“Es un legado del intelectual libre, con una escritura no pautada por controles universitarios o ministeriales”

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“Es un legado del intelectual libre, con una escritura no pautada por controles universitarios o ministeriales”

18 Mayo 2013

Por Juan Ciucci

APU: En principio queríamos conversar un poco para pensar con usted el legado que deja Nicolás Casullo en el pensamiento nacional.

Horacio González: En primer lugar, es un legado intelectual que en aquel momento -en la universidad- no era fácil de encontrar y que hoy está en extinción. Era el del intelectual libre, con una escritura no pautada por los mismos controles de escritura, sean universitarios, sean ministeriales, sean instituciones académicas de cualquier tipo. De lo cual resultaba un tipo de ensayismo de alto vuelo, mucho más allá de la critica de la razón occidental, y con un formidable repertorio de lecturas que partía, sin dudas, del núcleo central de los pensadores de lo que se llamó la Escuela de Frankfurt, pero que ascendían hasta las fuentes del Romanticismo.

Nicolás fue un gran especialista en la literatura romántica y él mismo se puede considerar que era un romántico, aunque encubiertamente, es decir alguien que, a la manera de los mejores personajes de la literatura argentina, tenían el pudor de no decir que realmente eran los personajes más sentimentales, salvo en el fútbol donde expresó toda su pasión de una forma libre, inmediata y abierta. Su romanticismo afectivo siempre estaba protegido por la cautela intelectual que tenía un tipo de expresión discursiva y escrita sumamente elaborada, lo cual también significó -en su momento- cierto choque con las que ya marchaban en la universidad a ser las escrituras del orden, digamos, del orden universitario. Del discurso oficial universitario que hoy está en plena vigencia, lo que no quiere decir que los trabajos que se hagan en nombre de ese discurso oficial universitario, sobre todo en las ciencias humanas y en la filosofía, no sean buenos. Son buenos, pero son buenos en los términos de ese discurso más reglamentado, pautado por las grandes organizaciones que disciplinan especialidades humanísticas.

Por eso, la tradición humanística en esta época post-Casullo, digámoslo así, se resiente muy gravemente de la falta de la escritura de alto nivel, la escritura que usa con prudencia las metáforas, pero las metáforas están ahí, que está destinada a un gran lector que se siente interpelado y que puede ser un lector que diga que encuentra obstáculos en la lectura. Sí, hay obstáculos pero también se dirigen al lector que sepa desentrañarlos y que no son pocos en la Argentina y que son muchos que siguen pidiendo este tipo de literatura. Y Nicolás juntó todo esto, este ramillete de su intervención filosófica, y te quiero aclarar como autodidacto que él fue, esto que estoy diciendo no surge de una carrera universitaria, puede serlo pero los últimos años no había surgido un intelectual autodidacto como Nicolás, que actuaba en la universidad con una profunda legitimidad, pero que al mismo tiempo había tenido la formación de un programa de lectura propio y de la política argentina, esto es algo que había que decir. Él había trabajado en la revista Nuevo Hombre con Alicia Eguren, provenía de un pensamiento que podríamos llamar, difícil de calificar el pensamiento de Nicolás, pero siempre rondó sobre el enigma del Peronismo.
Es decir, por qué razón una persona de absoluto refinamiento cultural como fué, heredero de todas las grandes tradiciones culturales, de la tradición crítica europea, de la tradición critico-romántica, digamos, tenía interés en las marchas populares, en la fórmula de la popularización de la política que introdujo el Peronismo. Y tenía interés, justamente, porque le gustaba ese contraste entre lo absolutamente plebeyo y la joya más refinada del espíritu. Habitualmente, la tradición peronista las había rechazado, así como el elitismo había rechazado la tradición peronista. El intelectual Nicolás Casullo es una rara conjunción entre las joyas más altas del espíritu y un oído profundamente sensible a la escucha de lo popular, eso no es habitual en Argentina. Se pueden mencionar otros casos, por supuesto, pero Nicolás protagonizó eso como un drama profundo del intelectual argentino. En él estaba el drama que para otros no fue tal drama, es decir, bastaba con repudiar el origen popular de ciertos lenguajes de la política y aceptar lo otro o bastaba sentarse en su casa a escuchar a Haydn o leer a Dostoievski y repudiar la vida popular.

