Imperio Kitsch: una apuesta cultural
Por Dani Mundo | Ilustración: Paula Adamo
La escritora e investigadora Jimena Néspolo acaba de publicar un libro que está disponible para bajar virtual y gratuitamente, Imperio Kitsch: ornamento y cultura en el cambio de siglo, de la editorial Katatay. Su lectura ágil nos permite comprender el cambio cultural que va desde el comienzo del menemismo hasta el final del kirchnerismo. Toca fibras sensibles de la clase media que consume esos productos culturales. El libro viene acompañado con ilustraciones de la dibujante Paula Adamo (click para descargar).
AGENCIA PACO URONDO: Antes que nada, ¿cómo pensaron la relación entre las imágenes que ilustran cada capítulo y el texto que le sigue? Siempre me atrajo la relación entre las imágenes y las palabras, y cada vez creo que es el futuro más interesante que le queda al libro.
Jimena Néspolo: El personaje de la viñeta, La Mujer Desnuda, lo creamos con Paula Adamo hace más de diez años... Fue un poco por casualidad, otro por desesperación, por enojo, por juego. Queríamos trabajar desde el humor sobre esas cuestiones adjudicadas a "lo femenino" que nos incomodaban, las ideas de cada tira surgían de la misma conversación, en esa suerte de ida y vuelta del titeo previo a la carcajada. Cuando terminé el ensayo, en 2019, me pareció que podía sumar algunas de las bromas de La Mujer Desnuda que habían surgido en esos años de escritura. Pero después de leer el libro, en el verano, Paula se entusiasmó en realizar viñetas nuevas. El modo en que dimos con la viñeta que abre cada capítulo fue el mismo de antes: jugando.
APU: Me gustó mucho la apuesta del libro. Me hizo acordar el que considero el mejor libro de Damián Tabarovsky: Literatura de izquierda. Sos muy crítica con algunos gestos literarios y cinematográficos en el cambio de milenio. ¿Por qué se producen esos gestos en tu interpretación?
J.N.: Gracias por la lectura... El libro de Tabarovsky lo leí en su momento, y seguí el debate que se generó, pero luego no volví a retomarlo. Recuerdo que era un texto provocador, sí, y que algunas cuestiones que planteaba siguieron discutiéndose en los años sucesivos, como la apuesta por homologar mercado y academia como instancias de validación de lo literario. En el fondo, lo que se discutía en la década de los 90 y comienzos de 2000, en diferentes esferas de la cultura (cine, colectivos artísticos y poéticos, narrativa, etc.), era la posibilidad o imposibilidad de pensar o generar “novedad” y dotar de legitimidad esas apuestas. Después de las vanguardias históricas, la dialéctica de innovación/asimilación atravesó todo el siglo XX retroalimentando la estética kitsch en una escalada agobiante que, hacia el cambio de milenio, tuvo su momento paroxístico a nivel global. A la distancia, las razones de esa cima se ven claras, cuando el imperativo capitalista de la máxima competividad está en crisis por la actual pandemia, pero en ese momento la ideología de mercado se impuso como única.
APU: ¿Hay alguna producción que te atraiga de ese momento histórico?
J.N.: Hay producciones culturales muy interesantes en el período comprendido entre los años 1989-2015, que es el que trabajo en el ensayo, y una disputa fuerte por la legitimidad que se puede rastrear en distintos campos. Además del fenómeno del Nuevo Cine argentino, que por su impacto y llegada internacional obtuvo mayor reconocimiento, en esos años proliferaron los espacios dedicados a la poesía (Zapatos Rojos, Siesta, Belleza & Felicidad, etc.), la novela histórica se redefinió a partir de un giro kitsch absolutamente singular, se operó una expansión de los mitos religiosos populares… En fin. Pero en relación a tu anterior pregunta: en la entrevista que suma Silvia Schwarzböck a su estudio sobre el film El oso rojo, es iluminador el momento en que Adrián Caetano denuncia el esnobismo de “vender pobreza” como exotismo, para ser consumido en el extranjero. Ese gesto de vasallaje y sumisión cultural, absolutamente funcional a la ideología dominante, estuvo también muy presente en ese período.
