El peso de la crisis sobre la “juventud del confinamiento”
Por Sergio Ferrari, desde la ONU, Ginebra, Suiza
A pesar que desde hace meses el foco protector planetario está puesto en los sectores de alto riesgo, en particular los mayores de 65 o 70 años, las consecuencias de la pandemia golpean significativamente a la juventud.
Tres de cuatro jóvenes que estudiaban antes de la crisis sanitaria mundial se confrontaron al cierre de las escuelas. No todos pudieron continuar con el aprendizaje en línea y a la distancia. Y los que lo hicieron manifiestan una pérdida en su calidad de aprendizaje.
Uno de cada seis jóvenes que contaba con un empleo antes del inicio de la crisis lo perdió. Muchos de los que lograron mantener sus puestos vieron reducidos su tiempo laboral casi en una cuarta parte. Y dos de cada cinco, es decir el 42 %, sufrieron una reducción de sus ingresos.
Son conclusiones de un estudio presentado en agosto último por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en Ginebra, que puede leerse íntegro aquí.
El mismo sintetiza los resultados de la encuesta mundial sobre los jóvenes y COVID-19, realizada entre abril y mayo por ese organismo internacional en colaboración con sus cinco socios de la Iniciativa Mundial sobre Empleo Decente.
Hacen parte el Grupo Principal de la Infancia y la Juventud de las Naciones Unidas, la Asociación Internacional de Estudiantes de Economía y Ciencias Comerciales (AIESEC), el Foro Europeo de la Juventud, el Fondo Fiduciario de Emergencia para África de la Unión Europea y la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH).
Voz juvenil de 112 países
El sondeo, en 23 idiomas, fue respondido por más de 12 mil jóvenes de 112 países. Se propuso reflejar los efectos inmediatos de la crisis sanitaria en una población generacional ubicada entre 18 y 29 años, en el mismo momento en que adquiría ya la dimensión de crisis económica. Se centró en cuatro ámbitos: el empleo, la educación y la formación, el bienestar mental, y los derechos y las opiniones. Examinó, también, las acciones de los y las jóvenes en relación con el activismo social y el comportamiento de respuesta a la crisis.
La población juvenil en esos 112 países representa 1.470 millones, y corresponde al 92% de la población juvenil mundial. Sin embargo, como lo aclara la misma OIT, por el hecho de tratarse de una encuesta en línea –que exige medios técnicos y nivel educativo para responderla- representa la opinión solamente de una parte de la juventud, que cuenta con niveles de educación media o superior.
Casi tres cuartas partes (el 73,8%) de los jóvenes encuestados viven en países de ingresos medios, y 25% en países de ingresos altos. Solo el 1,3% de los encuestados proviene de países de ingresos bajos. El 59,2% de los consultados proceden de zonas urbanas, el 31,8 de zonas suburbanas y el 19,1 de regiones rurales. A nivel geográfico, la mayor cantidad de respuestas provinieron de Asia. Únicamente el 18,4% provino de las Américas.
Trabajo y educación: bienestar psicológico
El documento de la OIT, de más de 50 páginas, concluye que el impacto de la pandemia en la juventud “es sistemático, profundo, desproporcionado”. Y ha sido particularmente duro para las mujeres jóvenes, los de menor edad (18 a 24 años) y aquellos que viven en países de ingresos más bajos.
“En un momento de crisis e incertidumbre como el actual, las opiniones y acciones de los jóvenes pueden dejarse de lado con demasiada facilidad”, subraya el estudio, que pretende de esta forma darle la voz a un sector de la población planetaria.
“El estrés familiar, el aislamiento social, el riesgo de violencia doméstica, la interrupción de la educación y la incertidumbre en torno al futuro son algunos de los canales a través de los cuales la pandemia de la COVID-19 ha tenido un impacto en el desarrollo emocional de los niños y los jóvenes”, destaca la OIT en su capítulo dedicado al “Bienestar Mental”.
Afirma, como contexto general, que la mitad de todos los trastornos de salud mental comienzan, en general, a los 14 años, lo que significa que infantes y jóvenes corren un riesgo particular en la crisis actual. Y recuerda que, según la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es la segunda causa de mortalidad entre la población de 15 a 29 años de edad.
A fin de comprender mejor la situación psicológica, la encuesta presentó un módulo con la Escala de Bienestar Mental de Warwick–Edimburgo (SWEMWBS). La misma reveló que, a nivel mundial, uno de cada dos jóvenes de edades comprendidas entre los 18 y los 29 años sufre ansiedad o depresión, mientras que otro 17%, probablemente, se verá afectado por ella.
