Salinger: un escritor entre bananos
A la espera de que algo ocurra de veras, con el teléfono siempre a mano, poniendo en boca de sus personajes el deseo de llevar una vida distinta, J.D. Salinger publicó sus Nueve cuentos en EE.UU., en 1953. La Editorial Sudamericana lo editó en Buenos Aires en septiembre de 1971, con traducción de Marcelo Berri y la revisión de Alberto Vanasco.
Las voces que circulan en Nine stories expresan a seres que buscan tomar distancia para ver mejor. Distancia para intuir. Para dar con su verdad.
Salinger nació en Nueva York en 1919 y falleció en 2010 en Cornish, New Hampshire.Publicó las novelas El Cazador Oculto, Franny y Zooey, y las nouvelles Levantad, Carpinteros las vigas del tejado; Seymour, una introducción.
En Nueve Cuentos -escritos entre 1948 y 1953- supera los límites conocidos del género apoyándose en el recurso de la visión mística. Y en la posibilidad de que niños vean la locura de los adultos.
Por supuesto, viendo peces bananas (“Un día perfecto...”).
Estos elementos se integran dentro de una poética que más que decirlo todo, todo lo sugiere. Salinger habla de lo que se desmembra. Seymour, su personaje central en varios relatos y, tal vez, paradigma ético de toda su obra, está acabado. Se suicida en el cierre del relato, pero antes conversa con una niña de nueve años. El diálogo, la condición de que las acciones connoten más que las descripciones, dan pie a que el autor construya un mundo narrativo con matriz teatral.
En “El Tío Wiggily en Connecticut”, dos mujeres que en su juventud cursaron la facultad juntas, se encuentran después de muchos años. La escena transcurre en invierno. Afuera de la casa, la nieve cae sin pausa. Eloise tiene una hija miope que juega con una pulga invisible y Mary Jane evoca a Walt, un muchacho que nombró a su tobillo “Tío Wiggily”. Era el único muchacho, afirma en el texto, que la divertía de veras. Se emborrachan, están solas y aterradas por la ausencia de felicidad en sus vidas y nada las une salvo el pasado. Hacia el final del cuento Salinger lo remata con un recurso con el que paralizó, según el crítico William Weigand, a toda una generación de escritores. “Yo era una buena chica- suplicó- ¿no es cierto?” remata Eloise mientras amanece sobre el living.
Es llamativa la anticipación del escritor (Navidad de 1942) por describir las características de algunas jugadoras de tenis en el cuento “Justo antes de la guerra con los esquimales”. En el mismo, todo es tensión entre dos adolescentes. Su despertar sexual, sus preferencias y, por sobre todo, las transformaciones que se dan entre dos amigas, hasta que una de ellas se enamora y el vínculo se extingue. Sobresale la observación de la forma de ser de una deportista a la que sólo conmueve el estado de su raqueta.
“Era un cuento que tendía a desparramarse por todos lados, aunque seguía siendo esencialmente portátil”. Así describe uno de sus personajes - de nueve años de edad- el relato de su profesor de béisbol en el ómnibus de regreso a casa en “El hombre que ríe”. El maestro cuenta una historia de terror que tiene expectantes al curso entero. Es el relato, en definitiva, de los viajes en micro, las canciones y peleas constantes. Del asombro y la rebeldía contra todo orden que provenga de las autoridades que toque en suerte. Es la descripción - nada lineal- de un ámbito, una época que pasó pero que el autor elige narrar desde allí.
En esa escena se puede comprender el deslumbramiento del niño-protagonista por Mary Hudson, la pareja del maestro, que entra y sale de la historia mientras la tensión del relato se vuelve insoportable.
Salinger habla de los instantes de deslumbramientos, la pasión por la belleza y la presencia de la turbación como motor en sus personajes. Capta, el momento en que algo o alguien cambia.
