“Queremos combatir una lectura religiosa de Trotsky”
Por Juan Ciucci
Agencia Paco Urondo: ¿Por qué deciden reeditar ahora este libro?
Eduardo Sartelli: Hay cuestiones aleatorias y algunas más de fondo. La de fondo es que la organización Razón y Revolución se inicia en el 2003. Nace a la vida política bajo la influencia del 2001. Nuestra preocupación era que la izquierda argentina era más bien “sindicalera”, en especial esa izquierda más válidamente enrolada en la izquierda revolucionaria que es el tronco trotskista. A la cual se le puede añadir las provenientes del maoísmo o anarquismo, pero desde los 80 en nuestro país la más importante es la trotskista. Pero esa corriente no se preocupaba demasiado por los aspectos de la lucha cultural. Por lo cual, proviniendo de esa tradición (en lo personal estaba afiliado al PO), cualquier cuestionamiento a la política trotskista del arte presupone un cuestionamiento al propio Trotsky, en la medida en que los trotskistas no han innovado demasiado. Pareciera que dijo algunas cosas que parecen definitivas.
A diferencia de otros campos en los cuales Trotsky habló poco, en este había un texto canónico que organizaba la política de los trotskistas en torno al arte y los artistas, Literatura y Revolución. Nosotros comenzamos cuestionando esta concepción trotskista en el campo del arte y la lucha política en el campo cultural. En otros campos nos parecía válido, pero en la lucha intelectual en general, el trotskismo tenía una posición más bien liberal. El trotskismo en general y el propio Trotsky, como concluimos después.
APU: ¿Por qué la consideraban liberal?
ES: Esa idea de otorgar “toda libertad al arte” presupone la existencia de un campo abstraído de las relaciones sociales, sin conflictividad, donde el artista es una especie de privilegiado, el único ser en el universo que no está determinado por ninguna relación social. Por lo tanto, lo mejor que se puede hacer es dejarlo libre. Además, que el partido revolucionario pudiera darle libertad a alguien presupone que puede hacerlo, lo cual en condiciones de lejanía del poder es una afirmación gratuita. Y deja de lado la centralidad en la lucha por el poder del arte y la cultura. Una centralidad que toda la tradición marxista reivindica, ya sea bajo la forma de la conciencia o la ideología. El sujeto debe transformarse en un sujeto para sí, es decir, dejar de ser un objeto para otros, tomar el comando de sus acciones; y eso presupone una lucha por su propia conciencia. Buena parte del problema de por qué reeditar esta obra venía por esta cuestión más general.
APU: ¿Cuál sería la situación coyuntural?
ES: Esa parte azarosa es la existencia de Alejandro Ariel González, de quién no teníamos ninguna noticia, y un día nos escribe diciendo lo que tenía y que éramos la editorial más adecuada para publicarlo. Se trataba de la única traducción en cualquier lengua occidental no solo de la obra completa tal cual apareció en Rusia a comienzos de 1920, sino además la recopilación de todos los textos que Trotsky escribió sobre literatura y arte antes y después de Literatura y Revolución. De alguna manera es una especie de “obras completas” sobre literatura y arte de Trotsky. Es una edición única en el mundo, traducida directamente del original. Lo que es un gran mérito, porque siempre era traducido del ruso al inglés, francés o italiano y después al castellano. Las traducciones castellanas directas del ruso, como Historia de la Revolución Rusa son obra de gente muy meritoria, como Andrés Nin, pero poco útiles para un lector actual. Nin es un catalán del primer tercio del siglo XX, con errores o modismos que le quitan sentido a lo expuesto. Eso lo sabemos por la edición que realizamos de Historia de la Revolución Rusa, a la que personalmente le corregí más de 3000 errores, y le incluimos una traducción nueva de un capítulo del francés. Creemos que es también, modestamente lo decimos, la mejor versión castellana de esa obra.
APU: ¿Y cómo llegó ese trabajo de traducción de Literatura y Revolución?
ES: Apareció esa oportunidad que te contaba, pero no sabíamos quién era el traductor. Nos encontramos con un especialista muy importante, que realizó trabajos para muchas editoriales, traduciendo clásicos del ruso. La verdad es que nos hizo un muy buen precio, hay un trabajo militante en él para esta tarea. Nos tomamos un buen tiempo para realizar el prólogo, podría haber salido en 2011, pero nos pareció importante porque nosotros queremos combatir una lectura religiosa de Trotsky.
APU: En el prólogo hablan de una lectura anti-trotskista…
ES: Sí, nosotros, como organización, no nos definimos trotskistas. Por más que seguimos vinculados a ese universo, a esos partidos. Pero nos definimos como no trotskistas porque esa discusión original sobre el problema del arte la desarrollamos más ampliamente en otros campos: en relación a la cuestión agraria, al problema nacional, a la cuestión Malvinas. Básicamente nuestra idea es que el trotskismo argentino no conoce el país en el que quiere hacer una revolución. Y que tiene una mirada religiosa de los problemas. Es anti-trotskista no en tanto anti Trotsky, sino de esa lectura religiosa de Trotsky, que es muy común a toda la izquierda argentina en general.
