Balotaje: ¿Por qué perdimos?
Explicar las razones de un resultado electoral siempre tiene algo de ejercicio conjetural. La multiplicidad de variables a tener en cuenta invitan a desistir del intento pero la reciente derrota exige encontrar respuestas. El presente editorial hace hincapié en los errores propios, no por autoflagelación, sino para hacer un balance de cara a lo que viene y realizar un aprendizaje que contribuya a recuperar el gobierno.
Existen aspectos centrales a los que el kirchnerismo le prestó poca atención a la hora de explicar la derrota. El triunfo de 2011, el famoso 54%, no significó la profundización del modelo esperada. Problemas estructurales como el déficit habitacional, de infraestructura básica o la precarización laboral persistieron en el tiempo con el agravante del estancamiento de la economía en los últimos años, sumado a una inflación moderada pero persistente. Otras demandas no tan urgentes pero atendibles, como la suba considerable del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, no fueron tenidas en cuenta. Podría argüirse como excusa la crisis internacional, pero si en épocas de bonanza los méritos del gobierno no fueron minimizados, lo mismo cabe para esta coyuntura.
Los problemas de gestión mencionados son más visibles cuando se observa la Provincia de Buenos Aires. Nuestro candidato Daniel Scioli tuvo un mal gobierno, lo que explica el ajustado triunfo en su distrito. Es cierto que Nación tuvo su cuota de responsabilidad al retacear fondos, pero el mandatario provincial tampoco ideó alternativas. Estos roces con el peronismo bonaerense fueron constantes durante todo el ciclo kirchnerista, y la ruptura de Sergio Massa y el proceso que derivó en la interna del FpV en Provincia (Randazzo-Aníbal-Domínguez) fueron los últimos capítulos que complicaron aun más las elecciones.
Los desencuentros en el interior del peronismo también provocaron el fenómeno Córdoba, clave para el resultado final. Más allá del carácter reaccionario del gobierno de De La Sota, el rol de Nación fue similar al caso de Buenos Aires. El destrato vivenciado por la población cordobesa, que acicateó el gobernador cuantas veces pudo, tuvo su momento más dramático con la demora en enviar a la Gendarmería durante la rebelión policial de 2013.
En esta lógica debe entenderse el rol jugado por los medios de comunicación. Su labor se montó sobre algunos problemas reales, más allá de exageraciones, deformaciones y mentiras. Por su parte, el dispositivo mediático del kirchnerismo no supo elaborar visiones más matizadas, evidenciando un desfase entre discurso y realidad. A la loable misión de romper el cerco informativo, le sumaron una postura que negaba los problemas vigentes y, ante síntomas evidentes de malestar social como los saqueos de 2012, optaron por abusar de las tesis conspirativas.
También existieron problemas propios de la campaña. Los cuadros medios del sciolismo nunca quisieron ganar con el Pueblo en la calle y apostaron a un triunfo en la esfera mediática. Muchas de las organizaciones kirchneristas tampoco pusimos mayor énfasis en un candidato que no entusiasmaba, y recién ante la posibilidad de la victoria de Macri se tiró toda la carne al asador. Un ejemplo claro de la desunión se vio reflejado en el doble búnker del 25 de octubre con la ausencia de CFK en los mismos. Durante el balotaje algunas cosas mejoraron y Scioli mostró su mejor faceta –que se vio reflejada en cómo la militancia tomó las calles- pero no alcanzó para revertir el resultado final. Por último, no debe descartarse que la ola renovadora de “cambio” haya ejercido su influencia. Tal vez esto explique triunfos de candidatos tan disímiles como el de Martiniano Molina en Quilmes o Gustavo Menéndez en Merlo.
El balance autocrítico realizado no implica sacar los pies del plato. Por el contrario, reafirmamos nuestra adhesión al kirchnerismo y a la conducción de Cristina, y discrepamos con los dirigentes que apuestan a generar un peronismo sin kirchnerismo como así también con quienes pretenden que el kirchnerismo resurja sin el peronismo. No podía eludirse una revisión de lo sucedido. Asimilar las lecciones de la derrota es una tarea urgente para poner todo el esfuerzo militante en esta nueva etapa que comienza.