre ciencia, tecnología, Estado y sociedad que se afianzaron en el orden pre-pandemia. Si efectivamente estamos ante una crisis del capitalismo ¿por qué no entrarían en crisis también la arquitectura del Estado y de la gestión de la ciencia y la tecnología que lo sostuvieron durante tanto tiempo? Si no se proyectan cambios en estas estructuras entonces después no nos sorprendamos si el lobo se vuelve a vestir con piel de cordero, diría Edgardo Lander.
Lo último que debemos hacer con la ciencia y la tecnología es sobredimensionarlas y endiosarlas porque es crucial asumir una postura crítica en relación a sus concepciones, usos y fines. No estoy defendiendo una mirada utilitarista de estas actividades sino focalizando la pregunta por el sentido que adquieren en las colectividades sociales en las que se insertan.
Es imposible afirmar que fluyen libremente porque siempre responden a particulares esquemas civilizatorios. Algunos de esos esquemas no están centrados en las necesidades de las mayorías, y se integran a formas de organización y promoción que muchas veces andan flojas de papeles para explicar su aporte al desarrollo de nuestros pueblos.
Es por eso que el rol del Estado en su orientación y la medición de su impacto en la sociedad deberían ser ahora observados con mayor atención. En ocasiones cuesta constatar cómo esa inversión en ciencia y tecnología se traduce en términos de bienestar. También es cierto que cuando los esfuerzos son claramente direccionados en muy poco tiempo podemos ver sus aportes en el campo de la salud, la industria, la educación, el desarrollo comunitario, etc.
APU: ¿Ese direccionamiento específico es lo que caracteriza a las denominadas “políticas orientadas por misión”?
EC: Si, la ventaja que tienen estas políticas es que el detonante es un problema de relevancia social, económica o ambiental y que el final no es abierto, o se alcanza la meta o no se la alcanza. Esta relevancia no es una “commodity” de distribución global que puede comprarse por internet ni tampoco duerme en las bibliotecas esperando a que la despierte el investigador azul, es dinámica no estática, toma forma en contextos territoriales y temporales específicos. Además cuando el detonante está vinculado a cosas que pasan fuera de los límites de un laboratorio y de las oficinas de las burocracias estales encargadas de gestionar estas actividades quienes habitan y trabajan el territorio tienen mucho para decir y hacer.
Entonces analizar los indicadores utilizados para dar cuenta de los avances y resultados de estos procesos orientados es crucial. Cuando Byung-Chul Han habla de las lógicas de rendimiento y de autoexplotación de la sociedad capitalista, donde la clave está en que la duda se ponga fuera del sistema, es difícil no hacer paralelismos con los indicadores estrella del desempeño científico, los famosos papers, y no pensarlos también como formas de producción en masa. Pasan a protagonizar una adoración obsesiva injustificable y pueden derivar en una alienación inevitable porque en ellos no están las pistas que nos permiten saber si estamos haciendo o no las cosas bien en términos de contribución al bienestar colectivo.
Hay que considerar que las políticas orientadas por misión pueden ser una herramienta muy importante pero también pueden ser una cáscara y esto último sucede cuando hay una arbitrariedad difícil de argumentar en la selección de esos problemas como pasa cuando no se contemplan las miradas, las aspiraciones y los modos de resolución de conflictos propios de los lugares en donde están enraizados. No olvidemos que la forma de gestión moderna de la ciencia y la tecnología ha sido por sobretodo metrópoli-céntrica, y se basa en la idea de que los principales problemas de un país pueden ser comprendidos en toda su complejidad por las elites que siempre han tenido acceso a la gestión estatal de los recursos.
APU:¿Cómo se piensa la gestión federal de la ciencia y la tecnología?
EC: Debemos reconocer que en la Argentina la idea de nación promovida por las elites ideológicamente eurocéntricas que históricamente comandaron las instituciones del Estado, alimentó la misión de homogenizar la diversidad de culturas que habitan esta geografía. Lo hizo con el fin de pproducir un sujeto neutro en términos étnicos, el ser nacional, vaciado de toda particularidad. Este proceso de idealización y homogenización de la identidad nacional ha influenciado también la forma centralizada que tenemos de gestionar la ciencia y la tecnología a la que además le cuesta despegarse de un modelo de desarrollo esencialmente capitalista, capitalino y urbano, como si fuera el único posible. No hay mucho lugar para la diferencia ni para proyectos alternativos digamos.
