Fríos eran los de antes
Por Demetrio Salvador | Fotos: Gerardo Payer
Qué tornillo hizo esa noche, a la siete de la tarde se vio en una bicicleta al último campoliebrino por las calles de Hasenkamp. Las estufas como locomotoras escupían humo al cielo, había olor a leñas y las hojas crujían.
Esa noche el noticiero, otra vez, no habló de la lluvia de inversiones, pero si alcahueteó que iba a ser la más fría de los últimos años. En “las casas” cada cual combatía el invierno con lo que había en la mesa, dicen que hubo polentas, pucheros recalentados, guisos de lentejas; a mi me tocó un café con leche.
Mucho para hacer no había así que me acosté temprano, esa oscuridad fue silenciosa, cada tanto se oía una leve brisa chiflar. Se ve que el frío no es buen compañero para descansar así que tipo seis, con las primeras horas, me levanté, y mientras hacía un mate cocido escuchaba a un tipo en la tele hablar de que “había nevado en Salta, unas partes de Formosa y en un pueblo a 90 km de Paraná, la capital entrerriana”. Medio dormido y con los ojos hinchados me asomo al televisor y ahí lo vi: “la flor del ferrocarril” se había puesto blanca.
¡Nieve en Hasenkamp para todos aquellos que no fuimos a Bariloche! Los de María y Cerrito se van a revolcar de la envidia. A las ocho ya era vox populi, “nieve en campo de liebres”. El intendente decretó asueto enseguida. Algo inédito por estos lares, ya los viejos en lo del Grillo discutían que no era la primer nevada, que ya había pasado en el treinta y dos, pero “vos ni eras nacido”, le dijo uno a otro que, por las nuevas temperaturas, había decidido cambiar el gancia por ginebra.
Los gurises jugaban en la plaza, hacían angelitos y batallas invernales mientras las madres y padres le gritaban “vení, abrígate, que te vas a enfermar”. El Aldo, que no es lerdo, no tardó en vestir unos maniquíes y enseguida puso un cartel “ropa para la nieve” (los de Tarija ni largan) Los verduleros aumentaron el kilogramo de zanahoria ya que los muñecos iban a estar en alza. Los quineleros jugaron el 83 y el 72 a la cabeza, lista y por ambas, todo el día. Dicen que los de Las Garzas hacían dedo para este lado, queriendo llegar enseguida a ver la nieve.
Pachangua lucía su mejor campera y los futboleros ya habían pintado una pelota de naranja como la del Beto Alonso, esa que se usó el día del dos a cero en la cancha de Boca. Pelucante hizo un trineo y los gurises se tiraban de las montañas de tierra, atrás de la cancha de Sarmiento. Con el Guille Pasutti nos fuimos a cantarles unos villancicos a Yobaco, pero llegamos tarde, se había ido a la plaza. Tenía montado un kiosko donde alquilaba trineos hechos de cajones viejos, y a un perro grandote que había en la calle le había puesto un barrilito en el cogote para sacarse una foto con el “San Bernardo” improvisado.
Los clubes hicieron chocolate y bollos para todos, para combatir el frío. Ya los borrachines hicieron correr la voz que el ciervo del bar de Botín era un reno que habían cazado en el campo del viejo Reggiardo: “esos bichos buscan la nieve”.
Yo me emponché y salí a curiosear. Frente al Hospital me encontré con un viejo pelado que algo sabe de historia y mientras caminábamos, me dice: “no vaya a creer, Demetrio, que esto es casualidad. Puede ser un poco de cambio climático, pero yo estoy seguro que es nostalgia de aquel par de viejos plateados en la plaza, que extrañan los inviernos nevados en el pueblito de Lehe que no pudieron traer en el barco, al rajar para el nuevo mundo”.
Eso me hizo acordar que una de las obras de ingeniería más grande que no se llegó a concretar aún no es la sagrada familia de Gaudí, es la llegada del río Paraná a las costas de Hasenkamp. El presupuesto, estadísticas, pro y contras, se charló en la esquina de calles Libertad y Sarmiento, más precisamente en el bar de Thompson.
Ahí me gustaba sentarme en una mesa con la gente de los viernes, "la mesa de los rockeros". Había un staff fijo, varios que iban cayendo y otros andaban de paso.
Todo arrancó porque los de María tenían termas. Es bien sabida la rivalidad entre los pueblos vecinos, aunque ahora venimos medio empatados: ellos tienen un Milton en River y nosotros un Paolo en Boca. Pero en esa época la muchachada estaba tratando de resolver el tema del turismo en Hasenkamp.
Teníamos (tenemos) unos hermosos carnavales, pero faltaba algo más para que la gente se instale un finde acá y no se vaya a las termas de los del pueblo de al lado. “A nosotros nos falta un ingeniero”, decía uno, “que nos dé una mano para armar algo que llame a la gente”. “Claaaro, si las comparsas la rompen”, agregaba otro, “pero hay que tratar que la gente se quede, así los comercios ganan algo más”.
