Entrevista a la escritora María Laura Prelooker
Por Hernán Casabella
Por decisión del autor el artículo contiene lenguaje inclusivo.
María Laura es una ex joven radical. Pertenece a la camada juvenil que votó por primera vez en 1983 y se sintió expulsada por aquella famosa quema del cajón, que años después se encontró con el kirchnerismo y desde ahí no paró de sentirse cada vez más peronista. Poco hincha de River, mucho más desde la llegada de Maradona al futbol patrio: su contradicción futbolística sirve sólo a modo de muestra de su permanente estado de contradicción en varios sistemas de ideas e identificaciones. Trabaja como maestra y se especializa en Literatura Infantil y Juvenil. Publicó cinco libros: la novela corta Ninguna tierra es firme, los poemarios Buk33 y el doble libro Las viudas de la Shegua y SheWas, el Diario C y un libro de crónicas de viaje, Cuba. Participó también como colaboradora, editora y asesora de contenidos en publicaciones pedagógicas en Bolivia y Ecuador, así como escritora free lance para Estados Unidos. Mientras tanto, crió cuatro hermosos hijos y ahora disfruta sus primeros pasos en el abuelazgo.
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue el primer libro que leíste completo y sin obligación de hacerlo?
María Laura Prelooker: Fui una pequeña monstrua que leía libros enteros a los seis o siete años. Los libros eran casi el único método de comunicación de mi viejo conmigo, y me leía por las noches y yo me desvivía por descifrar las letras para ver si él inventaba o respetaba el texto. Así que pronto pude leerle yo a él cuentos de oferta, que compraba en el puesto de diarios. Me acuerdo en particular de “Diminuta”, de Andersen.
APU: ¿Los libros se leen hasta el final o se abandonan? (Si abandonaste alguno, ¿cuál fue y cuál es la anécdota que valga la pena?)
M.P.: No hay dudas que los libros se leen si interesan. Abandoné cualquier cantidad, leí salteado, lo sigo haciendo. El que más abandono como ritual, es el Ulises de Joyce: amago cada tanto, retomo y revivo religiosamente la frustración que me produce no poder pasar de la página 100.
APU: Los libros, ¿se compran, se regalan, se prestan, se pierden, se devuelven, se venden, se roban?
M.P.: Todo eso. Pero robar libros es una de las actividades más nobles que he ejercido, especialmente en la Feria del Libro. Es un hobby cuestionable desde la moral. Pero tengo que confesar que también se lo enseñé a mis hijos.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura argentina?
M.P.: Amé el Facundo de Sarmiento. Rayuela, por supuesto, que me obligó a padecer el espíritu de copia del tono. Respiración artificial me hizo ver al mundo de otra manera. La poesía de Alejandra Pizarnik. El último gran descubrimiento fue El pasado de Alan Pauls. De grande me enamoré también del Martín Fierro.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura universal?
M.P.: La teogonía de Hesíodo me resulta indispensable. Shakespeare. Muchos de Úrsula K. Le Guinn. El cuarteto de Alejandría. Varios de Faulkner, algo de Hemingway. El I Ching, que deslumbra por su mirada ancestral y tan lejana.
APU: ¿Hay algún personaje de la literatura con el que te sentís identificada?
M.P.: Siempre sentí amor por la pequeña protagonista de Mujercitas, de Louisa May Alcott. Me gustó que el feminismo retomara la lectura de esa historia que leí de nena.
APU: Así de arrebato, ¿qué final te viene a la memoria?
M.P.: El final del Corsario Negro, de Salgari. Uno de sus marineros le dice a otro: “Miren: el Corsario está llorando”. Me hizo llorar cada vez que lo releí, en mi niñez y adolescencia. El final de Narciso y Goldmundo, de Hesse. El final de la novela de Alan Pauls. El de Triste, solitario y final, de Soriano, que me llevó a amar a Chandler.
APU: ¿Cuándo comenzó tu gusto por la escritura?
M.P.: No sé si siento “gusto” por la escritura. Escribo todo el tiempo desde que sé escribir. Pienso escrituralmente, además.
APU: ¿Tenés alguna rutina al escribir?
M.P.: Tuve rutinas hasta la llegada de la computadora. Escribía a la noche, cuando los demás dormían. A veces necesitaba poner música en mi pasacasete, antes de agarrar cuaderno y lapicera. Después no me hicieron falta los preparativos. Y ahora también escribo en el celular. Me hace mucho bien, me hace feliz sentir que puedo escribir todo el tiempo, de cualquier manera. Ojo: eso no tiene nada que ver con la calidad (o con la literatura). Soy una gran productora de borradores, listados y punteos de cosas que no hago nunca. Escribo diarios, posteos, comentarios, mensajes de texto. Adoro esta época en donde la palabra escrita tiene este nivel de producción, de presencia en la vida humana.
APU: ¿Tenés objetos fetiches que te sean vitales al momento de escribir?
M.P.: No, para nada. De hecho, mis computadoras son bastante malvadas, dejan de andar o se tildan cuando estoy escribiendo algo que me importa. Así que voy tomando la costumbre de subir en la nube aquello que me interesa para poder seguir en cualquier otro dispositivo. Soy una gran perdedora de originales, borradores y planes.
