Libros: “Tanto”, de Nurit Kasztelan

Tanto de cantidad. Un adverbio que se opone al vacío pero que sin embargo lo llena. Tanto es lo que rodea una vida urbana y Tanto lo que no vemos detrás del vértigo.

Abstraerse del mundanal ruido también es apreciar lo desconocido. 

El poeta Fray Luis de León en la “Oda Vida retirada”,escribe:

¡Qué descansada vida 

la del que huye del mundanal ruïdo, 

y sigue la escondida 

senda, por donde han ido 

los pocos sabios que en el mundo han sido.

Una fantasía recurrente para aquellos que habitamos la ciudad.

Helena, el personaje de esta historia, parece materializar ese deseo y probar una vida lejos de casa. Y en consonancia con la experiencia, escribirla. Elige el campo como destino para habitar por un tiempo “un espacio sin límite, abierto, sin bordes fijos”. 

¿Cuánto naturalizamos de lo que nos aturde? ¿cuánto vemos a la distancia de aquello que hacemos y que no nos hace bien? ¿Cuánto valoramos de aquello que descuidamos porque está cerca?

Alejarse es repensar la vida que queremos. Dimensionar las prioridades. Reconocerse en el paisaje ajeno, descubrirse en la naturaleza: “Necesitaba irse y dejar de ocuparse de ciertas cosas por un tiempo. Necesitaba respirar”. 

Tanto es observación y vivencia. Lejos de la ciudad, Helena,  ejercita una mirada nueva, recupera la capacidad de sorpresa y contempla detalladamente las puestas de sol, los colores del paisaje, la semilla en la tierra. 

Entonces, sembrar se convierte en el arte de preparar la tierra y el ciclo del tiempo cambia la percepción, ya no regido por el horario del reloj sino por el sol y las estrellas. Mientras desarrolla una paciencia diferente comprende que la abundancia no está relacionada con la acumulación de objetos materiales. 

En esta estadía necesaria y voluntaria Helena descubre otra manera de acceder al conocimiento, ya no a través de los libros y las palabras sino en el silencio y los cambios profundos del ambiente, aquellos que ocurren sin que nos demos cuenta. A partir de la experiencia, cada acción con la naturaleza es una intervención sobre sí misma. 

Un culto al silencio que también incluye la incorporación de sonidos naturales, del mundo cuando se mueve, de los árboles con el viento, del tractor funcionando, de los pocos pasos que se distinguen a su alrededor. 

Con una vida retirada, una vivienda exigua y rústica, pocos elementos, los ojos de Helena se amplían y abarcan hasta el comportamiento de las hormigas, una curiosidad que quizá en la ciudad hubiera pasado desapercibida, sin embargo incorpora ese lenguaje y lo asimila. 

“No escucha la lluvia en el agua que cae sino en cómo golpea sobre el techo de la casa. tal vez sea en las hojas donde se encuentre con más claridad el lenguaje de la lluvia. las gotas que se ven sobre el verde tienen distintos tamaños, y ella empezó a percibir que podrían indicar la duración, si es llovizna breve, o si es de esas tormentas de horas de agua seguida”. 

Los tópicos como el tiempo y la soledad son ejes que se mencionan porque justamente el ritmo y la aceleración urbana exigen determinados patrones de tiempo cronológico y de sociabilidad que en el campo cambian rotundamente. 

“El tiempo de hoy es el mismo que el de ayer y que el de la semana pasada, como si fuera un tiempo usado. hace tanto que no habla con nadie; tal vez si lo hiciera sería un hablar lento y pausado como La pampa”. 

En esta novela hay “un otro” que acontece, que aparece como una digresión, un encuentro que irrumpe en la intimidad de la protagonista por un rato. Un deseo concretado de la manera más genuina y simple, sin rodeos, como todo lo que ocurre en ese espacio asignado y mágico para apartarse de los pensamientos que aturden. Contempla la naturaleza y se pregunta si una puede salir y entrar de sus pensamientos. 

Pienso en un poema de Whitman, de Hojas de hierba que dice: “Desconocido, si al pasar, quieres hablarme, ¿por qué no has de hacerlo?/y, ¿Por qué no te hablaría yo?”

En un lugar tranquilo de occidente, la cultura oriental llega desde la razón pero advertida en el espíritu de la quietud, la calma, la atención en la naturaleza, el concepto de vacío, de aquello que parece no tener importancia y lo es todo. 

Nurit es poeta y ese trazo marca la prosa de esta novela. El ritmo y la respiración poética fluctúan entre las imágenes y los colores. Escenas como cuadros, pinceladas de cielos, de flores y de arbustos. Cada capítulo, un acontecimiento profundo, ella capta los movimientos naturales y se/nos estremece: la lluvia impactando en el techo, el viento en las ramas, el frío interno en el cuerpo, la función reveladora del fuego, el canto de los pájaros y su manera de habitar el mundo. 

. ¿Cuánto una puede mimetizarse con el entorno? ¿Cuánto siente el cuerpo de lo que sucede alrededor? ¿Logramos trasladar esa paz cuando cambiamos de espacios? Estos interrogantes se dirimen en la experiencia de Helena. Lleva su cuerpo al límite como una instancia de aprendizaje, aborda otro tipo de vida como un desafío personal. Vuelve extraño lo propio y propio lo extraño y en ese procedimiento encuentra plenitud y autoconocimiento, hasta preguntarse dónde pertenece realmente. 

Pone en primer plano lo que en la ciudad es un telón de fondo y toca el tiempo hasta desmontarlo de sus coordenadas habituales.

Nunca se sabe cuál es el camino de la  introspección, quizá viendo de lejos la propia vida se logre apreciar aquello de lo que estamos hechos. Una instancia de aprendizaje que, como escribe Nurit, no siempre llega como lo esperamos: 

“A veces el maestro no es un hombre o una mujer sino una circunstancia, un espejo deforme al que no queremos parecernos. el campo es idéntico a sí mismo en cada una de sus partes: solo la luz rompe con la sensación de que el verde es siempre el mismo”.