Si es como dice Enrique Dussel que estamos ante una transmodernidad desencadenada por la pandemia, tenemos que aprovecharla no sólo para plantearnos la posibilidad de que otros valores y otros fines orienten la convivencia entre humanidad y naturaleza, sino también para preguntarnos ¿qué tipo de desarrollo científico y tecnológico deberíamos impulsar para construir otra sociedad?
APU: Entonces la pandemia nos obliga a preguntarnos sobre los valores e intereses que orientan la ciencia y la tecnología…
EC: Si, esta cuestión también debe reposicionarse. Una mirada latinoamericana crítica sobre las políticas orientadas por misión tiene que poner el ojo en las metas del desarrollo científico y tecnológico. Esta mirada no deja de llevar implícita la pregunta por el sentido, en las formas de organización y gestión del conocimiento ya que todo indica que los esquemas centralizados no serían los más adecuados para implementar ese tipo de políticas porque las soluciones son locales, y también ver qué está pasando con los valores e intereses que están detrás de todo esto.
La idea no es llegar lo más rápido posible a una receta enlatada de lenguaje universal porque al menos por estos lados nadie quiere andar empollando por deporte el huevo de la serpiente.
Pretendemos armar nuestra propia caja de herramientas, que incluyen a la ciencia y la tecnología pero las trascienden, y que sea útil a los fines colectivos.
APU: No perder de vista los intereses puestos en juego…
EC: Exacto. La pregunta por los valores e intereses deja ver que siempre hay una pugna epistémica y simbólica sobre el tipo de ciencia y tecnología que necesitamos impulsar en nuestro contexto. Y no deja de ser una pugna política porque implica repensar cuáles son las preguntas que son relevantes hacer y las metas que son necesarias priorizar. En definitiva, es una pugna por la inscripción en el universo de sentido en el que queremos vivir.
De alguna manera esto nos abre la posibilidad de repolitizar el campo de la ciencia y la tecnología con una mirada solidaria, abierta y horizontal. Necesitamos otras formas de hacer política científica y tecnológica, y otras formas de construir la política real, que sean capaces de desarmar la estructura clásica del poder centrado en uno o unos pocos soberanos diría Michel Foucault, siempre hombres claro, para ver el espectáculo que emerge.
Esto también es un lastre moderno que entronizó una forma de poder centrado en sí mismo, individual, corporativo, muchas veces desacoplado de universos colectivos y plurales. Está claro que quienes defienden el viejo orden pre-pandemia, consciente o inconscientemente, creen que la política es algo reservado para poca gente, en la que además se puede diferenciar entre quienes hacen política de primera y de segunda.
En los diversos mundos reales a los que tengo acceso, analizados a pequeña escala, se ve otra cosa, se ve como la política, entendida como la tarea de organizar los temas que afectan a una sociedad o comunidad dada, es protagonizada por personas que no creen en el poder por el poder mismo sino que buscan la transformación social.
APU: ¿Qué papel les toca a las mujeres en estos cambios?
EC: Entiendo que nos cabe un rol fundamental porque a fuerza de ser subalternas durante tanto tiempo en el orden capitalista-patriarcal. Somos particularmente sensibles a la hora de detectar estructuras de opresión, discriminación y marginalización en el plano político, científico, laboral, corporal, sexual, etc. Es una capacidad que no deja de reinventarse cotidianamente en esta batalla interna que estamos dando para deconstruir los engranajes que nos hicieron creer inferiores.
Igual creo que no se trata de reivindicar la condición biológica de mujer ni de reducir estos análisis al género porque sabemos es una categoría que se queda corta para dar cuenta de la complejidad humana. Me parece que se trata más bien de construir una nueva representatividad política de la diversidad cultural, territorial, generacional, sexual, etc. Pero para esto debemos desarmar la fórmula del poder capitalista-patriarcal y no simplemente sentarnos a tomar café con sus exponentes y reírnos de sus chistes: hombres blancos o blanqueados, urbanos, capitalinos, padres de familia- o en camino a serlo-, heterosexuales -reales o supuestos- y católicos -en el mejor de los casos-. Porque a la diferencia no hay que representarla tenemos que caminar y construir junto a ella porque sabe hablar y actuar por sí misma.
No dejo de ser optimista por la claridad y conciencia sobre lo que vale la pena hacer que se vienen expresando en el ámbito científico, educativo, el Estado, el territorio latinoamericano. No sabemos qué mundos vendrán lo que sí sabemos es qué luchas vamos a dar independientemente de los escenarios que debamos a enfrentar.