Sinceramente: el arte de vivenciar el relato

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Sinceramente: el arte de vivenciar el relato

16 Junio 2019

Foto: Lucía Barrera Oro

Por Antonella Costa

Desde hace algún tiempo los argentinos hemos asumido el concepto de “relato” con una acepción negativa. El relato es lo que nos quieren hacer creer. Es el engaño, la mentira. Es lo que nos dicen pero no nos está pasando. La palabra que nos paraliza, el verbo que desencadena nuestro letargo. El relato se nos presenta, de alguna manera, como algo contrario a la vivencia.

En el universo de las artes escénicas y audiovisuales son los autores quienes cuentan las historias, los guionistas, los dramaturgos, los directores, y muchas veces los montajistas. Los actores, tal como lo expresa el nombre de nuestro oficio, accionamos, otorgamos movimiento, emociones, sentimientos, estados de ánimo a los personajes. Somos los responsables de brindarle el hálito de vida a lo que propone el acontecimiento escrito. Ponemos nuestro cuerpo a disposición y nuestra alma en riesgo, porque es precisamente ese riesgo humano lo que genera empatía en el espectador. Para nosotros, históricamente, relato y vivencia, lejos de contradecirse, se complementan.

Más allá del significado complejo que tiene en el estricto contexto de las ciencias políticas, entender “el relato” como algo que se dice pero no acontece, nos quita protagonismo a los ciudadanos. Da por hecho que quienes nos gobiernan imponen sucesos, y los ciudadanos creemos, confiamos, pero no vivenciamos. El relato persuade y nosotros nos sometemos.

Estamos atravesando tiempos difíciles. Nos sentimos presionados, desconcertados y frágiles, porque todo lo que supimos conseguir parece haber perdido su valor. La preocupación por la sobrevida individual tiende a mermar el interés por quienes nos rodean. Estamos sensibles al más mínimo ataque, porque es poco más lo que podemos soportar.

En un territorio tan fangoso, seiscientas páginas de palabras escritas y un discurso sin diálogo hubieran sido fácilmente tachados de “relato”.

Pero ese día todas las pantallas se llenaron de gente. La gente miró las pantallas, las redes y se vio. Bajo la lluvia (¡otra vez la lluvia!), cantando, leyendo, conversando. Interactuando de nuevo, ocupándose del otro. Por algunas horas volvimos a sentirnos un conjunto de individuos con valor y con valores.

“Vení que vas a sentir lo que es la energía del amor de un pueblo”, le dijo Alejandra a su amiga. Y todos vimos a Alejandra y todos fuimos un poco su amiga.

La presentación de Sinceramente fue un acto tridimensional comparable con un estreno, en el que la palabra se complementa con la acción generando empatía entre pares. La visualización colectiva de una imagen en movimiento hacia un futuro posible, y la certeza de que nuestra participación es, otra vez y más que nunca, imprescindible.

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