Montoneros: a cincuenta años de la toma de La Calera
Por Víctor Calero
El primero de julio de 1970 está lejos en el tiempo, y ya no son tantos los que sabrán a qué me refiero cuando hablo de la toma de La Calera. Este hecho, enigmático y fundacional, merece nuestra memoria por muchos motivos. Fundamentalmente, porque pareciera estar en el origen de esas organizaciones sociales que hoy son emblemáticas y representativas del gran pacto nacional por la democracia.
Se trata de un pasado que hoy parece remotísimo, pero que a la vez, sigue teniendo resonancias actuales.
Empezaba una década revolucionaria para toda la humanidad y en América Latina sonaba la hora de los pueblos. En Argentina, la agrupación Montoneros se daba a conocer mediante acciones de guerrilla urbana cuidadosamente planificadas, con un fuerte componente simbólico, destinadas a cambiar una realidad que hoy apenas podemos imaginar.
El contexto político era bien distinto. Las libertades que hoy parecen obvias no existían, la democracia parecía inalcanzable. Pero estas condiciones de vida tan duras produjeron una generación de argentinos y argentinas que sintieron la urgencia de reinventar la política de un modo que recuerda el retorno a la democracia, o la gesta piquetera pre y post 2001. Momentos en los que la política argentina se hizo a imagen y semejanza del pueblo.
En busca del sentido de aquella acción política, AGENCIA PACO URONDO dialogó vía videoconferencia con Cristina Liprandi, una de sus protagonistas. En la actualidad es maestra secundaria, sindicalista y concejal por el Frente de Todos en el partido donde vive. Compartimos su análisis y su mirada a 50 años del hecho:
APU: Cuando uno mira las imágenes de archivo y ve lo que pasó en La Calera no puede evitar preguntarse por el sentido de esa acción política, una acción que tuvo como protagonista final a esa maravillosa caja (tras el asalto al Banco de la Provincia de Córdoba, los militantes dejaron en la esquina del banco una caja -un supuesto explosivo- que en realidad contenía un grabador con la Marcha peronista.)
CL: Claro, el hecho en sí era un mensaje, y el cierre de ese mensaje fue la marcha peronista en esa caja. Éramos chicos y toda la creación de Montoneros tenía un contenido muy sensible a todo lo que significaba ayudar al otro y al amor por el otro.
APU: ¿Y porqué La Calera?
CL: En La Calera puntualmente, había un sentido especial: fue el último lugar que opuso resistencia a la Revolución Fusiladora -que algunos llaman libertadora-, era un lugar con mucho significado para nosotros. Una población muy -pero muy- peronista, pegada a destacamentos militares que estaban en otra situación.
Veníamos de varios golpes que habían tenido una impronta muy dura, de choque, de romper la cultura universitaria y no permitir las libertades.
Y cuando uno es tan joven, el desafío existencial es permanente. En la vida uno siempre se plantea desafíos, y después rompés con todo. A algunos les da el cuero de más jóvenes y a otros les da el cuero más tarde (sonríe).
Porque se trata de tu propia identidad. Vos decís, “yo soy esto. O se lo digo a todo el mundo, o me lo guardo para cuando sea más grande”, y nosotros éramos muy aventureros, y también éramos muy soñadores.
APU: Cuando uno vuelve sobre el hecho parece que ustedes ya sabían que el mensaje iba a ser bien recibido por esa población…
CL: Si, exactamente fue así. Nuestro sueño era traer a Perón. Esto mismo surgió cuando me hicieron la entrevista en el Buen Pastor, en Córdoba, donde yo estuve detenida, al cumplirse cuarenta años de la militancia, cuando di una entrevista.
Una de las cosas que surgen es ese mensaje. Ese mensaje llevaba la ilusión, la idea de traer a Perón. Era nuestro sueño, abrazado y acariciado con todo lo que significaba para nosotros la militancia en sí.
La militancia era algo que te ennoblecía, que te agrandaba el corazón, que te hacía sentir muy libre. Era la libertad. Y por supuesto rompías con todos los parámetros de ese momento, obviamente. Éramos soñadores.
APU: Se nota que esos ideales están, pero también había mucha inteligencia puesta ahí…
CL: Y si. Tanto fue así que ese día la gente, cuando escuchó la marcha, salió y pensó que había vuelto Perón. Y te lo decían ellos. Después nosotros lo vimos por televisión y estaban felices.
Hay quien dice que La Calera es un hecho folklórico (sonríe porque se refiere a sí misma). Y con Alfredo (Labarta, su marido) pensamos que es un hecho folklórico en el sentido de la expresión genuina de lo popular.
Eso se vio también en los 40 años. El intendente de La Calera, cuando fueron los 40 años fue a entregarme un poncho con la bandera argentina, con el escudo de la provincia de Córdoba, o sea, hay afectos involucrados. Es otra cosa. No éramos los violentos por ser violentos.
Fue la interpretación nuestra de esa coyuntura particular. La verdad que fue una acción muy bonita.
Bueno, también se nos fue la vida de Emilio, que era brillante. Como casi todos, candidatos a medalla de oro en las universidades de Córdoba.
APU: Claro, fue ahí donde hirieron a Emilio. Con la cantidad de cosas que se han dicho en todo este tiempo, es difícil a veces recordar la intención primera que los inspiraba, lo que implicaba tanta entrega.
CL: Y también era un poco recitarlo a Perón. Porque Perón en ningún momento te plantea la violencia por la violencia misma. De hecho, nos cagó pedos (se ríe). Pero esos actos de amor son los que de alguna manera después le permiten (a Perón) volver a la Argentina.
Que jóvenes de 18 años lográramos una cosa imposible hasta el momento. Que quebráramos el brazo del ejército que significaba lo violento, lo duro, yo lo viví en la universidad, fue terrible.
