Bukowski, entre las rosas y la mierda
Por Miguel Martinez Naón
poco amor
o poca vida
no es tan malo
lo que cuenta
es observar las paredes
yo nací para eso
nací para robar rosas de las avenidas de la muerte.
(Charles Bukowski)
Fue un autor prolífico, escribió más de 50 obras: seis novelas, una decena de libros de cuentos, varios poemarios, ensayos, cartas y guiones para cine y televisión. Dijo alguna vez: “Escribo para sentirme bien”. Se presentaba como un bastardo, y escribía sobre la propia escritura, la poesía, los libros, el vino, la derrota, el hipódromo, los caballos, las mujeres, el amor, la vida, la muerte.
Sus cuentos comenzaron a publicarse en la revista Story, editada por Whit Burnett, tenía 24 años, pero en aquel momento se sentía frustrado y abandonó la escritura inmediatamente. Durante unos 10 años vivió sin escribir, o al menos sin publicar nada, años que fueron muy duros, viviendo de tristes empleos temporales en los suburbios de Los Ángeles.
“Escribía con un estilo muy sencillo y decía todo lo que me venía en gana” todas las noches, haciendo de eso una pelea de peso pesado. Con su Smith Corona, sus botellas y esa música de Mozart en el aire.
Entre seguir trabajando como cartero y volverse loco, o escribir y morirse de hambre optó por lo segundo. De su poesía fueron apareciendo personajes inolvidables: aquella mujer gorda, con su bombacha rota y sucia que llora porque extraña a sus hijos que viven en Atlanta; aquel viejo del Bar Joya´s llamado Fred, que siempre elegía en la fonola el tema “La retirada de Bonaparte” (uno de los mejores poemas que leí en mi vida) o su propio padre, ese viejo monstruoso de grandes orejas que lo golpeaba sin límites y que aparece siempre. Ni hablar de Henry Chinaski, su alter ego, ese tipo tan querible y tierno dentro de ese cuerpo duro e implacable.
También es autor de una prosa donde pone en jaque la condición del escritor, donde nos incita a abandonar todo tipo de comodidad, prejuicios o tontas ilusiones, al advertir que lo único que nos espera si elegimos este camino es un destino de miseria, espanto, mierda, guerra, soledad y podredumbre.
De no ser así, de no terminar aplastados como moscas por estas pesadillas, no valdrá la pena sentarse a escribir, nada resultará demasiado apasionante. Lo que realmente vale es tomar mucha cerveza, coger y agarrar la máquina de escribir:
Agarra una buena máquina de escribir
y dale duro a esa cosa, dale duro.
Haz de eso una pelea de peso pesado.
Haz como el toro en la primera embestida
Se ríe de los jóvenes poetas, les toma el pelo. El autor de Música de cañerías envicia, tal como escribe Enrique Symns: “Bukowski te envicia porque las palabras tienen su aliento y puedes sentir la saliva que escupen, y sus historias de bares y pensiones son las mismas que tu vives en los bares y las mismas pensiones. Bukowski escribe para los que habitamos el sótano oscuro de ese edificio abandonado que es este tiempo”.
Envicia, sus cuentos, sus novelas o lo que carajo sea que consigas de él pueden hacerte perder todo tu tiempo, y hasta consiguen mandarte a mudar, mandarte a vivir a la calle, a lugares donde no hay empleos, ni familia, ni sueños, ni carreras, ni ciclos de poesía, ni premios literarios, ni sal para tus heridas, ni mucho menos dinero. Sólo conventillos y estaciones de tren y una botella rota en manos de un tipo que te quiere destripar, que te quiere desangrar; y muchas mujeres rotas que lloran en tu cama.
el mundo es una bolsa de mierda si. No puedo salvarlo
Dueño de ritmos y entonaciones únicas, de un caos que siempre cierra en la carcajada o en la emoción más íntima y noble, la tristeza: "La tristeza es causada por la inteligencia. Cuanto más entiendes ciertas cosas, más desearías no comprenderlas”.
Nació en Andernach, Alemania, un 16 de agosto de 1920. Pocos años después emigró con su familia a los Estados Unidos. Murió en 1994, a los 74 años, dejando en manos de todos nosotros una literatura ávida de ser reescrita en las avenidas de muerte.
La retirada de Bonaparte
lo llamaban Fred.
siempre estaba sentado al final de la
barra
cerca de la puerta
y siempre estaba ahí
desde que abrían hasta que
cerraban.
estaba más que
yo,
lo cual es decir
bastante.
nunca hablaba con
nadie.
sólo se sentaba y
tomaba sus vasos de
cerveza tirada.
miraba derecho hacia adelante
a través de la barra
pero nunca miraba
a nadie.
y había otra cosa.
de vez en cuando
se levantaba
iba a la fonola
y siempre ponía
el mismo disco:
"la retirada de Bonaparte".
ponía esa canción
todo el día y toda la
noche.
era su canción,
está bien.
nunca se cansaba
de ella.
y cuando su cerveza tirada
le pegaba
se levantaba y ponía
"la retirada de Bonaparte"
6 ó 7 veces
seguidas.
nadie sabía quién era él o
cómo zafaba,
sólo que vivía
en el hotel de enfrente
y era el primer borracho
en el bar
cada día
al abrir.
yo le protesté a Clyde
el barman:
"escucháme, nos vuelve
locos con esa
cosa.
los otros discos
se cambian
pero
"la retirada de Bonaparte"
queda.
¿Qué quiere decir
éso?".
"es su canción",
dijo Clyde.
"¿Vos no tenés una
canción?".
bueno, llegué a eso
de la una de la tarde
aquel día
y estaban los de siempre
menos Fred.
pedí mi trago,
y dije en voz alta,
"Hey, ¿dónde está
Fred?"
"Fred está muerto",
dijo Clyde.
miré al final de la
barra.
el sol entraba a través de las
persianas
pero no había nadie
en el último
taburete.
"me estás cargando",
dije, "Fred está en cana o
algo así".
"Fred no vino esta mañana",
dijo Clyde, "así que
fui hasta el hotel
y ahí estaba
duro
como una caja
de cigarrillos".
todo el mundo estaba muy
quieto.
aquellos tipos nunca hablaban
mucho
de todos modos.
"bueno", dije, "al menos
no tenemos que escuchar más
"la retirada de Bonaparte".
nadie dijo
nada.
"¿todavía está ese
disco en la
fonola?", pregunté.
"sí", dijo
Clyde.
"bueno", dije,
"voy a ponerlo una vez
más".
me levanté.
"espera",
dijo Clyde.
salió de atrás de la barra,
fue hasta la
fonola.
tenía una llavecita
en la mano.
puso la llave
en la fonola
y la abrió.
metió la mano
y sacó
un disco.
entonces agarró el
disco y
lo rompió sobre
su
rodilla.
"era su
canción", dijo
Clyde.
cerró
la fonola,
se llevó el disco
atrás de la barra
y
lo tiró.
el nombre del
bar
era
"Joya's".
estaba en
Crenshaw y
Adams,
un día lo cerraron
y no lo volvieron a abrir
más.