Asimismo se pensaba en la posibilidad de que el mercado amoroso también iba aumentar, no hay nada más lindo que un amor de verano. Que se yo...... alguna cordobesa que venga a ver los abuelos....filosofía pura. Ahí uno tiró lo que sería una de las mayores obras de la ingeniería barcística.
“Lo que hay que hacer es traer el río ¿Sabés lo que sería Hasenkamp con una bella costanera a la orillas de las vías?”, preguntaba uno y se servía cerveza, “sería... ¡una potencia!”. La mesa raramente se puso de acuerdo que era un proyectazo. Muy raro, ya que había más gente con ganas de discutir que ponerse de acuerdo.
“Pero sí”, dijo uno, “hay que ver en el mapa, pero yo cortaría por la ruta 32 derecho hasta dar con el agua y ahí hacemos como una especie de golfo hasta Curtiembre y si nos arreglamos con los de Cerrito, hasta capaz que podemos compartir gastos”, se oía. Ya era un hecho “la bahía del Antonio Thomas”.
Ahí estaría el río Paraná entre la ruta 12 y la 32. Se calculaba que el dique iba a dar trabajo al 25 % de la población zonal. Íbamos hablar con el cura de turno para que la peregrinación se haga por la ruta 10. En el galpón del ferrocarril se iba a hacer un parador: Frente dos playas, la Federico y Eduardo. Ahí tuvimos el primer problema: Martín, sentado en una punta, preguntó qué iba a pasar con su casa (y estaba bien). Ahí, en medio de una pequeña discusión, se logró un acuerdo en darle una isla a la Kelly y don Carlos. Y Martín se conformó, lo de él no estaba perdido, ya tenía una pequeña isla frente al pueblo, como la curupí de la ciudad de Paraná. Hasta se le dio la idea de vender algunos repuestos de lanchas, ya que el mercado ahora iba a estar en auge.
El problema era dónde íbamos a poner el puerto y el muelle, ya que varios de los parroquianos querían tirar las piolas y comer un asado 2 o 3 veces por semana (otras épocas; hoy, uno por mes, más no alcanza). El nombre se decidió enseguida, le iban a poner muelle "Atilio Fiorotto". Se hizo una votación a mano alzada y ganó cómodo. Ahora la disputa era si se debía poner el muelle en frente de los gallineros de Picconi o en la entrada de los Ziegler.
Unos decían que lo mejor era frente al gallinero así podían comprar carnada en la pescadería de Grillo o tripa en lo Picconi. Además, te queda cerca el club para abastecer a los pescadores con sed. El tema era que el olor a tripa, posta y tongorin, iba a ir para la playa, y ese era el verdadero yeite del proyecto: lograr un espacio donde la gente vaya a relajarse. Así que tras otra votación el muelle lo pusimos frente a la YPF y podían comprar anzuelo y otros menesteres en lo Paketa.
El otro tema a tratar fue el puerto, pero como lo que más se iba a mover era granos y ganado, lo que se resolvió fue ponerlo frente a la Sociedad Rural. Ya Chiki empezó a pensar que tendría que cambiar el camión por una barcaza. También se iba hablar con el intendente para que mude el busto de don Justo José cerca de la gomería de Teco, para que los muchachos puedan hacer changas en el puerto. Se habló de cómo iba a cambiar la población, pro y contras. En verano los mosquitos se iban a poner bravos, pero también Hasenkamp tendría un lugar donde ir a tomar unos mates.
“¿Y la estancia Los Naranjos?”, pregunto uno, “¿que hacemos?, no podemos perder ese terruño”, así que ahí se fundó la segunda isla del golfo .
Ya los porrones iban y venían y el proyecto era casi un hecho. Es más, íbamos a hacer el festival del pescador, la fiesta de la playa.....haríamos una fogata grande donde nos juntaríamos a tocar la guitarra, no se vendería otro helado que no sea Can-Pay (proteger la industria local) y la proveeduría la trabajarían los estudiantes para pagar el viaje a Bariloche.
Algunos, mucho más visionarios y con aires de Costantini, decían que el negocio era comprar terrenos en El Pingo, hacer una especie de Nordelta y lugares recreativos. Ya era un hecho: pedimos una más, y el bolichero mandó a decir con la moza que era la última. Se llenaron los vasos y se brindó por “la nueva Costanera de Hasenkamp”, el proyecto más ambicioso que se propuso para mejorar el turismo del pueblo.
Al rato del último brindis, el dueño del bar nos empezó a juntar las sillas y cada cual pagó lo suyo y a dormir. Al otro día ya nadie recordaba nada sobre la mayor obra de la ingeniería barcística. La vida debe tener pocas certezas, pero hay una que no falla nunca: salir a filosofar y beber con amigos es lo más, hace bien.
Y para cerrar me quedo con una frase de mi amigo Chiki... “como dijo el tuerto Enrique: ahora vos los escuchás hablar en los bares y son unos doctores”.