APU: Tienen un gran trabajo editorial, también, desde Razón y Revolución.
ES: Tenemos una editorial propia, que nació al empuje de nuestras necesidades. Esa editorial recoge por un lado lo que sería investigación propiamente científica, que son los estudios del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales. Son tesis de licenciatura o de doctorado: historia de la clase obrera, historia de la Revolución de Mayo, historia de la industria argentina, etc. Luego tenemos una colección de divulgación, que es lo que llamamos Biblioteca Militante: allí publicamos materiales que nos parece suman al debate, proviniendo de las tradiciones políticas más diversas. En literatura nos interesa publicar obras que nos interrogan sobre qué es arte revolucionario. También tenemos la colección Clásicos, donde se encuentra Literatura y Revolución, pero también a Rosa Luxemburgo, Lukács, etc.
APU: ¿De este trabajo surge la definición de organización político cultural?
ES: En un principio, dado que pensábamos que el Partido Obrero o alguna variante del trotskismo, era el partido de la revolución, nos planteábamos pura y exclusivamente como una organización cultural. En realidad, a partir de 2005/2006 empezamos a tener divergencias más profundas, que se expresaron más claramente en el conflicto del campo en 2008. A raíz del cual produjimos un libro que se llama Patrones en la ruta, y en el que nos dimos cuenta de que nuestras divergencias programáticas con el trotskismo en general eran muy fuertes. En esos días había una izquierda alineada con el gobierno, el MST; la que se alineaba con el campo, el maoísmo. Y el trotskismo del PO o del PTS había adoptado una política de “ni con el gobierno ni con el campo”, lo cual no estaba mal en la medida en que eran dos fracciones de la burguesía que se enfrentaban por la renta agraria; pero que no constituía una política. Nosotros editamos un folleto, “El convidado de piedra”, con la idea de que la clase obrera tenía que intervenir en la determinación de a dónde iba a parar la renta agraria. Una vez que le sacan plata a los que tienen, nosotros no íbamos a estar en contra, pero toda la discusión es a quién se la das.
Lo que analizamos son las características de la sociedad argentina, que son muy peculiares. Es una sociedad capitalista muy desarrollada, que parece una sociedad urbana e industrial, y en realidad es una sociedad agraria, que depende básicamente de la renta agraria, y que está en un proceso de descomposición generalizada que se va viendo por cuotas. Frente a esa realidad, la población argentina reacciona como la rana del experimento: la ponés en agua fría y la vas calentando, la rana se adapta y se adapta y termina frita sin darse cuenta. Si el agua hierve y a la rana la tirás de golpe, salta y se salva. La Argentina es el primer caso: se cocina a fuego lento. Este descomponerse por cuotas va generando esta situación en la cual el país está cada vez peor, pero entre crisis y crisis, la población se ilusiona con consignas esperanzadoras. Eso ya pasó varias veces. Las estadísticas sociales indican que luego de cada crisis, la recuperación no llega al nivel anterior. De modo que, entre recuperación y recuperación de cada crisis, la Argentina se va hundiendo lentamente.
En ese contexto nosotros creemos que la revolución permanente, una revolución al estilo ruso, no tiene sentido. En la Argentina no hay campesinos, es un país urbano con un gran desarrollo de la clase obrera, que paradójicamente tiene que apropiarse no de las bases industriales, sino de las bases agrarias. Por eso discutíamos con el PO de la reforma agraria y ese tipo de cosas. De allí va conformándose un programa político muy diferente. Estamos en contra de declarar a Malvinas una cuestión nacional, no avalamos la participación en guerra ni como demanda nacional ni como lucha antiimperialista. Argentina tiene sus cuestiones nacionales resueltas, es un Estado Nación. El problema de Argentina no es un capitalismo subdesarrollado; el capitalismo en nuestro país se desarrolló, es esto que vemos. Si querés otra cosa, pensá otra cosa. El trotskismo y el maoísmo creen que algo le falta a la Argentina y por eso postergan el socialismo como objetivo, a objetivos menores.
Esto es lo que hemos venido aprendiendo en los últimos 15 años, tratando de estudiar nuestra historia. Y eso es algo que venimos a decir en el prólogo de Literatura y Revolución: Trotsky pensó en una época, que no existe más. La lectura trotskista agrava la situación, porque lo que piensan de los contendientes de Trotsky es lo que Trotsky dijo de ellos. Es como leer los diálogos de Platón y creer que los sofistas son lo que él dice, sin averiguar quiénes eran, escuchar sus voces. Nosotros, por ejemplo, recuperamos al Proletkult, un movimiento político cultural de una magnitud muy grande, que implicaba una serie de alternativas políticas que hay que sopesar, pero que el trotskismo pasa de largo porque Trotsky se mofa de ellos, es más, los reprime.