Nicolás tomó todo y fue un gran mezclador de lenguajes, donde tuvo, no una mezcla superficial y rápida, sino que obtuvo otro lenguaje, un tercer lenguaje de lo nacional, digamos, es lo que siempre llamó la atención en él, que lo hizo polémico. Que hizo que muchas personas de la tradición peronista no lo reconocieran como un hablante de ese ámbito y que hizo que muchos de la tradición liberal tampoco lo reconocieran como un hablante de ese ámbito. Por eso Nicolás fue un personaje cuyo ser polémico implica un drama nacional de la intelectualidad argentina muy fuerte. Siempre se mantuvo cercano a todas las vetas del Peronismo, diríamos de lo que convencionalmente llamaríamos el Peronismo de izquierda, pero no rechazó cualquier otro tipo de diálogo con todas las figuras del Peronismo más cuestionable también por él, porque había algo ahí que le interesaba muy profundamente. Así como lo asombroso de su programa de lectura lo llevaba a leer a  Hofmannsthal, un romántico que no leía nadie en la Argentina o tener una cierta relación con Cacciari que había sido intendente de Venecia y que era también un refinado pensamiento de la crítica de la razón, digamos, de la nueva filosofía que partían de la quiebra de las identidades establecidas y buscaban en el lenguaje un diccionario de liberación. Todo esto bañado un poco por un aire benjaminiano, del cual él fue uno de los iniciadores de su lectura en la Argentina en los años 80.

Bueno, dicho esto, hay que mencionar sus obras, que no han tenido una gran repercusión popular por la razón que te estoy diciendo, pero que seguían ciertos modelos a la lejanía de una manera muy lúcida. Por ejemplo, el Frutero de los ojos radiantes tiene un cierto aire a Rayuela, no es Rayuela, no es Cortázar, esa es otra cosa, pero es un tipo de historia, de saga familiar con periodos de escritura absolutamente largos, llenos de derivaciones, lleno de soluciones de lenguaje que no facilitaban precisamente la lectura del lector común, pero iluminaba el camino de un nuevo lector argentino, más o menos como el efecto Cortázar en los años '70. A Nicolás se lo puede considerar un continuador en su novelística de ciertos aspectos cortazarianos. Digo ciertos aspectos porque sería fácil decir que no están todos y que le agrega mucho y agrega la historia inmigratoria argentina, que es una de las grandes novelas sobre la inmigración en Argentina, me refiero al Frutero de los ojos radiantes.

Después escribió otras novelas como La cátedra, que es una novela donde expresa su grado de inquietud sobre la cuestión universitaria y rescata la universidad y a las cátedras de los profesores como grandes intentos de investigación de espectros vinculados a almas del pasado. Es casi una novela de un espiritismo humorístico y conspirativo donde el personaje del presente entabla distintas negociaciones morales con sus antecesores del pasado, todos encerrados en los distintos niveles históricos de un espacio universitario que para el caso era la sede o algo parecido a la sede de los Institutos de la Facultad de Filosofía y Letras en la calle 25 de Mayo.

Escribió muchas cosas, fue un ávido escritor de diarios, de periódicos. Rastreando lo que escribió en Página/12 está toda su polémica con la clase media argentina. Es muy difícil que haya más escritos... a mi me estremecían esos escritos de Nicolás (risas) porque yo tiendo a ser más complaciente con la clase media y Nicolás era incisivo, no dejaba en pie el edificio conceptual que construyó la clase media argentina en un siglo y medio. Que es efectivamente la clase social no fácil de definir, de donde han salido todos los proyectos políticos argentinos, buenos, malos, con la angustia de ser lo otro de la clase trabajadora. Nicolás escribió párrafos absolutamente incisivos sobre ese mundo espiritual y moral basados en autocomplacencias, en no pocas falsedades enunciativas que después tienen costos políticos terribles. Y lo decía con un ingenio para criticar la clase media, ingenio que lo llevaba a describir una sobremesa familiar de una familia de clase media y con la agudeza que tenía él reconstruír toda la minucia de cómo habla el padre, la madre, el hijo que estudia sociología. La mordacidad de Nicolás no tenía límites, fue uno de los grandes críticos mordaces de la Argentina.

Y para no abundar mucho más, el último libro que es Las cuestiones, es un libro formidable, es un libro de filosofía sin declararse filosófico, que es donde generalmente hay que encontrar la filosofía en la Argentina. Es un libro que toca las cuestiones del populismo, la religión; en este último tema él vuelve un poco a los orígenes de su familia, no a la religión que es un poco una cierta característica de muchos intelectuales de Europa y de la Argentina también, volver a la fuente de una creencia de una manera valorizadora de la dimensión mística del ser. Pero no fue el caso de Nicolás, sino que con su estilo rapsódico, puesto que sus frases van una sobre otra machacando sobre el mismo tema y perfeccionando lo que quiere decir, recordaba a su abuelo que era pastor metodista predicando la Biblia y hay algo de esa prédica en forma laica de Nicolás en su forma de escribir. Entonces no hay que olvidar ese pasado donde la religión en Nicolás no es una práctica real ni algo que haya asumido en las inmediaciones de su muerte, sino que es simplemente el recuerdo de un lenguaje también, el recuerdo de algo en lo que se creía que era la angustia del intelectual que busca algo en qué creer. Y el recuerdo que deja en todo nosotros, en mucha gente, en la infinita cantidad de sus alumnos. El hecho de que buena parte de la fortaleza de la carrera de Ciencias de la Comunicación Social en la Argentina se debe a él.