Trabajadoras y trabajadores jóvenes que habían perdido su empleo tienen casi dos veces más probabilidades de sufrir una probable ansiedad o depresión que los que seguían trabajando. Entre el sector estudiantil que creía que su educación se retrasaría o podría fracasar, el 22% sufría ansiedad o depresión, síndrome que afectaba solo al 12% de los que habían podido continuar con su formación.
En síntesis, los resultados subrayan el vínculo entre el bienestar mental, por una parte, y el éxito educativo y la integración del mercado de trabajo, por otra.
Lo que se perdió
La mayoría de países tomaron medidas enérgicas en respuesta a la pandemia, incluida la recomendación-orden de “quedarse en casa” para ralentizar su propagación. Consecuencia inevitable ha sido la limitación de la libertad de movimiento de la juventud, lo que impactó muy fuerte en el derecho al ocio, a participar en los asuntos públicos y a practicar una religión o creencias.
El 68% de los encuestados indicaron limitaciones considerables de las actividades recreativas, en particular salir, reunirse con los amigos, hacer deporte, cultivar sus intereses culturales y viajar.
Una de cada tres personas jóvenes manifestó el impacto considerable en su derecho a participar en los asuntos públicos. Éste es mayor para aquellos que viven en países de ingresos bajos (el 40%) que para quienes viven en países de ingresos medios-bajos (36%) y en naciones de ingresos altos (28).
Las y los jóvenes perciben que tienen dificultades para tomar parte en los procesos políticos, las instituciones y la formulación de políticas. El problema no es nuevo, aunque se ve agravado por la coyuntura. Un estudio realizado ya en 2016 por la Unión Interparlamentaria Mundial, indicaba que menos del 2% de los parlamentarios de todo el mundo eran menores de 30 años.
Más de una de cada cuatro personas jóvenes (el 27%) declaró que la pandemia ha menoscabado considerablemente su derecho a la libertad de movimiento y a la libertad de religión o de culto.
Casi uno de cada cuatro jóvenes (24%) indicó, por otra parte, un efecto negativo considerable en su derecho a la información. La difusión de información errónea sobre la pandemia a través de las redes sociales ha sido notoria. Además, las y los jóvenes que se identifican como parte de una minoría étnica, religiosa o de otro tipo indicaron un impacto más pronunciado que otros grupos de jóvenes en lo que respecta al derecho a la libertad de religión o de culto, a la vivienda, a estar libres de violencia, y a asistencia jurídica.
Entre las y los jóvenes que se autoidentificaron como una minoría, el 44% señaló que se había menoscabado considerablemente su derecho a la libertad de religión, en comparación con el 37 de los demás jóvenes.
En cuanto a la actividad social solidaria, último tema central del estudio presentado por la OIT en agosto, las conclusiones son significativas y expresan un aumento progresivo con el paso de las semanas. El 31% de la-os jóvenes señaló un alto grado de voluntariado, mientras que el 27 realizó donaciones.
“Juventud del confinamiento”
En la Encuesta mundial, cuatro de cada cinco jóvenes de 18 a 29 años reconocieron que se habían quedado, en gran medida, en casa, mientras que dos de cada tres se habían puesto en contacto con sus amigos, familiares y seres queridos
Más de una cuarta parte indicó un alto grado de participación en actividades de voluntariado y en la realización de donaciones para luchar contra el COVID-19. La participación de las y los jóvenes en actividades de voluntariado fue aumentando considerablemente durante el período de la encuesta, es decir del 21 de abril al 21 de mayo.
A medida que el mundo fue testigo de cambios radicales en las actividades sociales y económicas, las personas jóvenes compartieron sus perspectivas sobre las medidas adoptadas por los gobiernos para luchar contra la epidemia. La mayoría estuvo a favor de quedarse en casa con el objetivo de proteger el mundo del trabajo, los empleos y las empresas. Abogaban por medidas firmes para proteger la salud y los medios de sustento de los sectores más vulnerables de la población, incluidos trabajadores y trabajadoras migrantes y de la economía informal.
Las y los jóvenes instaron a los gobiernos a que, cuando fuera posible, relajaran gradualmente las restricciones, poniendo énfasis en la salud y la seguridad de trabajadoras y trabajadores. Propusieron, además, adoptar medidas complementarias para impulsar los servicios de salud y lograr una gobernanza adecuada a través de mecanismos de información, rendición de cuentas y coordinación.
Imposible anticipar, en una crisis todavía abierta, las consecuencias a largo plazo de la misma en el conjunto de la sociedad humana. Sin embargo, se hace cada día más evidente que si bien a nivel médico-sanitario no es la más afectada, la juventud del 2020, a la que ya se la comienza a denominar “juventud del confinamiento”, cargará sobre sus espaldas una parte significativa del impacto estratégico (económico, social, psicológico) de una pandemia tan destructiva como indescifrable.