APU: ¿Y cómo pensar a una figura de la talla de Trotsky y su accionar en tantos campos?
ES: Nosotros decimos que Trotsky, en el campo de la cultura, es completamente liberal. Pero no es un demérito, si uno lo piensa no como un personaje infalible, sino como un tipo que enfrentó una cantidad gigantesca de problemas. Hay que pensar que Trotsky, como Lenin o cualquier revolucionario, se enfrenta a algo que estalla y que tiene tantas aristas, modos de abordajes, situaciones, urgencias, que resulta inabarcable; que pedirle a esa persona que sea un especialista en cada una de esas cosas y que de cada una haya dicho algo correcto, está entre el delirio y la religión. Trotsky dirige la insurrección de Petrogrado; se encarga del Ejército Rojo; después del Ministerio de Industria; a través de su intervención en las relaciones internacionales es el que va a discutir la paz con los alemanes; después orienta la lucha revolucionaria en Europa, China, la India; entra en la discusión sobre el papel de los intelectuales en la Rusia de ese momento; de cómo debe ser considerada la burocracia del partido en relación a sus ministros, la política económica, etc. Si uno examina la cantidad de cosas obre las que dijo algo, o es Dios y entonces es infalible, o el que lo lee de esa manera es un religioso. Nosotros señalamos que Trotsky es un hombre, y como tal tiene enormes virtudes y desaciertos. Tenemos que desglosar los aciertos y desaciertos que hoy nos pueden ayudar.
APU: En ese marco, es interesante como piensan el problema de Stalin, que aparece a veces como una especie de excepcionalidad….
ES: Claro, porque acá el problema no es una lectura ética de la historia. La idea de que tenemos un señor que es el responsable de todos los males, ayuda a explicar una historia a lo Billiken, pero no ayuda a entender los procesos. Para empezar, Stalin era un revolucionario. Y cuando se muere Lenin dice en su testamento que hay que cuidar que no se peleen Trotsky y Stalin, que son el corazón de la revolución. En general los trotskistas se olvidan que Stalin era un revolucionario y que en el corazón de Lenin, salvo en el último momento y eso es todavía discutible, era uno de los herederos de la revolución. Segundo: no podemos colocarlo como el responsable de todos los males, porque en todo caso es el emergente de un proceso social al cual responde. Puede que no nos guste Stalin, pero no nos estaría gustando ese proceso social. Lo cual no estaría mal, a nosotros no nos gusta ese proceso social, pero porque la Revolución Rusa se produce en un contexto en el cual virtualmente es imposible. Como dijo alguna vez Gramsci, es una revolución contra el capital. Ahí está la genialidad de Lenin, de Trotsky, y ahí están los límites de todos ellos. Las soluciones posibles a esos problemas eran muy pocas, y Trotsky no siempre se ha caracterizado por dar buenas soluciones a problemas complejos. En la guerra, por ejemplo: ni paz ni guerra. No, dice Lenin, es la paz porque si no nos revientan, entregamos cualquier cosa pero necesitamos la paz. Stalin, en este sentido, en relación a otro problema, es claro e inteligente. Entiende la necesidad de la NEP, con la cual todos están de acuerdo. Trotsky es un defensor de la NEP, en la que ve, como todo el mundo, peligros que pueden terminar en una restauración. Y frente a esos peligros, Trotsky ve a Stalin como un aliado: hacia fines de los 20, cuando Bujarin le propone una alianza, declara preferir una con Stalin contra aquel, porque lo identifica como la restauración. Stalin construye un poder haciéndose cargo de los problemas reales. Hacia fines del 20 la NEP está agotada, y hay que tomar una decisión. Stalin la toma: la industrialización acelerada, o sea el programa que se decía trotskista.
El problema de fondo no es lo que cada uno quiere, sino lo que la realidad les va a permitir. Stalin toma el toro por las astas: procede a la liquidación de los kulaks como clase, produce un gigantesco avance que Trotsky reconoce en La revolución traicionada. Entonces no es cierto que la instauración del stalinismo sea el termidor soviético, que hace retroceder a la revolución. Trotsky, en La revolución traicionada, que nosotros definimos como una metafísica de la derrota, termina haciendo una crítica muy mezquina. La idea de que la instalación del stalinismo carecía de base social es falsa. Si uno ve documentos de la época, lo desmienten. Por otra parte, la idea de la revolución permanente no es muy movilizadora. ¿Qué valor tiene como agitación? Ponete en el lugar de un ruso de los años 20 luego de treinta años de convulsión social, con una guerra mundial de por medio. Viene alguien y te dice que podemos construir aquí y ahora algo que valga la pena. Viene otro y te dice que no sirve y que tenemos que aspirar a la revolución mundial. ¿Quién moviliza más? Stalin promete algo mucho más concreto, mientras Trotsky nos propone que esperemos a que caiga maná del cielo. No suena muy alentador.