APU: ¿Lenguaje inclusivo en la escritura sí o no?
M.P.: Uf. Qué tema. Una cosa es la corrección política. Entiendo a quien lo utiliza. Pero no me sale, ni ahí. Y casi que no me gusta. Hace un rato leí algo de Martín Kohan que me gustó: primero es el uso, luego la norma. En todo, como la canción de Zitarrosa, Crece desde el pie”. Me parece bien que la gente que quiere y desea utilice el inclusivo. Quizás algún día deja de ser un catecismo y se convierta en algo incorporado al saber popular.
APU: ¿Cuál es tu opinión sobre las presentaciones de libros y los ciclos de lecturas?
M.P.: Los detesto. Ese plan de juntar tres o cuatro personas que digan que eso que se presenta es maravilloso, con invitados obligados a comprar aquello que se promociona. Creo que por eso soy tan desconocida, porque no voy a ningún ciclo de lectura y me cuesta pensar en las presentaciones de mis libros. Me parece que la lectura es algo que sucede en silencio, en la intimidad. En el fondo soy bastante histérica. Por un lado me parece que un ciclo de lecturas es como un desfile de vanidades. Y al mismo tiempo me mortifica que nadie, nunca, me invite a leer bajo ninguna circunstancia. Será que se me nota demasiado que no me interesa. Es algo que debería revisar: pero como con la lectura del Ulises, arranco y después me fastidio y se me pasa. Para mí la literatura tiene que circular adentro de los libros, encontrarse con sus lectores y es un acto íntimo, privado, como el buen sexo de los amantes.
APU: ¿Cómo se lleva tu literatura con el insomnio, con las noches, con los vicios?
M.P.: Escribir algo que entusiasma genera insomnio, por supuesto. Y siempre es mejor escribir de noche. Lo que pasa es que yo tengo una vida módica, sencilla y casi aburrida. Crié a mis hijos y trabajo todo el día, entonces tengo poco margen para el caos creativo, al que miro como el pibe del tango, metafóricamente con la ñata contra el vidrio. Vicios tengo pocos, son caros y para gente que puede vivir de herencias o de otras facetas de la buena suerte que no me han tocado en la vida. Soy mala bebedora, fumo un porro cada tanto: el alcohol y la marihuana me duermen. Sí fumo mucho cuando escribo, acostumbro a acompañarlo con un mate que va volviéndose tibio con el rato.
APU: ¿A quién releés periódicamente?
M.P.: Releo periódicamente poesía. Sharon Olds, Szymborska, Marosa Di Giorgio, Olga Orozco, Anne Carson, Diana Bellessi, Claudia Masin, Susana Szwarc. Hay mucha buena poesía escrita por mujeres para leer, y eso me fascina y me atrapa más que otra cosa desde hace varios años.
APU: ¿Qué opinás de la literatura argentina de la última década?
M.P.: Me siento lejana a las novedades. Ahora me regalaron el último de Gabriela Cabezón Cámara, lo estoy leyendo y me gusta. Hay libros que están sobredimensionados, o de moda, premiados o con éxito de ventas a los que me acerco y no les encuentro la gracia, a veces me parece que se premia una trayectoria o una posición correcta, más que la belleza de un texto. Pero no voy a dar nombres. Estoy muy volcada al palo de la poesía, en cuanto a lectura. Las novelas tienden a aburrirme, a parecerme planas. Y nunca tuve onda con los cuentos.
APU: A calzón quitado, ¿leés a tus contemporánexs o solo leés las contratapas?
M.P.: Ni lo uno ni lo otro. Leo contemporáneos en las redes: hay mucho allí, los artistas se militan a sí mismos todo el tiempo. Y si me interesa, los busco y avanzo. Algunas veces se encuentran cosas buenísimas.
APU: ¿Qué estás leyendo actualmente?
M.P.: Las aventuras de la China Iron. Tengo una admiración particular por Gabriela Cabezón Cámara, que consigue escribir historias potentes con un lenguaje intenso, de relieve, bello.
APU: ¿Cómo fue el proceso de tu novela Ninguna tierra es firme, desde su escritura hasta su publicación?
M.P.: Fue un proceso iniciático. Hasta ese momento yo escribía pero tenía como pánico de hacerlo. Mi viejo fue escritor y editor, esa sombra me pesaba. Por indicación de mi analista busqué un taller literario: di con el de Luis Gruss. Había dado un ejercicio disparador, escribir sobre la palabra “bote”. Y yo escribí un texto corto sobre una mujer que está en un barco, en Brasil. Se saca el pareo, se arroja al mar, nada, es todo perfecto. Lo que no sabe es que el hombre con quien está fue asesinado. Y mis compañeros me alentaron, me decían que siguiera, que no lo dejara ahí. Escribí la novela, la presenté a un concurso y saqué un segundo premio. Después pasaron diez años, casi, hasta que esa historia fuera publicada.
