Encarnación Ezcurra: la restauradora

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Encarnación Ezcurra: la restauradora

24 Octubre 2021

Por Inés Busquets

Encarnación es una figura cautivante. No es casualidad que luego de hablar de mujeres revolucionarias como Eva Duarte y María Roldán (referente del 17 de octubre en Berisso) la historia me haya conducido a ella o a la necesidad de mostrarlas a todas. Algo así como un hechizo o una caja de Pandora que al abrirse se impuso y las imágenes empezaron a fluir sin detenimiento. 

No obstante la coincidencia o causalidad, el pasado 20 de octubre fue el aniversario de su fallecimiento y además, como todas las revoluciones, la restauradora también sucedió en octubre.

No abunda el material bibliográfico sobre ella, claro que subyace con fuerza en todas las biografías y textos escritos sobre su esposo, Juan Manuel de Rosas, como en el libro Vida de Juan Manuel de Rosas, de Manuel Gálvez. Aunque hay un gran hallazgo, el perfil de Cristian Vitale: Encarnación Ezcurra, la caudilla, editado por Marea en el año 2020, donde el historiador realiza una investigación exhaustiva y agrega como fuente el valor de la correspondencia entre Encarnación y Juan Manuel durante la campaña de expedición en el desierto que él realiza en el sur, luego de su primer mandato como gobernador. Una serie de misivas que la pintan en la profundidad más genuina que son sus propias palabras en las cuales expresa las intenciones, deseos y pasiones más intrínsecas. También encontramos el unipersonal Yo, Encarnación Ezcurra de Cristina Escofet, dirigido por Andrés Bazzalo e interpretado por Lorena Vega.

Encarnación nació en Buenos Aires el 25 de marzo de 1795, su nombre completo María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel, hija de padres comerciantes, perteneció a una clase acomodada, su padre además, ocupaba cargos en el Cabildo y en el Consulado de gobierno. Recibió la educación de una niña de elite de la sociedad porteña de la época, formada en matemática y escritura; sin embargo su personalidad desde la infancia ya se diferenciaba de una vida destinada a la tranquilidad y sumisión, ella no cumpliría con esa expectativa de subordinación pactada.

Por su parte Juan Manuel también correspondía a esa estirpe, ya que su padre el militar León Ortiz de Rozas había formado parte de la compañía de granaderos y su madre Agustina López de Osornio era una hacendada bonaerense.

La casa de Encarnación, que finalmente comprarían luego de años de matrimonio, era sede de reuniones y tertulias donde las familias buscaban la oportunidad para juntarse, en alguno de esos encuentros Encarnación y Juan Manuel se conocieron y se enamoraron.

Aun así, los padres de ambos no estaban de acuerdo con el casamiento, sobre todo la mamá de Juan Manuel, entonces planificaron una estrategia: Encarnación escribiría una carta a Juan Manuel diciéndole que estaba embarazada, este la dejaría arriba de su cama donde la madre la vería con facilidad y permitiría el casamiento. Ella tenía 18 y él 20 años.

Finalmente se casaron en la iglesia de La Merced, luego Juan Manuel seguiría en el campo de Magdalena y Encarnación en la ciudad, cinco meses después nacería Pedro Pablo, hijo extramatrimonial de María Josefa y Manuel Belgrano, que fue anotado como huérfano por las normas de la época hasta que fue adoptado por los recién casados. Pedro llamaría tía a su madre y madre a Encarnación, hasta que pasada la adolescencia le contarían su verdadera historia.

Encarnación era muy joven y empezaba fracturar los cánones tradicionales, consiguió el consentimiento para casarse, adoptó al hijo de su hermana y luego quedó embarazada de su primer hijo, Juan Bautista.

 El rechazo de la madre de Rosas a Encarnación se volvió insostenible para la pareja al punto de que él se viera obligado a renunciar a la herencia y al manejo de sus estancias para empezar juntos de cero. Se fueron con el bebé recién nacido y con Pedro sin recursos, dispuestos a trabajar para otros. Juan Manuel no solo renunció a los bienes sino que también se cambió el apellido, su original Rozas por Rosas.

Nada los sucumbía, parecían atravesar cada uno de los obstáculos que se les imponía, él al poco tiempo se uniría con socios y amigos, Luis Dorrego y Juan Nepomuceno Terrero, primero regenteando saladeros ajenos hasta fundar el propio.

La vida de casada de Encarnación era pasiva, pero comprometida; criaba a sus hijos, tenía empatía con las criadas a las que estaba acostumbrada a tratar, pero no tenía vínculo alguno con la política, actividad en la que su marido iba incursionando de a poco, para quedarse, pero que ya había fomentado en sus participaciones en el ejército en las dos Invasiones Inglesas.

Al tiempo crecieron económicamente por la industria saladeril y ella administraba los bienes y estancias desde su casa materna en San Telmo, mientras se construía la estancia Los Cerillos (1817) en San Miguel del Monte, lugar que sería epicentro de la formación de la milicia: Los colorados del monte, el vínculo con los indios y gauchos y el trabajo político de Rosas.

