El encuentro somos todas
Por Viviana Maestri
Esa es una de las consignas que sostiene el Encuentro Nacional de Mujeres. Que el fin de semana pasado cumplió sus 32 años en Resistencia –Chaco-. Y es una de las consignas de mayor complejidad. Todas: las que se nos parecen y las que no podrían ser más diferentes, las que nos generan empatía y las que no comprendemos, las de muy distintos colores y las grises, las jóvenes y las viejas, las que ríen y las que lloran. Y –claro- las mujeres de los llamados pueblos originarios.
Para este Encuentro, la Comisión Organizadora (formada por alrededor de 170 chaqueñas) creó la Sub-Comisión de Interior que recorrió durante 11 meses cada paraje y localidad de la provincia, logrando que 1500 mujeres del Impenetrable fueran parte del Encuentro. No sólo era la primera vez que participaban: para muchas, era la primera vez que salían de su localidad. Pero no sólo mujeres wichis y tobas participaron.
Vale aclarar que el Taller “Mujeres y Pueblos Originarios” no tiene el mismo funcionamiento que el resto. En los otros temas, cuando se completa un número aproximado de 40 mujeres, se desdobla y se conforma otra comisión –del mismo tema-. Porque la dinámica de los talleres exige un número de participantes que favorezca el debate y el intercambio entre todas.
En cambio, este taller se transformó en una especie de asamblea, imponente, en la que más de trescientas mujeres se sentaron en círculo, ubicando en el centro a las ancianas de cada comunidad. Y allí estaban, algunas con sus trajes tradicionales, con algún accesorio que las distinguía o con sus banderas. Algunas caciques. También muchas jóvenes, reivindicando la recuperación de su identidad y su cultura. Provenientes de muchas provincias y de diversas comunidades. Mujeres mocovíes, guaraníes, aimaras, quechuas, coyas, diaguitas, huarpes, mapuches, entre otras. Se llamaban hermanas entre ellas, y nos llamaban hermanas a todas.
Muchas hablaron despacito, casi inaudible, ante un micrófono al que desconocían cómo usar. Otras, enfáticas, hicieron oír fuertemente sus voces. En muchos casos, cuando utilizaban su lengua originaria para comunicarse, sus “hermanas” traducían al castellano.
Hablaron de sus padecimientos y sus luchas. Contaron en distintas lenguas y con diferentes expresiones, las formas de la triple opresión: “por ser pobres, por ser mujeres, y por ser originarias”. Relataron sus penurias para acceder a la salud, a la educación, a la justicia. Porque la discriminación se recrudece con ellas en las instituciones del Estado. Explicaron que su vida es la tierra, la tierra que comparten, a la que sienten que pertenecen (y no al revés), la que les provee los recursos para vivir. Y por eso pelean. Desde hace 500 años. Y narraron cómo con el actual Gobierno se incrementaron las prácticas que las reprimen y las violentan.
No faltaron los pedidos por la libertad de Milagro Sala y por la aparición con vida de Santiago Maldonado. Reivindicaron el derecho a hablar en su lengua de origen. Porque –dijeron- “nos robaron todo, pero la lengua no nos pueden robar”. Emocionaron con sus dolores. Despertaron nuestra indignación con el relato de las humillaciones y despojos que padecen. Pero conmovieron con su fuerza y su lucha inclaudicable.
“Somos mujeres. Por eso nos tenemos que levantar. Nosotras vamos a encabezar esta pelea”. Es cierto, digo yo. Somos mujeres. Por eso no sabemos lo que es rendirse.