Pero tampoco fueron hechos tan estrictamente planificados. Había una planificación, sí, pero también había un sentimiento y un sentido.
Ninguna de las dictaduras de aquellos años podía proporcionar una solución para el pueblo. La única solución era que volviera la democracia y eso significaba que tenía que volver Perón. Yo pase muchísimos años sin votar, calculo 20 o más. Porque fueron todas dictaduras. Después de haber sido proscripto Perón, nos quedamos esperando. Con la ilusión o el sentimiento, soñando que Perón volvía.
Después, cuando fuimos a Gaspar Campos a verlo, a mí me parecía un imposible, que no podía ser yo la que estaba ahí, ni Perón el que estaba en el balcón. O sea, hay un sentimiento muy profundo, pero el sentimiento tiene una base que es la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
APU: Los valores del peronismo clásico…
CL: Si, valores que se han usado para un lado o para otro. Pero hay una esencia, que es la que te lleva a soñar. Y cuando sos joven también divagás (sonríe).
APU: Pero, volviendo a La Calera, creo que vale la pena rescatarlo hoy como una acción política que representó un cambio de paradigma, un nuevo lenguaje para establecer un diálogo con el pueblo.
CL: Bueno, ya Perón lo hacía. El tenía su vocabulario y era interpretado, como Evita. Pero después vinieron todas las dictaduras militares y eso se había cortado. Dejó de haber una posibilidad de diálogo. No había paritarias en lo sindical, no había diálogo con la Iglesia. Es decir, no había un diálogo sobre la cuestión de los más humildes, de los carenciados, los que no tenían acceso al trabajo, a la cultura, al alimento.
De hecho, antes de ser los Montos, nosotros hicimos una huelga de hambre, en el Cristo Obrero que estaba frente a La Cañada. Fue una expresión fuerte de protesta contra la opresión y la violencia que había en las universidades, la falta total de libertades.
APU: O sea que para vos el antecedente más claro de una forma de establecer un diálogo con el pueblo es Perón...
CL: Sin dudas, totalmente.
APU: Y qué pensás del papel del amor en la acción política, porque creo que en La Calera hay algo de eso.
CL: Es como dice Cristina y como decía Néstor: es el otro. Me pasa hoy en la escuela, con las cosas que le pasan a los chicos, ves cosas realmente difíciles, chicos con una realidad de vida realmente terrible.
Yo siempre planteo, hay un sector en la comunidad, en el país, en el pueblo, que tiene todos los “no”. Sobre todo los chicos jóvenes, que van todavía a una secundaria. Es el “no” en la casa, el “no” en la vereda, el “no” en el barrio, el “no” en los clubes y los boliches porque tienen que pagar y no tienen la plata. El “no” con todo, para el alimento, para la salud, para tener una vivienda digna, para la vestimenta, para tener una bici, para una moto, el “no” permanente. Y el único “sí” que tienen, lo veo y lo palpo todos los días, es adentro del colegio. Porque vos los ves jugar a la pelota a los chicos de sexto año como si fueran pibes. Ellos se sienten libres ahí adentro. El problema es la libertad, ése es el problema.
Cristina y Néstor pusieron eso sobre la mesa. Y mostraron que con otra propuesta de trabajo –que no es justamente la toma de la Calera (se ríe)– se puede hacer, se puede lograr. Un poco el problema que siempre hablamos con Alfredo, que tenemos nosotros es que a través de todos estos años siempre fue avanzar un poco y después, todo para atrás.
Hoy mi gran preocupación es cómo se maneja el poder. Cómo el poder sigue teniendo toda su autonomía y su fuerza para ser amo y señor en todo Latinoamérica. Lo que pasa es que ya que pasó medio siglo. Estamos hablando de otro mundo.
APU: ¿Y hoy cómo se dialoga con el pueblo?
CL: Y con el pueblo se dialoga. En algunos momentos, se dialoga como lo hizo Cristina (Fernández). Ella fue muy categórica y si se quiere contundente, y hasta dura. Hay puntos de inflexión en los que tenemos que elegir si estar de un lado o del otro. Pero también creo que se trata de cómo es cada uno.
Si vos sos sincero, honesto, muy libre y expresás lo que pensás; y no tenés nada que ocultar, aún tus problemas más graves. Los pones sobre la mesa y decís, “che mirá, yo estoy jodido en esto, tírame la soga” yo creo que la mano va por ahí.
Aunque en la práctica política cuesta muchísimo todavía… a ver como lo digo. El tema de que todos somos competitivos y queremos llegar a ese lugar. Y todo eso tiene un costo, a veces son costos muy duros. Por mencionar algunos casos el de Timerman, Aníbal Fernández o Amado Boudou.
Lo que ocurre en estos casos es que los así llamados poderes fácticos destruyen los intentos de independencia política. Atacan a los cuadros. Lo vimos en tiempos recientes con el lawfare pero son procesos que no siempre son fáciles de ver o de entender.
Por otro lado, dar la vida por el país, por el pueblo, es también así. Dar la vida es dar la vida propia. Yo creo que depende de los momentos y las situaciones, muchas veces no hay otra forma. A nosotros pudieron habernos matado a todos. Lo hicieron en Trelew y después fueron 30.000.
Después de estos pasajes, nuestra charla se fue por otro camino, quedó atrás La Calera y apareció el presente. Nos quedamos conversando un rato más sobre la política actual, las cuestiones de género que la encuentran militando activamente y los afectos que nos unen. Cuando finalmente cerramos la sesión, ya la noche estaba oscura y había empezado a llover. El aire frío y húmedo de Buenos Aires invitaba a tomar algo calentito y a prepararse para una noche más de esta cuarentena, que entre otras muchas cosas, también nos acercó a soñar.