APU: Acaba de aparecer Semblanza de un intelectual comprometido de Ricardo Forster, quien analiza la obra y el legado de Nicolás.

HG: Bueno, este libro de Ricardo Forster es ese libro del amigo que escribe con devoción. Ricardo estuvo muy ligado a la revista Confines que fundó junto a Nicolás, Alejandro Kaufman y Matias Bruera. Y esa revista Confines creo que expresa todos los lenguajes que estuve tratando de decir acá: primero, una gran admiración por el modo en que la filosofía europea miraba su propia quiebra y después un giro latinoamericanista muy fuerte en los últimos números que aún se conserva, siempre con la exquisitez de la escritura, digámoslo así, lo cual no es fácil en Argentina. Todo el tramo de la revista Confines que aún sigue saliendo, se puede considerar un gran tramo de la epopeya revisteril argentina.

El libro de Ricardo Forster vino a hacer justicia a todos estos elementos dramáticos de la vida de un intelectual argentino; creo que es un retrato de lo difícil que es la vida intelectual, e incluso la propia palabra y del pudor con que hay que usarla y a veces omitirla. Porque si bien es cierto que no hay nadie que deje de tener en su reflexión, en su vida un viso de intelectualidad, esa palabra es en el lugar más difícil de nuestra vida, como si un pedazo de vida efectiva te sustrajera por el solo hecho de invocar la palabra intelectual, como incapaz de comprender lo profundo del existir. En Nicolás existía ese problema, se puede decir que fue uno de los intelectuales argentinos más sensibles a la idea de que la vida intelectual carga ese signo peyorativo. Y Nicolás se las ingenió por ser el gran conversador de las sobremesas argentinas, la gran cantidad de amigos con los que cenaba todos los días donde era un inquietante placer escucharlo hablar de Heiddegger hasta fútbol y cuando hablaba de fútbol, sobre el cual tenía un profundo conocimiento -él era hincha de Racing- un asombroso conocimiento, parecía Levi Strauss hablando de alguna tribu primitiva. Realmente era asombroso el modo, primero en que se enojaba, que retrucaba, era como la academia de Platón pero con los nombres de los jugadores de esa época, entonces ahí estaba manifestado plenamente el espíritu de fusión del lenguaje, y de creación de un tercer lenguaje de agitación y de reflexión que estaba protagonizando Nicolás.

APU: Para finalizar, ambos han participado de otro momento importante en estos últimos tiempos que es Carta Abierta.

HG: En realidad se puede decir que Nicolás fue el impulsor principal de Carta Abierta. Así como Nicolás tenía las lecturas más inimaginables, por ejemplo su interés por la Viena del siglo XIX, hacía que uno diga “bueno este tipo es un especialista en la Viena del siglo XIX y estudia esas cosas”, claro que sí y era eso. Pero estaba atento a leer la cuestión tributaria en relación a las exportaciones agrarias, seguía con mayor atención que cualquier sociólogo o economista la evolución del problema de la soja y él casi anticipó el conflicto que se venía. Por eso en las conversaciones previas a un conflicto que nadie imaginaba la envergadura que iba a tener, él insistía en que había que reunirse y efectivamente esa reunión aconteció y después se llamó Carta Abierta donde él participó activamente hasta su muerte. Se puede considerar, y así lo consideramos todos, el iniciador digamos, porque vio más allá de la evolución en el destino de los grupos políticos, literarios o intelectuales en Argentina, él vio que un grupo de personas vinculadas a la Universidad, al trabajo cultural, a la escritura tenía que salir a decir su voz ante lo que parecía una grave amenaza, que lo era efectivamente ante el gobierno.

Y eso fue muy reconocido, con sorpresa porque el gobierno era relativamente nuevo, no era un gobierno como cualquier gobierno acostumbrado a tener trato con figuras de la vida intelectual de una manera persistente. Sí a respetarlos de una manera a veces temerosa pero con Nicolás no fue así. Efectivamente, hubo, no sé si hubo un encuentro de Kirchner y Nicolás, eso lo desconozco, como lo hubo con otras personas. Pero Nicolás, y creo que en algún momento el gobierno, tuvieron claro que lo que se proponía del lado de lo que imaginó Nicolás como un grupo activo de intervención intelectual era sustancial y profundo. Y de algún modo duradero más allá de las evoluciones que el grupo tuvo a lo largo del tiempo, que son muchas. Sin embargo, la memoria de Nicolás sigue activa como un modelo intelectual que no es fácil de practicar, que hoy es lejano, la vida intelectual argentina no marcha hacía ese lado. Lo que termino diciendo es que la mirada de Nicolás aún hoy la veo, incluso la imagino que podría ser reprobatoria respecto al modo en que se va inclinando hoy la vida intelectual argentina con dictámenes cerrados, con estereotipos que no contienen ninguna innovación de lenguaje. Así pienso lo que sería la mirada de Nicolás hoy.