Durante ese período nacería María de la Encarnación (fallecida al día siguiente del parto) y luego Manuelita en 1817.

Cristian Vitale en Encarnación Ezcurra cita a Sáenz Quesada: “Encarnación pertenecía al tipo de mujeres que vuelcan el afecto más en el marido que en los hijos.”

Es difícil escindir la vida de Encarnación de la historia del país, porque si bien fue después de los treinta el momento en que ella cobró notoriedad y tomó parte activa en los asuntos, se percibe un entramado que parecía tejerse desde antes y que iba articulando en cada una de las decisiones que tomaba. Encarnación no era una ama de casa más, su esencia rebelde e inclaudicable la ponía a prueba de manera constante y ella avanzaba siempre un poquito, como si en realidad buscara los desafíos adrede. Lo cual hacía de su casa una contienda y de su cotidiano una refrenda permanente. 

Ella estaba al tanto de la situación pública, tenía diálogo con los compañeros de su marido y era consciente del potencial de Juan Manuel para profundizar su rol como defensor de la patria y gobernar la provincia.

Viva la Federación

Es imposible hablar de Encarnación y su participación política sin mencionar el contexto. Fue en la crisis del 20 cuando Martín Rodríguez lo convocó a Rosas para conciliar con Santa Fe y Entre Ríos lo que luego confluyó en el Tratado de Paz, al finalizar la Batalla de Cepeda.

El movimiento popular tiene su auge a partir dela gobernación de Manuel Dorrego en la Provincia de Buenos Aires elegido por el voto popular, representando al federalismo.

La idea de la redacción de la constitución y la unión de las provincias no fue bien recibida por los unitarios, rama conformada por los sectores más conservadores y oligarcas de la ciudad.

La respuesta fue el golpe de diciembre del 1828 encabezado por Lavalle, que no solamente destituyó a Dorrego sino que lo fusiló.

Para describir algo de la crueldad de los llamados “Decembristas” cito a Gálvez: “Son tanto los crímenes de los unitarios durante la dictadura de Lavalle que llegan a influir en la demografía de la provincia. (…) En ese 1829, las defunciones sobrepasan en ochocientos trece a los nacimientos.”

Ante el fusilamiento del gobernador, Rosas requiere del auxilio de Santa Fe para restablecer el orden y vengar la muerte de Dorrego. Los federales derrotan a Lavalle logrando una nueva convocatoria a elecciones a la que Rosas no pudo rechazar la postulación de candidato a gobernador por el Partido Federal. Así la misma Junta de Representantes que eligió a Dorrego también lo eligió a Rosas.

Las medidas iniciadas por Dorrego fueron profundizadas por Rosas, fortaleciendo un gobierno popular, con control de exportaciones, soberanía, producción nacional e integración de las masas y las clases bajas a la toma de decisiones por la ampliación de sus derechos.

La heroína de la federación

El protagonismo de Encarnación se acentuó en el año 1932 luego del primer gobierno de Rosas, cuando deja al mando a Balcarce, para retirarse a la ya planificada Campaña de asimilación al desierto para fortalecer sus filas y lograr la confederación.

Es ese momento en que Encarnación vislumbra las traiciones y de alguna manera busca ser los ojos de él y transmitirle los hechos a la distancia.

Las misivas empiezan a tomar relevancia y se convierten en un esquema de construcción de poder. A eso se sumaron las visitas cotidianas y la convocatoria a Quiroga y a los demás rosistas dispuestos a colaborar con la causa; pero fundamentalmente la cercanía de Encarnación con las clases más bajas, lugar donde siempre se sintió pertenecer, pero que en ese momento recobró vigor y masividad.

Según Gálvez: “Los acontecimientos y la ausencia de Rosas la han convertido en un caudillo.”

Como bien le escribe Rosas a su amigo Pacheco: “Las cartas de tu compañera me han sensibilizado, recordando los días inocentes y felices en que gozaba de la paz doméstica, en la dichosa soledad de mis campos. Entonces, ni mi compañera, ni persona alguna de las señoras de la casa de Ezcurra, hablaban de política. Pero sonó la hora desgraciada, y desde el infausto Diciembre ya no fue posible privarles el desahogo natural.” Encarnación ya tenía 37 años, llama “amigo” y “compañero” a su marido en las cartas y agrega Gálvez: “La pasión política que estaba escondida en ella ha aparecido casi bruscamente, aumentada por el contagio de la pasión de todos, que arde en cada casa de la ciudad.”

Encarnación estaba armando el regreso de Rosas al poder. Era la creadora de la Sociedad Popular Restauradora y la gran cómplice de su marido en la lucha contra los unitarios y enemigos del pueblo. Defensora de los más marginados de la sociedad, entre quienes encontraba refugio, apoyo y lealtad.

Manuel Gálvez cita fragmentos de las cartas enviadas por Encarnación: “Dime a mi algo-le ha dicho el 30 de junio- yo soy tu mejor amiga, los paisanos me quieren, tengo bastante resolución para ayudarte (…) ¡Qué gloria seria para mi si algún día pudieras decir: más me sirvió mi mujer que mis amigos! (…) Creo que todas las cosas emanan de Dios y que estamos obligados, todas las clases, a trabajar por el bien general.”

