¿Por qué es tan difícil renovar al peronismo?
El resultado electoral admite muchas lecturas, pero hay una que ordena a todas las demás: la elección se nacionalizó y la sociedad decidió sostener al gobierno antes que volver al pasado. En los hechos, una legislativa se convirtió en un balotaje. Tres de cada cuatro votantes eligieron entre mileísmo o peronismo, y ganó el que logró expresar (todavía) algo de lo nuevo. Pese a las dificultades, pese a lo tumultuoso, pese a los escándalos, se eligió transitar este experimento antes que volver al pasado.
Durante años, el peronismo creyó que podía diferenciarse sin romper. Que bastaba con sostener la unidad, preservar las mismas ideas, las mismas figuras y las mismas estructuras —aunque aparezcan divididas—. Pero la unidad sin rumbo ya no alcanza. La diferencia con el pasado no puede ser de matices ni de gestos: debería ser evidente para la sociedad, y no lo es.
El peronismo solo tuvo dos verdaderas renovaciones en su historia: la de los años 80, que derivó en el menemismo, y la del kirchnerismo. Ambas fueron giros drásticos respecto a lo anterior: cambiaron el programa, cambiaron los intérpretes, cambiaron el sentido del movimiento. La primera surgió en un contexto de reconstrucción: la muerte de Perón y el fin de la dictadura abrían la puerta a algo nuevo. La segunda se gestó como una respuesta al modelo liberal de los 90. En ambos casos hubo una ruptura clara, un antagonismo visible.
Hoy el peronismo debe cambiar en un contexto más complejo: no hay ni liderazgo muerto ni un pasado con el que antagonizar tan fácilmente. Y sin ruptura ni giro copernicano, la renovación se vuelve difusa, casi imposible.
El agotamiento del catch all
Desde el fracaso del Frente de Todos, el peronismo ensayó apenas dos caminos de renovación. Del lado de Cristina, una apertura parcial del debate sobre temas críticos: reforma laboral, sistema de salud y el rol del Estado, pero sin posiciones firmes. Del lado de Axel Kicillof, una figura con vocación de liderazgo, pero sin novedad programática. De un lado, renovación del programa, sin renovación de liderazgos, del otro, renovación de liderazgos, sin renovación de programa.
Mientras transitaba ambas direcciones, la coyuntura electoral reubicó al peronismo en su posición más confortable: sostener la unidad y ofrecerse como freno. Apostó a que el miedo a la “destrucción libertaria” bastaría para reagrupar a su electorado. Pero los resultados muestran lo contrario: la sociedad prefirió seguir esta loca novedad antes que volver a las viejas recetas.
Lo que parece morir en esta elección es la idea de un peronismo que puede ganar solo por ser la negación del gobierno. Ese peronismo “catch all”, amplio pero sin definiciones, donde nadie hace autocrítica para no pelearse con el de al lado, llegó a su límite.
Preguntas que el peronismo sigue esquivando
Por experiencia histórica, dejar de representar el pasado exige romper con algo del pasado. Romper con las figuras o con las políticas. Así como Milei tiene su “triángulo de hierro”, el peronismo del AMBA (quien hegemoniza el peronismo nacional) corre el riesgo de transformarse en el triángulo de plomo del movimiento: pesado, inmóvil, ensimismado. Tal vez sea momento de mirar hacia el interior. ¿Qué pueden aportar figuras como Gerardo Zamora (gobernador de Santiago del Estero), Sergio Ziliotto (de La Pampa) o Ricardo Quintela (de La Rioja)? ¿Tienen algo nuevo que decir, más allá de sus rostros? ¿Tienen un proyecto de país distinto?
Pero el problema de fondo no son los nombres, sino las preguntas que el peronismo se rehúsa a responder: ¿Cuándo se desconectó de la sociedad? ¿Su única autocrítica es Alberto Fernández? ¿Tiene un plan económico que incluya una baja real de la inflación? ¿Cómo piensa incorporar la revolución tecnológica y las transformaciones del mundo del trabajo? ¿Qué Estado imagina para el futuro?
¿Será el momento de una gran interna nacional donde se pongan en juego distintos programas? Quizá la forma de romper con lo anterior sea reunir a los sectores que imaginan las mismas soluciones para el país y enfrentar en una interna abierta a los que tienen otra solución. ¿Cuánto importa la inflación para unos y para otros? ¿Hay que hacer una reforma laboral o no? ¿Importa una macroeconomía ordenada o no? ¿Qué errores del pasado destaca cada sector? ¿La corrupción, la pelea con el empresariado, la ausencia de un plan económico claro? Porque no se puede construir algo nuevo sin romper algo de lo viejo. Y el peronismo, que fue muchas veces el vehículo del cambio argentino, hoy parece atrapado en su propio pasado. El peronismo “catch all” está agotado. El peronismo sin una autocrítica clara está agotado. La pregunta no es si puede volver al poder, sino si puede volver a expresar algo nuevo.