APU: Diario C tuvo otro proceso…
M.P.: Es mi diario del primer cáncer que tuve, basado en la sencilla idea de que todos tenemos un plan A, a lo sumo un plan B. Pero tener cáncer, entrar en plan C no se lo imagina nadie. Fue así. El día que presenté Ninguna tierra es firme me descompuse. Empiezo a hacerme chequeos y me encuentran tres tumores en los intestinos. Mis amigos estaban todos preocupadísimos. Una amiga me sugiere hacer una cadena de mails contando mis novedades médicas para evitar que me llamaran por teléfono todo el tiempo. Y sin querer esas cartas, se pusieron buenas. Además era tensión verdadera, lo que escribía era en tiempo real. Un amigo le reenviaba a su hermana, que vivía en Uruguay, esa historia. Una examiga me dijo que yo era una narcisista: eso me ofendió, me dolió y suspendí los correos. Y los demás empezaron a escribirme que siguiera, que estaba bueno. Así hice un grupo cerrado en Facebook, con la gente a la que le interesaba, e iba subiendo lo que me pasaba a nivel médico, pero también lo que iba pensando y sintiendo. Fue un éxito, lo leyó mucha gente, llegué a tener más de mil seguidores. Dejaba en paz a mi familia, porque se respetaba la intimidad en casa pero a la vez yo podía interactuar y comentar mis cosas con los demás. Después de operarme fue una buena cosa publicarlo. En la presentación hice una exposición de las cosas que me regalaron: estampitas, cartas, cosas para entretenerme en la internación. Estuvo bueno curarme también, por supuesto.
APU: Buk33 es un nombre extraño…
M.P.: Así se llamaba el archivo en el que guardaba los textos que iba escribiendo, durante la época en la que estuve fascinada con Bukowski. Eran 33 páginas de poemas míos que generalmente tenían el mismo nombre que algún poema del querido “Buk”. No fue la primera vez que hice eso. Dialogué de manera escrita con muchos escritores: por ejemplo con Guillermo Saccomanno. Tratar de escribir dialógicamente es bien interesante: reescribir un escritor que se admira significó para mí descubrir sus procedimientos, sus bellezas íntimas. Traté de hablar de los hombres como hablaba Buk de las mujeres, en un tono despojado y duro. Me gustó hacerlo.
APU: ¿Por qué un doble libro, que de un lado se llamó Shewas y del otro Las viudas de la Shegua?
M.P.: Fue un juego de palabras en torno al concepto de Yegua. Hay poemas más políticos, catárticos, que se corresponden al primer año de la presidencia de Macri. Mis compañeros de trabajo me decían que yo era una “viuda de la Yegua” porque me la pasaba llorando por la expresidenta. Pero en definitiva esa época no sólo escribí poesía política, o testimonial, sino también sobre procesos internos vinculados al feminismo, a ser mujer, a mitos sobre mujeres; estuve alucinada con Penélope, con Psique, o Medusa, a la que se recuerda como un monstruo pero era una jovencita virgen que habían violado. Entonces se provocó esa partición: los más políticos o realistas fueron en Las viudas… y Shewas, ella fue, se refiere a lo que estuve pensando, escribiendo, sobre lo que fuimos las mujeres en tanto mitos, en tanto brujas, en tanto seres alquímicos.
APU: Pero en Cuba te dedicaste a hacer la crónica de un viaje.
M.P.: Sí. La verdad es que cada libro responde a un momento vital. No puedo decir de mí misma que soy poeta, o novelista, o cuentista, o cronista. Sencillamente cada libro consistió en hacer pasar por la palabra aquello que me pasó. Cuba también fue escrito en tiempo real. Es como sacar fotos: fijar las impresiones causadas en un momento importante, porque el viaje a Cuba fue un viaje importantísimo en mi vida, y necesitaba procesarlo. Como si escribir fuera, en cierto modo, devorarme, fijar más, hacer mío todo lo que viví en esa isla romántica, comunista, bella y digna.
APU: ¿En qué anda tu escritura hoy?
M.P.: Tengo hechos y en proceso de corrección una novela sobre Lilith, en la que llevo más de seis años, y dos libros de poesía.
APU: ¿La escritura puede aprenderse en un taller?
M.P.: La pregunta es si la escritura puede aprenderse. Más allá de la alfabetización y de la escritura utilitaria y cotidiana. Creo que sí. Creo que se puede aprender a hacer literatura. Hay tips, hay maneras de corregir, de mejorar, de darle forma a un proyecto, a un poema, a una historia que se quiere contar. Antes, por supuesto, estará la propia mirada, la capacidad, la audacia, cuánto quiere ponerse ahí de uno mismo. Eso sí que no puede aprenderse ni transmitirse ni mejorarse. Hay gente que escribe veinte renglones en una red pública y se cree escritor. A mí no me molesta. Simplemente los leo y me dan un poco de ternura. Escribir una buena historia o un buen poema es algo durísimo. Pero bueno, hay público para todo. Hay escritores y lectores difíciles, y hay gente que quiere escribir y leer cosas planas, sin relieve, sencillas y con final práctico, consolador. Y me parece que está bien, que hay que escribir mucho y leer mucho, todo lo que se pueda. La belleza, como el amor verdadero, es otra cosa, algo raro, difícil de convertir en receta. Casi milagroso.