Cristina feminista
Por Sofía Rutenberg* | Ilustración: Sol Giles
Existe una relación concreta, probablemente la primera que hace la mayoría de las personas y que reproducen los medios de comunicación, entre el ejercicio del poder político de las mujeres y la prostitución. Tanto Eva Perón como Cristina Fernández de Kirchner han sido mujeres que se dedicaron de lleno a la política y fueron degradadas por su género. Algunos hechos como las tapas de la revista Noticias en las que aparecía un dibujo de Cristina teniendo un orgasmo o hablando del “goce de Cristina”, o cuando se decía que Eva era una puta por ser actriz, dan cuenta de esto. En nuestra cultura, convertirse en una mujer pública es sinónimo de prostitución.
El poder político femenino es obsceno: hablar de lo que debería permanecer oculto, exhibir la propia opinión, ser leída y escuchada por todo el mundo. No es concebible una mujer expresando pensamiento propio, habida cuenta de la aún sostenida privación de ocupar cualquier lugar que no sea el tradicional.
Pensar, siendo mujer, está prohibido. Es necesario que la actividad de pensar esté prohibida para que una mujer devenga como tal, para que sea “madura”. Para Freud se allana el terreno de la feminidad y se llega a ser mujer si se remueve la actividad fálica. La cuestión es que renunciar a ésta es ante todo renunciar a la actividad, por ejemplo política. Una renuncia conjurada por una prohibición, la de crear, reduciéndose a reproducir en lugar de producir. Si no se remueve la actividad fálica se convierte en una usurpadora, que estaría utilizando algo que no le corresponde: la inteligencia.
La mutilación femenina es intelectual. Cuando una mujer piensa se le atribuye paradójicamente una falta de cordura, signo de exceso que la vuelve corrupta, sucia, mala.
El pensamiento político de Cristina ha sido atribuido a una supuesta bipolaridad. Cada vez que estaba por tomar una decisión trascendente, los medios la diagnosticaron con algún trastorno psiquiátrico y el poder judicial se encargó de perseguirla. En su libro Sinceramente, Cristina responde a esos diagnósticos: “No soy bipolar; la que sí es bipolar es mi hermana. Pero no te hagas problema que los bipolares son muy inteligentes (...) mi hermana, que es bipolar, es completamente brillante e intuitiva; son personas muy sensibles”. En esa respuesta a los agravios y ataques, está abriendo el debate de una problemática que suele estar en el closet de los manicomios. Decir que las personas que tienen algún padecimiento subjetivo no son personas de segunda categoría, sino personas sensibles, debería ser tomado muy en serio.
Se adiestra a las mujeres para que no se defiendan, para que soporten y repriman la rabia: ¡la mejor defensa sería la indefensión! Cada vez que Cristina se defiende públicamente, los medios de comunicación hablan de “la furia de Cristina”, sugiriendo que sus “reacciones” tendrían que ver con esa supuesta bipolaridad. Silenciar la bronca de las mujeres es uno de los mayores mecanismos de dominación, porque cada vez que se expresa el enojo (que previamente tuvo que ser escondido e inhibido), se lo tilda de desmedido, como manifestación de locura: siempre asociada a peligrosidad. Lo personal, que es público y político, es reducido a morbilidad psi. Una mujer enojada es una mujer “fuera de quicio”, y cuando denuncia una injusticia se le dice que “está siendo injusta”. ¡Enloquecedor!
Cuando una mujer enseña al hombre algo que ella sabe y él no, queda siempre desubicada, intensa, mandona o castradora, una insoportable que quiere hacer todo según su capricho. Como dijo en un discurso en 2005: “Las mujeres tenemos que rendir doble examen, primero, demostrar que porque somos mujeres no somos idiotas, y segundo, el que tiene que rendir cualquiera”.
Hay que tener mucho cuidado con las élites “progres”. Se apropian de los reclamos feministas y nos arrojan a una identificación con políticas mujeres que no tienen ningún interés en cambiar la realidad ni romper con la desigualdad de otras mujeres. Se nos pide que celebremos esos ascensos como si fueran testimonio de la liberación de las mujeres. Así sucedió en Bolivia, que hubo una mujer dictadora, Jeanine Añez, y la revista Forbes la exhibió en la tapa junto con la frase “El poder es femenino”. O la vicepresidenta estadounidense, liberalprogresista, feminista que bombardea.
Otros ejemplos son los de María Eugenia Vidal o Patricia Bullrich, quienes fueron parte de un gobierno que dejó a la Argentina endeudada por una suma impagable y en dólares, y que apuntaron (literalmente) contra toda fuerza política que se atreviera a desafiarlos; por supuesto, teniendo al poder judicial-patriarcal de su lado. La deuda es un arma contra toda la población, pero sobre todo contra las mujeres que son las más expuestas a vivir en la pobreza.
