Rock sinfónico: El Sable de Simón junto con Alejandro Dolina lanzan una odisea psicoanalítica
La banda de rock platense El Sable de Simón, lanzó su cuarto disco y primer álbum conceptual, Simón dice. En contraste con la diseminación de EP`s y sencillos en la industria musical actual, Simón dice presenta un guión músico-argumental de 45 minutos. En las líricas, transcurre la experiencia psicoanalítica de Simón, narrada a través de diálogos y notas mentales que graba su psicoanalista, papel interpretado por Alejandro Dolina.
¿Quién dice cuando dice Simón? Partiendo de la pregunta sobre quién habla cuando hablamos, se presenta un esquema móvil de enunciado y de enunciación. La polifonía desde la que Simón habla y es hablado por otros, aparece representada en esta obra conceptual en diferentes instancias, siendo el confinamiento pandémico el contexto en el que se cataliza una crisis neurótica y existencial.
Simón dice pone énfasis en la dimensión micropolítica del malestar y en la politización de aquello que no se adecua a los imperativos de rendimiento y productividad neoliberal. A partir del relato de lo que experimenta como un espiral panicoso, Simón se confronta con un bucle sinuoso y repetitivo en su propia vida, edulcorada por las miserias del hombre posmoderno. De tal modo, el amor, la muerte, la esclavitud digital, el régimen de la imagen y el consumismo van estructurando una trama en la que se abre una hendija desde donde ver y decir mejor.
El álbum conceptual se estructura en los tiempos lógicos lacanianos de ver, comprender y concluir. “Vacilación fantasmática” funciona como obertura, una situación de aturdimiento y desborde, acompañada por una incisiva fusión orquestal y distorsiva. Si el “fantasma” es la ventanita a través de la cual observamos la realidad, la ventana de Simón se agrieta, se desarma.
En “Espiral”, Simón libra la batalla descarnada con la angustia. Su cuerpo se expresa a expensas de sí mismo, una sensación inédita y enigmática que lo compele a buscar un sentido. Al compás de un híbrido sonoro ricotero y folk americano, se produce la primera “inversión dialéctica” luego de la intervención de su psicoanalista. Surge un primer bucle que reaparece a lo largo de la obra: la pregunta por el eterno retorno.
En “App”, una extraña fusión trapera y rockera, Simón aparece preso de una vida maquínica, sumergida en el loco cóctel de flujos de tiempo acelerados y disociados de las tecnologías digitales.
“Esquizo Amor” coquetea con un sonido babasónico. Versiones del amor que se repiten como un cliché, donde los opuestos se imantan y repelen en simultáneo. Una desilusión amorosa, un amor en el que pudo ser, pero en el que ya no es más. Porque siempre fracasa en nombrar lo que ama.
A partir de una muerte cercana, Simón reflexiona sobre los imperativos del consumo ostentoso, acéfalo e ilimitado. En “Frívola”, Simón habla sobre la frivolidad de ese hedonismo infeliz en el que -de algún modo- parece estar entrampado, también, él mismo.
El tiempo de comprender en este argumento psicoanalítico comienza con “Sueño”. Se abren las cadenas asociativas y - por caprichos del lenguaje- emergen las desfiguraciones oníricas de sus inhibiciones. En el relato del sueño, Simón siente el cerco de la mirada virtual y condenatoria del otro. El sonido cristalino de una stratocaster y los sintetizadores abren el clímax para reparar en la parálisis y aislamiento en la que ha caído, refugiado en una oscura prisión de idealizaciones y pretextos.
Al filo del espejo es una piña en la pera, a fuerza de distorsiones progresivas a lo Paul Gilbert y un reggae a lo Mike Love. Simón se choca con el sinsentido y descubre que se agrieta el deformado espejo en el que se reconocía a sí mismo. Sus creencias y certezas más profundas entran en crisis. Y no encuentra mayor alivio para extrañarse de esa desolación que anestesiar su cuerpo y pedir una vía de amarre.
“Fantasmas” es un viaje musicalmente circense. Simón percibe que temblar de miedo no es desmoronarse, sino asumir la propia historia, plagada de héroes y fantasmas. Sabe que sus refugios son precarios, pero seguros. Cuando la tormenta pasa, ya nada es lo que era, ni tampoco todo es lo que parece. Temer, también es la antesala de la valentía. En “Jey Di”, El Sable de Simón juega con el indie rock. Una escena contingente será, tan solo, la punta del ovillo para comprender mejor una parte de su ser y el desenfreno de una pasión.
El tiempo de concluir esta obra se abre con sus dos últimas canciones. En “Gen” y “Contradicción”, Simón se confronta con la ausencia de brújulas que orienten su porvenir. Advertido de la contingencia de la propia vida, busca en un mapa borroso algún legado para sobrevivir al naufragio. Finalmente, “Kinético” ofrece un cierre cuatropesero con un final coral y orquestal que recupera las preguntas iniciales de este argumento psicoanalítico. Simón sabe que el mundo no le tiene preparadas buenas noticias. Se siente poderosamente mortal, insignificante y un poco más libre. Sabe que perseguir su deseo no es sumergirse en un paraíso autocomplaciente, sino gestar la dicha con otros. Hasta que valga la pena vivir.