Los troskos: mitologías de la militancia política argentina
Por Juan Ciucci
Las simplificaciones suelen llevar a múltiples equívocos. Esta frase que podríamos utilizar para cualquier ámbito de nuestra existencia, en política toma una fundamental importancia. Es que por englobar en una caricatura a miles de militantes y un profuso marco teórico, podemos perdernos de herramientas vitales para comprender nuestro presente.
Hace algunos años, en una barriada del conurbano, un compañero con varios años más que los míos me preguntó: “¿Qué es el trotskismo? Porque cada vez que marchamos me dicen “ahí vienen los troskos” como si fueran una plaga”. En mi grupo éramos cuatro, y yo les tenía más simpatía que el resto. Así que se abrió un debate, en el cual no quedó nada demasiado claro.
Pero esa sensación de asombro ante “los troskos” me pareció muy significativa de una estigmatización que acompaña desde hace años a los militantes trotskistas de Argentina. Al menos desde el campo popular, que es el que uno transita y con el que uno dialoga. Esas simplificaciones siempre me molestaron y me llevaron a investigar e interesarme por esa escuela de pensamiento y militancia.
El prólogo de la muy completa edición de Literatura y Revolución de Trotsky que realizó Ediciones RyR es muy interesante por los problemas que marca en la lectura religiosa de su obra. Es a fin de cuentas un hombre, de este mundo, con una vida tan intensa que cuesta creer que fuera posible. Sin dudas su muerte reconfigura toda su obra, a los ojos de quienes militan en su nombre. Es el exiliado, el difamado, el asesinado. Brutal crimen del estalinismo, uno entre tantos.
La visión de “los troskos” va unida a esa sensación de religiosidad, de secta, de clan. Es un otro que nos interroga por su accionar y organización. Un credo distinto al nuestro, que muchas veces se muestra un tanto más fanático que el propio. Pero sin esa devoción que sí le imprimimos a nuestros dioses, en el desparpajo del peronismo en asumir su creencia. En cambio ellos no, es una verdad inapelable, no un conjunto de voluntades. Es el rasgo positivista que arrastran, que los hace vernos siempre inferiores, inacabados, incongruentes.
De ambos lados de “la grieta” hay miradas de desconfianza. Cada tanto se dan cruces que resultan sumamente productivos, pero siempre al borde de lo imposible, de lo insufrible, de lo agotable. Sin embargo, algunos “entrismos” que intentaron los trotskistas dejaron su marca imborrable en el movimiento. No pocos leen sus huellas en los míticos programas de La Falda y Huerta Grande, por ejemplo.
Pero ha sido con otras tradiciones de izquierda con quienes ha fluido un dialogo mayor desde el peronismo, que permitieron construir ese incierto horizonte llamado "izquierda peronista". No obstante, el trotskismo sigue siendo un espacio del cual debemos aprehender numerosas experiencias y caracterizaciones, sumamente útiles en el porvenir que se avecina. Y más aún en la monumental obra de León Trotsky, cuya lectura crítica nos permite alejarnos de las simplificaciones que por derecha y por izquierda sufre su pensamiento y su legado.