"Amado Señor": el huevo o la gallina
Por Milagros Carnevale | Foto: Blatt & Ríos
El escribiente dice: “No quiero tratar de decir nada interesante ni profundo”. Sin embargo se la pasa diciendo cosas profundas sobre la creación, la existencia, la realidad, el ser, la nada, el ser y la nada, etc. Sin embargo, ¿qué es lo interesante? ¿qué es lo profundo? ¿qué significa decir algo profundo? Escribir es, se quiera o no, adentrarse en la profundidad. ¿De qué? De cualquier cosa. Por ejemplo, escribir sobre un cuchillo quizás no parece profundo pero lo es, o por lo menos cuando lo escribe Pablo Katchadjian en su libro Amado Señor, editado por Blatt & Ríos.
El escribiente dice: “no ser cosas que uno podría ser es una de las formas más primitivas de la libertad”. Él intentó ser músico, pero finalmente no es músico y eso es liberador. ¿Qué es la libertad? Vaya uno a saber. La itinerancia puede ser la libertad. La familia gitana del escribiente se movía por el mundo y contaba historias y las escribía en un diario que ahora él posee. Escribir, por ejemplo, es un poco la libertad. La posibilidad de la imperfección es un poco la libertad. Crear para ser creado simultáneamente, que es lo que hace el escribiente, es un poco la libertad.
Es una situación similar a la del huevo y la gallina. ¿Quién viene primero? ¿El emisor o el interlocutor?
El escribiente dice (al Amado Loco): “hacerte durar demasiado es la maldición”.
¿Qué es demasiado? ¿Una página? ¿Dos páginas? ¿Qué es la locura? Un ritual norteño o la salvación. El loco es un poco la magia y la magia y la maldición siempre juegan juntas.
No sé por qué dicen que Amado Señor son diálogos con dios. Porque el escribiente dice claramente que “cuando se dice ‘creo en dios’ lo que casi se está diciendo es que uno se está creando y recreando a sí mismo a través suyo”. Para mí, Amado Señor es un experimento que pretende demostrar (y lo logra) que la creación es poner palabra, tras palabra, tras palabra, tras palabra. Que pensar es escribir y escribir es pensar. Que siempre hay alguien o algo del otro lado, no importa si es una persona o una planta o una idea o un amigo imaginario o un niño del pasado.
Parece que no hay una historia pero esto es mentira. La historia se revela leve, casual, sin aparente importancia pero clave para el acto de la escritura. La escritura de Pablo Katchadjian es compulsiva, es un caminito sinuoso que va cada vez más rápido. El escribiente la define a la perfección: “Y son todas palabras sueltas que voy probando hasta que de repente pruebo dos juntas, tres, cuatro oraciones enteras que te hacen vibrar y se van acomodando solas una detrás de la otra (...) Entonces voy entendiendo cómo armar las cosas con palabras y frases que vibran mucho, poco o nada”.