La telepatía de Roque Larraquy
Por Boris Katunaric
Roque Larraquy acaba de publicar La telepatía nacional (Eterna Cadencia, 2020), un libro que sugiere el cierre de la trilogía integrada también por La comemadre e Informe sobre ectoplasma animal, sus dos libros anteriores. En esta entrevista habla sobre su nueva obra.
APU: La telepatía nacional te llevó, como los anteriores, alrededor de siete años en terminarlo ¿Cómo sentís la salida del libro?
Roque Larraquy: Las tres veces que terminé un libro sentí que me sacaba un bicho peludo de la nuca que me estuvo chupando la sangre todo el tiempo, en plan Quiroga. Lejos de ser el del cierre un momento de profunda felicidad, quedo tan exhausto que de alguna manera celebro que se haya terminado y por un tiempo te diría que intento olvidarme de la escritura. Por supuesto estoy feliz y agradecido de que se haya publicado en una editorial que a mí me gusta particularmente por el sesgo de su catálogo, eso desde ya forma parte de la felicidad. Pero en lo personal estoy aliviado de haberme sacado el bicho de encima (risas).
APU: Entiendo esa sensación, es como que llegaron las vacaciones.
R.L.: Sí, porque además hay algo de regurgitación permanente. Los tres libros que publiqué forman un trío, se vinculan entre sí, temática y formalmente. Probablemente no tengan sucedáneos en próximos libros, es decir, creo que a partir del cuarto buscaré hacer alguna otra cosa. Pero lo que tienen los tres en común es cómo los escribí, que fue de manera paulatina, fragmentaria, imaginando primero un mundo narrativo, después unas voces y finalmente unos personajes para cada voz. Y, si bien evidentemente, es el modo en que me sentí cómodo en la escritura, también es un modo que genera dilación en el tiempo, porque si se parte de fragmentos desordenados luego hay que restituir una cronología, y eso supone una permanente idea de edición. Fue un laburo placentero, agotador y todo lo oscuro que pueda imaginarse. Escribir casi nunca es solo placer.
APU: Además muchos de los personajes y escenas de tus libros son bastante oscuros, meterse en esas atmósferas tampoco debe ser muy placentero.
R.L.: Un elemento que tienen en común las tres novelas es que las voces que las habitan le dan el privilegio la palabra al hombre heterosexual, patriarcal, conservador, de derecha, racista, clasista, misógino. El proyecto es ese, darle la voz a ese tipo de monstruo, que esa voz consiga visibilizar las tensiones que le dan cuerpo y que eso produzca un efecto cómico o satírico desde la lectura. La idea es que sean textos tan violentamente racistas, machistas, clasistas o discriminatorios que sólo puedan ser leídos a la inversa, en negativo, como un comentario político y literario en reversa de todas esas ideas.
APU: Otra de las cosas que uno encuentra en tu obra es la permanencia de ciertas discusiones científicas, por eso me atrevo a adjudicarle cierto carácter de ciencia ficción, no en el sentido tradicional o hegemónico, donde la ciencia ficción pareciera tener la condición necesaria de suceder en un futuro pos apocalíptico, sino en estas ciencias como el ectoplasma o la telepatía, pone en discusión las ciencias formales y las ideas que son refutadas con el tiempo.
R.L.: La tensión entre ciencias y pseudociencias y los motivos por los cuales unas vencen y otras declinan y desaparecen efectivamente son temas que me convocan, que me interesa trabajar pero, en concreto, lo que me interesa, y de hecho siempre me sorprende que me pregunten cosas sobre ciencia porque no sé nada de ciencia y hay muy poco de científico en los tres libros, lo que sí hay, creo, es un laburo sobre el discurso científico, sobre el modo afirmativo, taxativo, clasificatorio, del discurso científico. Ese tipo de discurso trata de ofrecer una cierta lectura de lo real como verdadero y como dado. Es en definitiva uno de de los grandes objetivos del discurso científico: una persuasión razonada y argumentada. Cuando esa persuasión ocurre en el campo de una pseudociencia donde no todo puede razonarse ni ser científicamente argumentado, tiene una potencia cercana a la literatura. Esa potencia deriva del fracaso de ese discurso, que pudo haber tenido una pregnancia o la tuvo y produjo seguidores, pero que no consiguió que el concierto general de los científicos lo avale y continúe su tradición. Para mí leer un texto que busca demostrarme que las pirámides, o que los extraterrestres, o que los fantasmas, o que la telepatía (igual no se sabe con la telepatía porque capaz que eso sí, al menos hubo experimentos soviéticos que al parecer tienen la papa de la telepatía), todo eso me resulta muy fascinante.