Más de 30 años Salinger vivió en su casa en Cornish, New Hampshire y durante cincuenta años no dio entrevistas. Demandó con éxito a sus biógrafos. Nombró al mundo como “una jardín de mingitorios enlozados” y sus héroes tienen puntos de contacto con el Werther de Goethe y el Aschenbach de Tomas Mann en “Muerte en Venecia”. Ambos con conflictos serios para lograr que el amor entre a sus vidas y se quede de una buena vez.
La ambientación de sus textos deslumbra, descoloca y vuelve a situar el discurso de sus personajes en la vocación por la rebeldía. En la ilusión como motor de la vida. Salinger narra un clima, un momento de la historia en que algo se quiebra y un corte se produce. Son seres de posguerra mundial - la segunda- que viven con lo que quedó de ellos (“Para Esmé con amor y sordidez”)
En Nueve Cuentos hay conversaciones entre hijos/as y madres; circula la temática del paso del tiempo y el salto de los lactantes a la infancia (“En el chinchorro”).
En este libro los personajes a veces son infieles y siempre cuentan o pintan. Gozan con un argumento entre manos. Salinger es un esclavo de la acción, de los hechos y su desmesura. El la contiene, la condensa con rigor.
En “Teddy” se muestra a un chico precoz como a un asesino. Es entrevistado por médicos y periodistas. Por su alto coeficiente intelectual, el niño demuestra ser un homicida que sufre pues su hermana no lo tiene en cuenta, no lo quiere.
Salinger narra un clima, un momento de la historia en que algo se quiebra y un corte se produce. Son seres de posguerra mundial - la segunda- que viven con lo que quedó de ellos
“Un hombre camina por la playa y desgraciadamente un coco le da en la cabeza. Desgraciadamente la cabeza se le parte en dos. Entonces su mujer viene por la playa cantando una canción y ve las dos mitades de su cabeza y las reconoce y las recoge.
Se pone muy triste, por supuesto, Y llora desconsoladamente.
Ahí es donde la poesía me cansa”.
Teddy definió así su rechazo al sentimentalismo. Resulta una excusa del autor para insinuar sus preferencias estéticas, su mirada única.
En el último cuento del libro, “El período azul de Daumier-Smith”, deja en claro su obsesión como escritor: la idea de lo que está oculto.
En “El período...” se muestra los caminos que toma un muchacho que pierde a su madre y debe convivir con su padrastro. El personaje central se traslada a una pequeña ciudad y da clases de pintura por correspondencia en un instituto de arte.
La obra de Salinger hilvana secuencias de personajes desesperados. Las consecuencias de la participación norteamericana en la Segunda Guerra Mundial, junto a un tributo a la adolescencia como sitio de lucidez, permite que las historias no queden inconclusas. El despliegue de los conflictos es sobrio. Aún en los momentos más decisivos como en “Linda boquita y verdes mis ojos”.
Un hombre sabe que su esposa lo engaña con su mejor amigo. Intuye que están juntos y en la madrugada lo llama por teléfono. La llamada sobresalta a los amantes y los hombres que están a ambos lados de la línea no confiesan, no revelan lo que la acción deja en claro.
Los cuentos de Salinger fueron publicados en los periódicos Saturday Evenic Post, Collier·s y en el New Yorker. De descendencia judía e irlando-escocesa, terminó la guerra con el grado de sargento. Contrajo dos matrimonios (con una médica europea y con una ciudadana inglesa) Tuvo dos hijos y llevó a cabo retiros espirituales influenciados por la filosofía Zen.
Pertenece a la misma generación que Truman Capote y Norman Mailer, pero es un escritor al margen de la corriente de su época. Con cambios bruscos de la primera a la tercera persona del singular, con la obsesión de perseguir una historia sin que sus cuentos pierdan la matriz poética, la totalidad de su obra es una búsqueda de alivio. Alivio para personas que recorrieron diversos caminos y se encontraron con más de un obstáculo.
Cuentan historias y acercan indicios al epígrafe de un Koan Zen en el comienzo del libro: “Conocemos el sonido de la palmada de dos manos, pero ¿Cuál es el sonido de la palmada de una sola?”.
La respuesta está en sus cuentos.