Femicidios y aislamiento: la disputa por el cuerpo
Foto Daniela Morán
Por Silvana Martínez*
En estos días de Aislamiento Social Obligatoria, producto de la Pandemia por el COVID-19, lamentablemente los femicidios han crecido de manera exponencial, como lo vemos a diario a través de distintos medios de comunicación social. Esto se debe a que los hogares no necesariamente son lugares de afecto, contención y protección para todos y todas. En efecto, para millones de mujeres que padecen situaciones de violencia de género, sus casas se convierten en verdaderas cárceles, en espacios de tortura y en muchas ocasiones los lugares en donde son asesinadas en manos de sus femicidas.
La expresión femicidio surgió como una necesidad interpelar el término neutro de “homicidio” con el fin político de reconocer y visibilizar la discriminación, desigualdades y violencias sistemáticas padecidas por las mujeres, que, en su forma más extrema, culmina en la muerte por parte de sus femicidas.
El término femicidio fue acuñado por primera vez a mediados de la década de 1970 por la feminista Doctora en Psicología Social de origen sudafricano, Diana Russell. Ésta publica en 1975 su libro The politics of Rape, que se constituye en una de las primeras obras feministas que apunta a la relación entre las nociones aceptadas de masculinidad y la perpetración de las violaciones. Su negativa a aceptar la concepción patriarcal de que el acto de la violación es un acto desviado, más que un acto conforme con los ideales de masculinidad, ayuda a revolucionar la comprensión social de este tipo traumático y misógino de crimen.
Según la definición de Russell, el femicidio se aplica a todas las formas de asesinato sexista, es decir, “los asesinatos realizados por varones motivados por un sentido de tener derecho a ello o superioridad sobre las mujeres, por placer o deseos sádicos hacia ellas, o por la suposición de propiedad sobre las mujeres” (Russell, 1975). De acuerdo con Diane Russell y Jill Radford (1992), los crímenes se dan en todo el mundo y son el resultado de la violencia misógina llevada al extremo y, por ende, son la muestra más visible de múltiples formas previas de hostigamiento, maltrato, daño, repudio, acoso y abandono.
Asimismo, Marcela Largarde fue quien acuñó el concepto de “feminicidio” y lo definió como el acto de matar a una mujer solo por el hecho de su pertenencia al sexo femenino, confiriéndole también un significado político con el propósito de denunciar la falta de respuesta del Estado en estos casos y el incumplimiento de sus obligaciones de garantía. El feminicidio, según esta autora, es una ínfima parte visible de la violencia contra niñas y mujeres, sucede como culminación de una situación caracterizada por la violación reiterada y sistemática de los derechos humanos de las mujeres. Su común denominador es el género: niñas y mujeres son violentadas con crueldad por el solo hecho de ser mujeres y sólo en algunos casos son asesinadas como culminación de dicha violencia pública o privada (Lagarde, 2005).
De acuerdo con la Declaración sobre el Femicidio del Mecanismo de Seguimiento Convención Belém Do Pará (MESECVI) en el año 2008, se entiende por feminicidio a la muerte violenta por razones de género, ya sea que tenga lugar dentro de la familia, unidad doméstica o en cualquier otra relación interpersonal, en la comunidad o por parte de cualquier persona.
Los femicidas matan no por padecer problemas de salud mental, no son “locos” ni “enfermos” como aún solemos escuchar. Los femicidas son hijos sanos del patriarcado y en este sentido matan porque pueden. Adhiero a la reconceptualización del patriarcado que hacen las Feministas Comunitarias Antipatriarcales, quienes lo definen al patriarcado como “‘el’ sistema de todas las opresiones, todas las discriminaciones y todas las violencias que vive y sufre la humanidad (hombres, mujeres, personas intersexuales, cuerpos y no géneros) y la naturaleza sistema históricamente construido sobre el cuerpo de las mujeres” (Paredes & Guzmán, 2014).
Quienes militamos y habitamos los feminismos sabemos que los cuerpos de las mujeres han sido históricamente y, siguen siendo, objeto de disputas. En este sentido, considero absolutamente valiosos los aportes del feminismo comunitario dado que plantea la necesidad de recuperar el cuerpo como primer territorio, como acto político emancipador basado en “lo personal es político” y “lo que no se nombra no existe”. Asumir la corporeidad individual como territorio propio e irrepetible permite fortalecer el sentido de afirmación de la existencia del ser y estar en el mundo. A partir de esto, se va generando autoconciencia por parte de las mujeres. Se va percibiendo, desde la propia historia de vida cómo el cuerpo ha vivenciado las diferentes manifestaciones de los patriarcados y todas las opresiones derivadas de ellas (Martínez, 2018). Este feminismo propone recuperar el territorio-cuerpo y el cuerpo como territorio.
*Doctora en Ciencias Sociales. Docente-Investigadora Categoria I de la Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social de la Universidad Nacional de Mar del Plata.