Luis Miguel, o cómo hablar de feminismo sin ser un panfleto
Por Paloma Baldi
De entrada: sabemos que el feminismo no empezó en Hollywood y que nos importa muy poco lo que tenga para decir la RAE sobre cómo hablamos, pero: ¿El “Me Too” y la propuesta de mandar a la RAE a releer la constitución española para reescribirla con lenguaje inclusivo, no están señalando algo muy importante sobre el feminismo? La llegada de la discusión de género a las capas más sedimentadas del status quo dice a gritos: acá estamos. No se van a escapar de nosotras ni siquiera cuando estén en su tiempo libre mirando Netflix. Esto es transversal.
Aquí podríamos introducir el título que más les guste para abordar la temática: El cuento de la criada (The handmaid's tale), Las chicas del cable, Hannah Gadsby: Nanette o Stranger Things. Elegimos Luis Miguel, la serie. Y más preciso aún: elegimos algunas escenas. Alerta spoilers.
La cara del horror
Cuando a Claudia Piñeiro le tocó exponer, en diputados, los argumentos por los cuales se debía otorgar la media sanción a la Ley de interrupción voluntaria del embarazo (IVE), la escritora dijo: “Ustedes, los diputados que voten en contra, van a tener que mirar el día de mañana a una nieta y decirle que votaron para que una mujer tenga adentro de su cuerpo un embrión y los ojos de esa niña les van a transmitir el horror”.
La actriz italiana Ana Favella interpreta a Marcela Basteri. Una joven europea que se escapa de la casa de sus padres para vivir un romance con Luis Rey, el padre del primero de sus hijos: Luis Miguel. Cuando la serie empieza ellos están enamorados pero los delirios de grandeza de su marido los llevan a terminar con la agua al cuello. Con poca plata pero con un genuino conocimiento de la industria musical, Luis Rey, descubre en su hijo un salvavidas.
A medida que la fama de su primogénito aumenta, y en dirección inversamente proporcional, su vínculo se deteriora. Las discusiones empiezan por la crianza de Luis Miguel: el estudio y sus horas laborales; en esta instancia se despiertan muchas preguntas sobre explotación infantil en contraposición al paradigma de infancias libres.
Los chicos de la edad de Luis juegan a la pelota mientras él ensaya, pero cuando finalmente su padre lo deja participar lo tratan de ‘niña’, por andar cantando con la guitarra.
Marcela quiere que su hijo vaya a la escuela y su padre quiere que duerma menos horas para poder sacarle más rédito. Ella lo ve cada vez menos y esto se refleja en que cuando Luis necesita permiso para algo automáticamente lo mira a su padre. Ella termina, como la mayoría de las mujeres, trabajando gratis para un explotador. Para ellos son las giras, los viajes, las luces de los canales de televisión. Para ella son los platos sucios, lavar, planchar y doblar, limpiar pañales y criar al hijo que no es famoso.
Ser la madre de una estrella deja de ser un sueño y se convierte en una pesadilla muy rápido. El día que Marcela se anima a decir que ya no puede más, cae al suelo de un desmayo y se despierta en el hospital: “Usted está embarazada”, le dicen. El horror, el pánico y la desesperación que podemos ver en su cara dice más que cualquier estadística, que cualquier campaña, que cualquier slogan por el aborto legal.
Debut sexual o violación
“Los hombres también somos víctimas”, esta es la frase que escuchamos cada vez que intentamos darle una perspectiva de género a nuestras conversaciones cotidianas. Nosotras estamos siendo materia prima de una suerte de genocidio silencioso ¿O genocidio a voces?, que se cobra la vida de una mujer cada 30 horas. En ese marco resulta complejo problematizar esto y decir sin resquemores: sí, ustedes también son víctimas.
Luis de la Rosa interpreta un Luis Miguel adolescente, el escalón que hay entre el niño y el hombre hipersexualizado. Le tocan las escenas de transición: ya no es un infante que duerme mientras su padre está de fiesta en las habitaciones de los hoteles donde se hospedan durante las giras. Como fue el caso de Nicole Neumann en esta etapa, la revista Caras tituló: “Sexy a los 15”; Luis Miguel es cuerpo sexualizado sin haber explorado su propia sexualidad. Esto no dura mucho. El padre y el tío, los dueños de su carrera artística y de su vida, le llevan una prostituta a la habitación.
Una vez más: basta con la cara del actor para ver la cantidad de incógnitas que le pasan por la cabeza a un adolescente en esa situación: está a punto de tener una relación sexual no consentida en el sentido macrista de “ya te vas a aflojar”, tiene que decir que sí y tiene que poder. El pacto entre su padre y su tío le está diciendo mucho sobre la masculinidad y sobre qué son y para qué las mujeres, está siendo adoctrinado. Si la escena tuviera que tener un título este sería “el día de los inocentes”.
El trabajo dignifica
Hay una decisión sin la cual resulta imposible pensar la huída del personaje de Marcela Basteri: independizarse. Durante los capítulos en los que el espectador transita la calma que antecede a la tormenta, Marcela comienza a trabajar y se reencuentra con su talento; diseña y fabrica trajes para la industria musical infantil. Esta puerta también se la abre su hijo, es a partir de un traje que hace para una presentación de Luis que consigue el trabajo.
A esta altura, su marido es su dueño o su patrón. Ella sale de casa a escondidas, murmura con otras mujeres para que él no pueda escucharla, él la ofrece como mercancía para hacer negocios y ella trabaja a sus espaldas. Tiene un hijo que no quiere tener y no hay palabras para describir los primeros días de esa maternidad no deseada.
Hay mucha tela para cortar en los vínculos intrafamiliares que se trabajan en la serie. La tensión que hay entre Marcela y Luis Rey es un 70% de lo que le da vitalidad a la serie. No hay un solo golpe y sin embargo se ponen sobre la mesa muchos tipos de violencias y de privilegios del sistema patriarcal. Esta no es una serie feminista, es una serie que explica por qué cada vez somos más las feministas.