APU: Acabo de asociar, muy libremente, los discursos científicos que bordeaban el sin sentido que tenía William Burroughs en esas novelas como Expresso Nova o El almuerzo desnudo. Siempre relacioné esas novelas con la ciencia ficción.
R.L.: No leo Burroughs hace muchísimo tiempo pero sí te puedo decir que fue una de mis lecturas centrales, junto con Nabokov, que nada que ver con Burroughs. Eran los dos autores que en mis primeros veintes me resultaba fascinante leer y de los que quise aprender.
APU: ¿Cómo llegaste a la telepatía como temática o hilo conductor del libro? Y una segunda pregunta vinculada a esto es ¿cómo llega esa tribu de pueblos originarios del Perú a la novela o a la trama?
R.L.: La idea surgió de pensar qué dos seres humanos podían ser atravesados por una unión telepática siendo ellos profundamente distintos entre sí. Entonces me parecía que enfrentar y unir en una situación telepática a un hombre de clase alta, conservador, poderoso, racista, con una mujer de un pueblo originario sin contacto con occidentales y además poseedora de una inteligencia y un tipo de mirada del mundo tan rica como puede ser la que aporta formar parte de esa cultura que tiene la telepatía… estoy botoneando mucho el libro ¿no? (risas). Esta cultura convive con la telepatía y además lo hace con placer y no porque necesite encontrar en esa capacidad algo que sea útil por fuera del encuentro con los otros, ese encuentro íntimo, mental, que también es sexual. Había un campo narrativo a explorar, siempre teniendo en cuenta que quién habla no es ella, siempre es él y que la perspectiva es occidental, eso me pareció muy importante que estuviera presente porque vos sabés que está circulando esta idea que me parece interesante, discutible y muy interesante, de la apropiación cultural, que de alguna manera intenta impedir las lecturas banalizadoras de las culturas ajenas. Me pareció importante que el texto visibilizara que todo lo que se dice sobre los indios lo dicen unos sujetos nefastos y que todos los narradores de la novela tienen esa cualidad nefasta, salvo un narrador cuyo nombre no aparece, que es un Perón que tiene un plan de intervención urbana para estimular una mirada más igualitaria en las clases medias, un Perón no mimético, claro está, que es probablemente la única voz en toda la novela que no es una voz repugnante de la derecha nacional.
APU: Es interesantísimo ese salto en la novela y sobre todo en cómo se conecta con el siguiente.
R.L.: El capítulo que sigue al de la voz de este Perón es la transcripción de la ley de prohibición del peronismo. Me interesaba establecer un vínculo con mis otras dos novelas, un cierto eco lejano de la historia de la Argentina y la historia de los golpes cívico militares en Argentina. El golpe del 30, por ejemplo, en Informe sobre ectoplasma animal y éste, el del 55, un golpe perpetrado en nombre de la libertad en contra de un gobierno que abría libertades y lo hacía de un modo razonablemente democrático.
APU: ¿Cómo sigue tu laburo con la escritura? ¿Tenés pensado o empezado algo?
R.L.: No tengo una idea de hacia dónde quiero ir, solo que va a ser en otra dirección, no quisiera repetirme más de lo que ya lo hice. Probablemente vuelva al mundo del guión cinematógrafico, escribir una película, algo que no hago hace mucho.
APU: ¿Has escrito guiones originales para películas?
R.L.: Las pelis siempre las escribí por encargo. Por lo que también estoy necesitando experimentar un espacio propio sin ser el mercenario que supe ser. (Risas)