La furia de Cristina es la del feminismo, que está advertido de que una mujer poderosa es una amenaza para los grandes poderes corporativos, el poder judicial y todas las instituciones conformadas a partir de diversos pactos entre hombres, unidos por el espanto odiante al género femenino.
Seguimos educando a las niñas bajo el terror y la ignorancia, para que luego vivan sometidas, creyendo que el poder es asqueroso y que es mejor estar alejadas. El único poder que conocen es el de la histeria, un poder mutilado en el que se rechaza entregar el saber: única forma de sostener su lugar de sujeto, de ser valoradas y no quedar reducidas a objeto de intercambio.
El pacto entre hombres implica la prohibición de las mujeres a conocer y averiguar la verdad. ¿Cuántas feministas fueron nombradas juezas? Un 60 por ciento de los puestos en el Poder Judicial son ocupados por mujeres. Pero en los puestos de mayor poder el 80 por ciento de los cargos jerárquicos son conformados por varones.
Cuando Cristina inició el debate para reformar la Ley del Consejo de la Magistratura, todos esos hombres poderosos (dueños de los diarios, jueces, gerentes de las grandes corporaciones argentinas, unidos para seguir siendo ellos los que controlan todos los sistemas de decisión de los argentinos y argentinas) le hicieron la cruz. La campaña de difamación y el acoso judicial a Cristina son porque siendo mujer visibilizó ese pacto entre caballeros: decidió no sólo darlo a conocer, sino impartir políticas públicas que beneficien al pueblo y no a las grandes corporaciones. En sus palabras, “lo que realmente les molestaba de nosotros: que se gobernara desde la calle Balcarce y no desde la calle Tacuarí”.
Muchas mujeres acatan las leyes, incluso las proclamadas en su contra, sin conocer sus orígenes y bajo qué lógicas e intereses fueron erigidas. Gran parte de los femicidios se ejecutan cuando la mujer en cuestión comienza a estudiar o a trabajar, es decir, cuando acceden al saber; allí es cuando rompen con alguna barrera de subordinación, con la tiranía del silencio, y denuncian la violencia de género.
Los hombres viven amenazados de no romper ese pacto entre ellos, las mujeres viven amenazadas de muerte: cualquiera que sabe puede ser asesinada, como sucedió en Brasil con Marielle Franco. En este mismo sentido, ¡Libertad a Milagro Sala! Vulnerada en sus derechos, sin un justo proceso, criminalizada por su compromiso con los más necesitados.
Las mujeres desaparecidas en la dictadura eran en su mayoría militantes políticas. Hebe de Bonafini: tan políticamente incorrecta. Tan desubicada frente a las estructuras de poder. Con esas gafas rojas y siempre con su pañuelo blanco, símbolo de lucha que nació para identificarse en medio de la peregrinación de Luján en 1977 y que introduce una ruptura con la norma hegemónica de feminidad, una disidencia de género, porque el pelo ha sido históricamente signo de seducción de la feminidad. Esos pañuelos blancos desnaturalizan lo instituido.
Hebe dijo hace un tiempo: “Antes de que fuera secuestrado mi hijo, yo era una mujer del montón, un ama de casa más. Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes. Pero desde que desapareció mi hijo, el amor que sentía por él, el afán por buscarlo hasta encontrarlo, por rogar, por pedir, por exigir que me lo entregaran; el encuentro y el ansia compartida con otras madres que sentían igual anhelo que el mío, me han puesto en un mundo nuevo, me han hecho saber y valorar muchas cosas que no sabía y que antes no me interesaba saber. Ahora me voy dando cuenta que todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero; la felicidad o la desgracia de muchísimas familias”
Cristina, feminista. Cuando se defiende públicamente está defendiendo al género porque rompe con la preservación de los secretos de hombres poderosos, de un sistema judicial patriarcal que se recicla permanentemente y, como el diablo, “mea en todas partes y en ningún lado hace espuma”. El odio hacia Cristina es cada vez más grande porque cuestiona los cánones y estructuras de poder establecidas; tiene agallas porque no teme decir lo que piensa con el tono y la enunciación que la hacen tan particular y, por qué no, original. Un estilo de expresión que la prensa machista titula como “furiosa”, porque usa la voz para manifestar una injusticia. Si fuera un hombre estaría ejerciendo la autoridad, pero cuando lo hace una mujer es una yegua. Lo que creo es una buena noticia: cada vez más, Cristina es escuchada por mujeres de todos los sectores de la sociedad, que se sientan frente a la TV, la computadora o el celular, a oírla, lo cual conduce políticamente a la actividad de razonamiento, de pensar.
Las mujeres sabemos que nos está hablando a nosotras, y aprendemos.
* Psicoanalista. Autora de Hacia un feminismo freudiano (La docta ignorancia, 2019).