Teatro Abierto: la resistencia cultural a la dictadura
Por Analía Ávila
“Goro, se está incendiando el Picadero”, fue el llamado que recibió el dramaturgo y novelista Carlos Gorostiza a las tres de la madrugada de aquel 6 de agosto de 1981. Quien hablaba era su colega Osvaldo “Chacho” Dragún y se refería al ataque con bombas incendiarias perpetrado por un comando de la última dictadura militar (1976-1983) que destruyó el teatro. “Ahí fuimos corriendo, llovía, el agua de los bomberos mezclada con el agua de la lluvia, el fuego, los coches de los policías rodeando. Fuimos a un café que está cerquita, La Academia, éramos pocos, unos cuatro o cinco llorando sin saber qué hacer”, recordaba el autor en una entrevista realizada por la periodista Natacha Koss.
El atentado derrumbó el teatro pero no el espíritu del grupo de artistas, entre los que, además de Gorostiza y Dragún, había autores como Alberto Ure, Griselda Gambaro, Roberto Cossa, Aída Bortnik y Eduardo Pavlovsky. Al día siguiente recibieron el apoyo de todo el ámbito cultural: los escritores Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato enviaron sus adhesiones, más de 20 dueños de salas teatrales ofrecieron sus instalaciones para el proyecto y finalmente las funciones pudieron continuar con gran éxito de público en el Teatro Tabarís de la avenida Corrientes, hasta la finalización del ciclo en 1985.
Historia de Teatro Abierto
El contexto que originó el movimiento de Teatro Abierto tuvo que ver con la eliminación de la cátedra de Teatro Argentino Contemporáneo en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) y con la prohibición que sufrían actores, actrices y directores que figuraban en “listas negras” y no eran convocados para trabajar. Además Kive Staiff, quien era en los años ochenta director del Teatro San Martín no incluía obras de autores nacionales en sus salas y declaraba: “No hay autores argentinos”.
El 28 de julio de 1981 el grupo de Teatro Abierto realizó la primera función en el Teatro del Picadero, en Pasaje Santos Discépolo 1857 (ex Pasaje Rauch) de la ciudad de Buenos Aires; este movimiento de resistencia cultural a la dictadura militar tenía unos 250 integrantes entre autores, directores, actores y técnicos que querían visibilizar la dramaturgia argentina aislada por la censura en las salas oficiales.
En la conferencia de prensa inaugural, el actor Jorge Rivera López, presidente de la Asociación Argentina de Actores en ese momento, leyó el manifiesto del proyecto, escrito por el dramaturgo Carlos Somigliana: "¿Por qué hacemos Teatro Abierto? Porque queremos demostrar la existencia y vitalidad del teatro argentino tantas veces negada; porque siendo el teatro un fenómeno cultural eminentemente social y comunitario, intentamos mediante la alta calidad de los espectáculos y el bajo precio de las localidades, recuperar a un público masivo; porque sentimos que todos juntos somos más que la suma de cada uno de nosotros (…) porque amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos hacerle; y porque, por encima de todas las razones nos sentimos felices de estar juntos".
Según el artículo de Irene Villagra “Teatro Abierto 1981: repercusión en algunos medios gráficos de la época”, esta conferencia de apertura del Teatro tuvo difusión en los diarios y revistas de eses años, pero algunas notas fueron firmadas sólo con las iniciales de los cronistas o directamente se publicaron sin firma. Los canales de televisión pertenecían al Estado y estaban intervenidos, así que no mencionaron el hecho. Después del incendio intencional del Picadero la cobertura periodística fue más amplia en el país y también en el exterior.
Las obras y el público
Teatro Abierto tuvo tres ediciones en el período de la dictadura (1981, 1982 y 1983); ya recuperada la democracia finalizó con dos ediciones más en 1985. Las obras eran nuevas y de autores argentinos, tenían hasta una hora de duración y se representaban hasta tres por día. Los temas tenían que ver con la represión, el autoritarismo y los desaparecidos. Se formaron parejas de trabajo entre autores y directores y cada obra era representada cada vez por actores diferentes.
Algunas de esas obras representadas hoy son clásicos de la dramaturgia nacional: Gris de ausencia, de Roberto Cossa; Papá querido, de Aída Bortnik; La cortina de abalorios, de Ricardo Monti; Decir sí, de Griselda Gambaro; Tercero incluido, de Eduardo Pavlovsky; El acompañamiento, de Carlos Gorostiza; Lobo…¿estás?, de Pacho O’ Donell. Entre los actores y actrices mencionamos a: Ulises Dumont, Carlos Carella, Rita Cortese, Cipe Lincovsky, Patricio Contreras, Virginia Lago, Pepe Soriano, Onofre Lovero, Inda Ledesma, Manuel Callau y Mirtha Busnelli.
En esas presentaciones los artistas y el público entonaron canciones como esta: “A la censura, a la censura/ la tenemos que sacar/ que la basura, que la basura/ no nos puede censurar/ A la censura, a la censura/ la vamos a reventar/ con el teatro, con el teatro/ el teatro popular.” Así, cada función era también una manifestación política que significó la salida del silenciamiento y la vuelta a lo colectivo
**
Para finalizar este pequeño homenaje volvemos al pensamiento del maestro Carlos Gorostiza, que en una entrevista para Canal Encuentro manifestó: “Los años que tuvimos de dictadura militar han dejado un sedimento tremendo que llevará mucho tiempo corregir. En los momentos más graves de la humanidad es cuando aparecen las cosas fuertes del arte. Cuando la ética está tambaleando aparece la estética, compensa la ausencia de los valores éticos”.