APU: ¿Tenés ganas de contarnos o resumirnos qué entendés por kitsch?
J.N.: Si pudiera resumir mi análisis en ciento cuarenta caracteres, no hubiera escrito un libro, ¡ja! No soy buena ni en los resúmenes, ni en las redes. Invito a quien le interese a leer el ensayo, de descarga libre en la página editorial. Lo que sí puedo definir claramente es esa “actitud kitsch” imperante en muchos espacios de la vida social y cultural, que hace del medio cotidiano un flujo permanente de mercancías descartables y efímeras. Esa actitud, vacía de contenido, que hace pie en la sintaxis simpática del emoticón, es la que alimenta la cantera del big data y los meganegocios.
APU: Yo leo un arco en tu libro, que va desde una crítica y rechazo radical de cierto kitsch y termina en un festejo acrítico de otro kitsch. ¿Está errada mi percepción? De esta manera vamos a tener un desdoblamiento en el kitsch, un kitsch bueno y uno malo. ¿Nos podrías explicar cómo funciona esta dicotomía? ¿Tiene que ver con la diferencia que entable con la lógica del Imperio?
J.N.: Me interesa tu pregunta porque, sinceramente, nunca se me hubiera ocurrido plantear la cuestión en términos tan maniqueos y no veo dónde el ensayo incurre en el “festejo acrítico”. Según decís, entonces, habría un “kitsch bueno” y otro “kitsch malo” según la relación que establece –entiendo por tu pregunta– con el Poder. Me permito hacer una reformulación: pensar en términos de “Imperio” supone, antes que nada, suspender toda valorización “moral” a fin de poder desmenuzar y desnaturalizar los modos en que la cultura de masas dialoga, valida y mercadea productos y mensajes en la esfera global. Pensar en términos de “Imperio”, supone también, en un principio, renunciar a la fantasía del afuera y a cierta lógica pastoral de las izquierdas melancólicas: es lo que llamo el “orden caníbal del Capital”, un tipo de ordenamiento que sólo releva lo existente en términos de “objeto”, de cosa, de mercancía a consumir. Lo que pasa es que podés llegar a conclusiones muy distintas según analices el funcionamiento de la estética kitsch, ya en el discurso político, ya en el discurso religioso o en el artístico. El mensaje transparente, esa comunión/comunicación total que en la esfera política puede ser pensada en términos de “éxito”, en la esfera artística, y a la luz de ciertos debates, puede cavilarse en las antípodas.
APU: Me pareció muy buena la lectura del giro kitsch de la novela histórica, en particular de la “explotación” de la mujer en él. ¿Qué interpretación hacés vos de eso? ¿Qué interpretación hace, para vos, el feminismo de ese giro?
J.N.: No utilizaría acá la palabra “explotación”, porque creo que abre un abanico semántico que va de la pasividad a la sumisión de la mujer que no es del todo pertinente para el caso. Lo interesante del fenómeno de la novela histórica de los ´90 es que fue protagonizada por escritoras mujeres que aceptaron a regañadientes, y en muchos casos directamente se opusieron, a ser leídas sólo como “literatura de mujeres” ofrecida para satisfacer un nicho de mercado y salieron a disputar lectores en todas las esferas de la vida social. Hay una batalla con el canon macho de la literatura argentina que, si bien no se inicia entonces, se motoriza de un modo ejemplar en esos años; ecos de esas disputas se proyectan en los debates feministas de estos días. No obstante, así, más allá de las diferencias, hay ciertas características comunes que pueden rastrearse en el corpus extendido de esas colecciones: el más significativo a mi entender es la construcción de figuras femeninas protagónicas del relato, el buceo en figuras históricas olvidadas de nuestra historia, que estos relatos vienen a reponer en tanto sujetos políticos y culturales insoslayables. El surgimiento de CFK, en tanto personaje político con tan amplia llegada –más allá de sus méritos singulares–, debe mucho al trabajo realizado por estas colecciones en la “estructura del sentir” –como llamó Raymond Williams a esos campos de acción en que lo literario desafía también el orden de lo existente.