Transformar la mierda en abono o cómo salir de la crisis mundial
Por Pablo Melicchio | Ilustración: Matías De Brasi
El ser humano, en su afán por diferenciarse de su constitución animal, destrozó su hábitat natural para transformarlo en su propio salón velatorio. La ciudad y la violencia urbana, los alimentos industrializados, los pesticidas y la intoxicación ambiental, determinaron un ser humano enfermo de los pies a la cabeza y desde la piel hacia dentro, donde habitan las emociones, los pensamientos, los sueños. Si el bienestar es el resultado de un equilibrio entre lo psicológico, lo físico y lo social, estamos en el horno, quemándonos. El estrés desencadenado por este mal vivir resulta el caldo de cultivo donde se desarrollan todas las enfermedades, incluyendo la más actual: el coronavirus. ¿Pero necesitábamos de una pandemia para darnos cuenta de este gran malestar en la cultura?
Alineado con los que aún tienen esperanza en la condición humana, sostengo que esta pandemia no debe determinar una nueva “normalidad” sino una dimensión más profunda del ser y del estar en el mundo, un replanteo serio acerca de la manera en la que estamos vivimos. Las situaciones límites nos invitan a repensarnos. Mal que nos pese, los síntomas y las enfermedades llegan a la vida como preguntas a develar, metáforas que debemos descifrar como un mensaje, como algo que nos quiere trasmitir lo que mora en lo más íntimo de nuestro ser. No se enferma por nada y para nada, el desequilibrio tiene un precio, es una conmoción que detiene el modo en el que veníamos andando, pero también es una posibilidad para cambiar. Cuando la enfermedad es mundial, la pregunta se extiende y nos interpela como especie.
No hubo peor normalidad que ese pasado cercano que quedó detrás de la pandemia; formato que aún extiende su sombra sobre el presente. Debemos cambiar el rumbo porque de lo contrario repetiremos los errores que nos trajeron hasta este aquí y ahora donde el hilo de la vida se está afinando demasiado. Pero los refutadores de la construcción de un mundo más saludable promocionan la ilusión del regreso a una nueva normalidad negando las problemáticas actuales, escondiendo bajo la alfombra la carta documento que envía la madre tierra y sus habitantes más castigados.
Se habla de crisis cuando se interrumpe un proceso. Es el stop a una “normalidad”. La crisis de la mediana edad es, de alguna manera, un parate en medio de la vida biológica, un tiempo de posibilidad de pensarse, de abrir preguntas, de síntesis de lo vivido y de proyectos a futuros. Es tomar conciencia de que nos bebimos cuarenta años y que, si la vida lo permite, nos queda medio vaso por vivir. Pero a su vez, como refiere su raíz etimológica china, según sus dos caracteres, crisis es tanto peligro como oportunidad. Estamos, sin lugar a dudas, atravesando otro momento crítico en la historia de la humanidad. Pero esta vez la crisis es total, engloba al ser humano en su dimensión singular y social, y al planeta; un combo que resulta una cajita infeliz. El coronavirus es otra señal de peligro que nos invita a bajar la velocidad, a hacer una pausa, una detención en el camino para repensar nuestro andar. Estamos, desde el inicio de la pandemia, la cuarentena y todas sus consecuencias físicas, psicológicas y sociales, en un momento crítico a partir del cual podremos rediseñar otras formas de ser y de estar en el mundo. Sabiendo que la salida es desde el cuidarnos y el cuidar, para reconstruir los vínculos sociales y sanar al planeta.
Podemos atravesar esta crisis para resurgir con otra vitalidad. Transformar los antiguos formatos, que nos llevaron a este desastre global, por formas novedosas, comprendiendo la importancia de sabernos y sentirnos interconectados, responsables de un todo, como el cubo Rubik, donde cualquier movimiento que hagamos afectará a los demás, a la totalidad. El coronavirus pasará, pero su pasaje no será sin consecuencias; transformarlo en una herramienta de cambio dependerá de cada ser. La zona de confort que hemos creado, que de confortable no tiene nada, es como un pozo lleno de mierda donde las personas, como diría Eric Berne, no quieren salir, se han acostumbrado a vivir así, y a lo sumo piden que no hagamos olas. ¿Estamos a tiempo de salir? Aunque las metáforas escatológicas huelen mal, hoy no se me ocurre nada mejor: ¿cuántas cagadas más soportará este planeta? Salgamos del pozo. Transformemos la mierda en abono, y por lo tanto en un campo propicio donde se pueda sembrar y cosechar una vida más saludable.