Acorde a lo que Rosas le pedía: “muy amada compañera. Esta carta le servirá de norma para trabajar en contra de las perfidias (…) “vaya abriendo los ojos a los paisanos fieles que los tengan cerrados y, muy especialmente, a los pobres. “ Ella avanzaba aun sabiendo que en algunas decisiones podría ser desaprobada por su propio marido: “He hecho centenares de pasquines, he mandado comunicados a los periódicos diciéndoles las verdades y tengo en mi cuarto reuniones diarias, a no dejarlos enfriar, y gratifico a los pobres que nos sirven.”

Uno meses después como cita Gálvez: “un 19 de agosto Encarnación le comunica a Rosas el deseo de la gente- de los paisanos, como dice ella- de levantarse en armas para acabar con estos picaros pero temen que Rosas los desapruebe. Encarnación exclama: ¡qué bueno sería me dijeras algo sobre esto!”

Son muchos los mensajes y misivas que van y vienen previo a octubre, dudas acerca de la organización y de los alineados, pero quiero destacar la carta en la cual su postura y su fortaleza es ostensible: “Yo les hago frente a todos, y lo mismo me peleo con los cismáticos que con los apostólicos débiles, pues los que me gustan son los de hacha y chuza.”

El rol de la prensa tenía una preponderancia negativa y mucha influencia para tomar partido, idear noticias falsas y situaciones confusas. Y la revolución de octubre empieza de algún modo así, de manera espontánea: “La mañana del jueves 11 de octubre de 1833, las paredes de la ciudad de Buenos Aires aparecieron empapeladas con una leyenda que alborotó el avispero: Hoy enjuiciaran al Restaurador de las Leyes.” Escribe Cristian Vitale y agrega: “ miles de fieles rosistas pensaron que se trababa de su líder, y comenzaron a inquietarse. A juntarse y planear acciones contra esa medida.” Aunque la verdad es que el jury era para Nicolás Mariño, redactor del diario El restaurador dirigido por Manuel Irigoyen, que comulgaba con Rosas. El motivo estaba fundamentado en una medida de Balcarce con el objetivo de prohibir la libertad de prensa.

Los ánimos estaba caldeados y la gente organizada entonces “Unos 2000 militantes punzó se concentraron frente a los tribunales, coparon las galerías del Cabildo y apoyados por algunos agentes de policía más ciertos soldados rebeldes, lograron que el juicio no se llevara a cabo”, cuenta Vitale.

Los sucesos continuaron y como escribe el historiador, Encarnación lo informó así: “Mi querido compañero y amigo, aquí manejo las cosas como puedo. Tus compañeros y amigos, esperan tus noticias, les digo la verdad, no sé nada de ti. Como en las viejas épocas, ha llegado al escenario porteño nuestro aun fiel amigo el coronel Quiroga. Él ha aceptado apaciguar los ánimos, es el nuevo centro político de la ciudad.”

Al tiempo la sociedad restauradora se convertiría en La Mazorca y Juan Manuel asumiría el segundo mandato como gobernador.

El segundo mandato correría de escena a una Encarnación que había dado todo y su cuerpo se lo empezaba a facturar. Manuelita por su parte iniciaba vínculos políticos y ocupaba algunas de las cuestiones atendidas hasta entonces por Encarnación quien solo aparecía en celebraciones o festejos pequeños.

El 20 de octubre de 1838 Encarnación muere producto de una enfermedad larga que la debilitó hasta dejarla sin vida, sin haberse quejado nunca, nadie estaba preparado para su deceso, menos Rosas que según Gálvez revela en cartas a sus amigos: “Su cadáver parece santificado,” “traspaso de un dolor intenso.”

La ciudad se vistió de negro, días de funerales, ciento ochenta misas y honores militares. Cristian Vitale dice en su libro: “Las crónicas de la época dan cuenta de que nunca antes una mujer había tenido semejante despedida popular en el rio de La plata“.

La heroína de la Federación era acompañada en su féretro por el pueblo, la gran mixtura que habitaba la ciudad, los de hacha y chuza sobre todo, los sin voz que la seguían desde siempre.

Encarnación no fue la única mujer, estaba acompañada por un grupo de mujeres federales que la adoraban, que perseguían sus objetivos y que la despidieron con todos los honores.

La historia sigue y los detalles nos constituyen en la conformación de nuestro ser nacional. Una identidad que se forjó en la lucha de hombres y mujeres que sentaron las bases de una nación que aun seguimos construyendo. Ver los orígenes de la grieta también nos ayuda a entenderla de fondo.

Hernán Brienza en el prólogo de Encarnación Ezcurra dice: “Hay algo más que sobresale en estos doscientos años desde la revolución de Mayo: la mujeres empoderadas siempre han pertenecido a lo que se conoce como la línea nacional y popular: Encarnación, Evita, Cristina, como si la suerte de las mujeres estuviera signada por la emergencia de lo alternativo, como desafío a lo dominante.”

 Ahora comprendo por qué nombrar a una es traer a todas.